sábado, 27 de abril de 2019

Oficio respetable






¡No hay derecho! ¡No se respeta la profesión! Mi oficio es ratero, una dedicación de la que estoy satisfecho; opino que soy incluso necesario. Si no hubiera ladrones ¿para qué la policía, los jueces, abogados y demás?
En este oficio, si descartas alguna detención de los guardias (el juez siempre me suelta), seguimiento en grandes superficies –más de una vez me han sacado los seguratas aplicándome el paso señorito acompañado de tortas-, algún rugiazo de palos sin saber de dónde vienen (cada vez menudean más), y otros aconteceres por el estilo, no; no se vive mal.
Tenemos también cursos de rehabilitación pagados, claro. Sin ir más lejos, la única ocasión que me encarcelaron, al salir tuve dos años de paro. Eso sin contar el perfeccionamiento de mi actividad que adquirí en el talego.
El último gaje ocurrió al comenzar mi jornada de trabajo. Serían las once la noche: un taxi, bajan clientes, luz verde. A por él.
Comienza la carrera, descampado, no hay ni dios.
-Buenas pollo, necesito subvención para canutos, birras y, a ser posible, para una prójima, porfa. Te advierto que soy peligroso. Venga la viruta o te pincho.
Para reafirmarme en mi argumento, le puse al colega un cuchillo en su garganta.
-Descuide joven, ahora se la doy, pero afloje que coja la caja o sírvase usted mismo, está en la guantera.
Cabrón de taxista, aparté mi arma para pillar, y me cayó una ración de ostias descomunales; salí del taxi para escapar, y el chofer –qué grande era el hijoputa- detrás arreándome candela. Me zafé de milagro con varios moratones.
Denuncié en el Juzgado; otra ventaja: tenemos justicia gratis.
En la celebración de la vista, el taxista reafirmó los hechos. Al no haber testigos, le hubiera sido fácil eludir responsabilidad negándolo todo.
Declarado culpable, tuvo que pagar el juicio y a mí indemnizarme.
Le hubiera salido más económico concederme la subvención que le exigí la noche de autos.
¡Así aprenderán a respetar los oficios!



Vicente Galdeano Lobera.