Madrid, 1926;
paseo por los jardines de la Residencia de estudiantes, no puedo evitar ciertos
pensamientos, y quiero suponer que los jóvenes que aquí moran, mejorarán el
porvenir y la convivencia de los españoles.
Soy viejo ya y,
desde que tengo uso de razón, sólo he visto y comprobado la desmesurada codicia
y ansias de poder de la clase dirigente, ya sean reyes, militares o políticos;
estos últimos, algunos muy bien preparados pero, aun así, la Primera República
no duró ni un año, y con cuatro presidentes y demasiados intentos de
acantonamientos en la nación. Ahora mismo en la actual dictadura, apoyada por
el rey, veo en el gobierno de Primo de Rivera, a Largo Caballero y a Besteiro
bien apoltronados, y eso que presumen de ser grandes socialistas a favor de la
igualdad. Se les ve atemperados. Al sol que más calienta.
Como médico con
vocación de enseñante, no puedo evitar el pensar y discrepar de una sociedad a
la que pertenezco y, por tanto, me afecta. Aunque no sea mi oficio.
Sin darme cuenta
me encuentro sentado en un banco del jardín. Al poco se acercan dos alumnos de
la Residencia, Salvador y Federico, rondan cercanos a la treintena; con esa
edad, mi inconsciente se resiste a llamarles estudiantes. Pero talento sí que
tienen, y buen trato. Los moradores de esta Residencia proceden de familias
adineradas, lo que no quita que sean intelectuales de calibre.
—Don Santiago, nos
tiene usted que mostrar y explicar sus dibujos; los vemos como tendencia
innovadora pictórica, como el futuro del arte.
A don Santiago se
le hacía difícil decirles que en sus ideas, las de ellos, sólo veía
transgresión, nada que ver con la ciencia.
—Señores, yo no
soy mas que un médico que, mediante mis dibujos, trato de explicar la
composición de diversos tejidos del organismo humano; plasmado para que se
entienda. Inspírense ustedes todo que quieran con mi obra, pero no me metan a
mí en danza.
No lo podían
evitar, tanto ellos como otros insignes residentes, tenían a don Santiago Ramón
y Cajal como referente de lujo. Les cautivaba la excesiva humildad del
científico comparada con la de otros docentes del Centro.
Vicente Galdeano Lobera.