miércoles, 2 de marzo de 2016

Argimiro se deja asesorar.


    Argimiro Vallejo, solterón de cincuenta y tantos, era empleado con sueldo decente, pero su tacañería rayaba lo patológico. Vivía en la ciudad en un quinto piso sin ascensor, casi sin muebles. Dormía en un jergón viejísimo con un colchón de lana que, al no varearlo nunca, hacía cuenta que descansaba sobre una piedra. Eso sí, al estar falto de higiene, estaba bien acompañado de parásitos.
    Al fallecer su madre, se encontró con una notable fortuna. Decidió tirar la casa por la ventana y comprar una cama decente. Ahí tenemos a Argimiro en una gran superficie, en la sección de muebles donde hay de todo y casi nadie atiende. Se había fijado en una cama toda equipada que formaba parte de un decente dormitorio ofertado. Estaba en sus cavilaciones… —Yo con la cama tengo bastante; preguntaré cuánto cuesta.
    —Perdón, caballero, soy Valeria, supervisora del departamento ¿Puedo ayudarle en algo?
    Al volverse, Argimiro, se encontró con unos ojazos oscuros mirándole de frente y una boca sonriente que imaginaba tendría el sabor de las fresas; todo dentro de un rostro color café con leche enmarcado con un flequillo y dos trenzas de colegiala color de la noche que le llegaban hasta el pecho. Vestida de negro con delantal y cofia blanquísimos, calzada con zapatos de medio tacón, portaba un plumero en la mano. Hermosa como el Sol, no pasaría de los treinta años y cincuenta kilos de peso.
    Tardó algo en contestar, quedó embobado con la visión.
    —Pues yo querría saber qué vale esa cama… Acertó a decir.
    —No la vendemos suelta; está ofertada con el resto del dormitorio incluidos las alfombras y los espejos, todo a un precio superespecial.
    —Sí, pero yo con la cama tengo bastante…
    —Ya veo que tiene usted buen gusto; mire, mire, acérquese, toque… -al acercarse Argimiro mientras ella le mostraba las virtudes de la cama, una de sus trenzas rozó la cara de él y comprobó el sedoso tacto y tenue perfume que no sería mejor el del paraíso. Quedó narcotizado asintiendo a todo como un perrillo- Tiene somier de láminas y colchón de primerísima marca; por supuesto que la colcha y las sábanas están incluidas en el precio… Por cierto ¿Cuál es su nombre?
    —Argimiro, para servirla…
    “Y tanto que me vas a servir, so torpe, te voy a sacar hasta las entretelas”. Valeria se sabía hembra capaz de torcer voluntades, y más a un tarugo pequeño y feo como Argimiro. Había olfateado no solo su desaseo, sin también su dinero. Ella se encargaría de hacer fluir ese caudal.
    Había pasado año y medio, al principio fue todo  bien entre ellos, si exceptuamos las dos bofetadas que recibió Argimiro al intentar acariciarle las trenzas, cuando Valeria acudió a su casa para asesorarle… —¡Puerco! ¡Para acercarse a mí, necesita usted un baño y ropa limpia! ¡Y dé gracias que no le denuncie! Le espetó.
    Vendió el piso y compró otro nuevo equipado con cierto lujo, Y con garaje para el coche de Valeria. Por supuesto que se casó con ella; si no, no se dejaba ni tocar, –a mi cama se llega pasando por la vicaría, señor.
    Al ser extranjera se acogió a la reagrupación familiar, trayendo a España a sus dos hijos, y también “a mis papás, que harán de canguro”. Para afianzarse económicamente, Valeria había tenido una niña con Argimiro.
    Un hombre joven y bien plantado acudía demasiado al domicilio y, a veces, se quedaba a dormir. “Un familiar de allá de Nicaragua, que necesita apoyo”.
    Argimiro pensaba en el drástico cambio experimentado en su vida desde que se le ocurrió cambiar de cama. De su soledad antes, ahora en casa con el perro, eran nueve. Y sólo trabajaba él.

 Vicente Galdeano Lobera.


2 comentarios:

  1. El argumento está muy bien cerrado, recoge el proyecto en toda su extensión (ocasión, desarrollo y conclusión). Sigues tratando muy bien el idioma, me encanta que uses las palabras que expresan lo que quieres decir y no exabruptos con la pretensión de dramatizar o enfatizar.

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  2. Habrá algún pusilánime que se sienta tenuemente ofendido.

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