sábado, 31 de diciembre de 2022

Mal ambiente

 

   Cuando nací, mis padres ya no se querían; y a mí no mucho. Es una conclusión a la que llegué con el pasar de los años. Aunque al hacerme más maduro comprobé que lo que les unía era un amor jerarquizado, a la unidad familiar considerada como cuadrilla de braceros o algo así; y todo sectario, prefiriendo más a unos hijos que a otros.

    El ambiente que reinaba en este núcleo era desolador, consistía en trabajo, trabajo, trabajo y, después, más trabajo; pero sin orden ni concierto y, sobre todo, con mal genio y peores caras acompañado de gruñidos. El horizonte que se vislumbraba era limitadísimo; sobre todo para personas sensibles y soñadoras como yo.

    Al nacer tardano, mis hermanos eran entre catorce y dieciocho años mayores, yo era más débil de constitución, y siempre escuchaba las terribles comparaciones; que si a tu edad tu hermano ya hacía esto; con tus años tu hermana ya desarrollaba lo otro, y a su vez haciéndome siempre de menos con respecto a ellos. Por parte de mis hermanos tuve que soportar sus rarezas haciéndome blanco de todas sus frustraciones; nunca estaban contentos, hiciera lo que hiciera; y como premio, repito, malas caras, peores tratos e insultos. El caso es que eran mi familia, los vínculos de sangre tiran y yo no había conocido otra cosa; a mi pesar les quería.

    No deseo a nadie este panorama. Recuerdo escenas así:

    —Al chico habrá que comprarle abrigo –dijo en una ocasión mi padre.

    Yo había cumplido doce años y hacía más de uno que no iba a la escuela, sólo trabajar dieciséis horas diarias.

    — ¿Abrigo? ¿Para qué? se le quedará enseguida pequeño… -Se apresuró a comentar mi hermana con sonrisa de hiena. Ella que nunca le faltó de nada en vestuario. Y yo, que era tan presumido…

    —Pues con el frío de este invierno, no es cuestión de que vaya a cuerpo; pensarán en el pueblo que somos avaros… En fin, vosotros diréis. –En asuntos de compras, mi padre delegaba siempre en mis hermanos y mi madre; si decidían no gastar, mejor.

    O, aquella otra vez que viniendo aterido de frío me acurruqué junto al hogar a calentarme y enseguida saltó mi hermano:  — ¡Este es el que tiene la culpa de todo! ¡No se puede venir a casa y sentarse a la bartola sin preocuparse de nada…!

  Y lo decía él, que ejercía de gorrón y de calumniador correveidile. Pero era el preferido de los padres. De eso se aprovechaba, y del respeto que yo les profería.

    Se había casado y, en vez de irse a su hogar, se quedó en la casa a complicar la vida a todos, sobre todo a mí. Todavía cuando lo veo me da más asco que una serpiente, semejante baboso y arrastrado. Jamás se cansó de meter cizaña contra mí a los padres y familiares. Mal negocio hice con no matarlo.

    Se dice que no hay mal que cien años dure, ni quien lo pueda aguantar. En concreto, me salió el sol cuando el estado expropió las tierras de la familia, busqué trabajo en una empresa privada que, con sus pros y contras, estuve cuarenta años, hasta los sesenta y cinco.


 

 

 

miércoles, 30 de noviembre de 2022

Jauja

 

   Escribió aquella palabra en el cuaderno: Jauja. “Ciudadanos del mundo: España es Jauja, acudir sin demora al país más humanitario y más solidario que hay. Acérquense a este reino donde se les subvencionará, se les alimentará y podrán vagar a sus anchas por sus ciudades y campos. Podrán comprobar, en tierras de don Quijote, la gentileza de sus gentes, que les permitirán a ustedes traer sus costumbres y sus religiones, en los comedores sociales, les servirán con arreglo a sus usos; si es necesario, para no herir susceptibilidades, los españoles quitarán tradiciones tan arraigadas como la Navidad, Semana Santa y otras zarandajas que no sirven de nada. Hagan el favor de venir; podrán comprobar que en lo que promete la llamada, me quedo corto. Vengan y lo verán: Les esperamos; no serán ustedes defraudados”

   La escribidora era María. Estaba convencida, así se lo habían enseñado, que la solidaridad empieza por uno mismo; no hay que dar peces, hay que enseñar a pescar. Pero claro, eso no es políticamente correcto. Hay que ser solidario, humanitario y muy tolerante con otras culturas.

   Ella no entiende que la solidaridad consista en dejar entrar aquí a todo dios sin ningún control sanitario (están brotando cepas de enfermedades que ya estaban erradicadas, incluida la lepra). Gentes que  en sus países eran algo; con sus costumbres, su colorida indumentaria, sus fiestas, sus ganados. Viniendo sin nada, sólo engañados, cuando no con intencionalidad y vicio, se meten veinte por habitación a dormir a relevo, creando conflictos con la vecindad; a eso no se le ve ninguna ventaja, eso no es solidaridad, eso es hacinamiento.

   Tampoco ve claro la permisividad que se les da a las mafias del Este; pandillas de ladrones dedicados a saquear comarcas que ellos saben desprotegidas. Son buenos conocedores de las leyes españolas permisivas con ellos.

   María no está de acuerdo con todo esto. Ella en su trabajo, cada vez se le exige más cobrando cada vez menos, “si no le interesa, tenemos quince esperando”.

   Eso sí, todos logros que se habían conseguido en protección al trabajador, ve como se van desmoronando en connivencia con los sindicalistas. El comedor escolar de sus hijos, cada vez más caro; mientras contempla que otros niños comen gratis y viajan también gratis en bus.

   María escribió todo esto en su cuaderno como una especie de desahogo, para plasmar una opinión sobre la estupidez de la casta que nos desgobierna desde hace años ya; aparte de robar a manos llenas, nos meten en chandríos y no se les exige ninguna responsabilidad. En base a la presunción de inocencia, se forran, se van de rositas, pasa el tiempo, prescriben sus delitos, y un chanchullo tapa otro. Lo escribe en su cuaderno porque si lo habla  según con quien, menos de bonita la tachan de todo.

 

Vicente Galdeano Lobera



miércoles, 26 de octubre de 2022

Bálsamo eficaz

 

— ¡Jabalí! ¡Jabalí! Despierte, que va a abrir la factoría y su camión estorba el paso.

Quien avisaba, un joven flaco como vara de mimbre, acompañaba los gritos con fuertes manotazos en la cabina del camión donde descansaba el “Jabalí”. No tardó en descorrerse la cortina y el flaco vio asomar una jeta con unos ojos ribeteados de rojo que le miraban con furia. Ese rostro, que sí tenía cierto aire porcino –quien lo motejó, se ve que sabía el oficio–, por su boca comenzó a lanzar juramentos y denuestos contra el despertador; sacó el puño por la ventanilla amenazándole, para añadir eso de: si no fueras nuevo, te ibas a tragar los insultos que me has dicho ¡Sabrás que me llamo Matías Ruiz! ¡Apréndetelo bien! ¡Lombriz a dieta! ¡Que pareces una lombriz! Que no soy hombre muy dado a sufrir agravios. Y menos por una sabandija que no tiene ni media bofetada.

— Señor Jabalí, que yo no le insulto; me han dicho que se apellida usted así…

El Matías, enfurecido y medio desvestido como estaba pegó un salto a tierra y puso, otra vez, como un trapo a la “lombriz”. El flaco demostró reflejos y se retiró un par de metros; por si acaso se escapaba alguna torta.

— ¡Ah! ¿Que me llamáis así? Pues ya veráis qué pronto os quito yo la costumbre de injuriar, ya veráis. En esto estaban cuando llegó Valeriano con su camión y se encontró de lleno en el fregado. Optó por templar gaitas:

— ¡Haya paz, señores! ¡Haya paz! Vamos a ver, Matías ¡¿Qué pasa aquí?!

— La lombriz esta, que no para de insultarme…

— Y, ¿qué te ha dicho, pues? ¿Acaso te ha dicho Jabalí?

— ¿También tú? ¡Mira que aquí arderá Troya…!

— Matías, no te enfades, hombre, que esto lo arreglamos enseguida; ya verás.

Valeriano, con semblante risueño, rodeó con su brazo la espalda de Matías, y torciendo la boca para disimular algo su guasa, le dijo algo así como: mira, Ruiz, si te parece bien, en adelante en vez de Jabalí te llamaremos Javi ¿Qué te parece? A que suena elegante ¿Eh?

Las facciones del Matías –que al no entender bien a su amigo, comenzó a reír para no pasar por tonto– se suavizaron y, como el bruto estructural que era entró al trapo y contestó que sí sonaba elegante, sí; y que: hombre, pues si me llamáis Javi, la cosa cambia…, añadió.

Siempre se ha dicho que la música amansa las fieras; pero no es menos cierto que unas palabras escogidas y dichas a tiempo, es bálsamo para los enojos, alivia las penas y obra milagros hasta en las personas más negativas. El asunto parecía arreglado, pero una circunstancia tiró por tierra parte de lo avanzado.

—Señor Javier… –le dijo el flaco.

Matías, al oírse llamar señor Javier (en vez de Jabalí), dedujo que eso era más grado que llamarle Javi, se consideró intelectual y no pudo disimular su esponjamiento; casi puso los ojos en blanco (lástima que los tenía orillados de rojo) de pura satisfacción.

—Dime, camarada, dime; y disculpa los agravios que te he lanzado…

—He de advertirle, señor Javier, que a su camión le falta una rueda y que no podrá entrar a cargar. Si acaso lo retire un poco.

Al Matías le mudó el semblante, arrancó su camión y con mirada torva le dijo al flaco que nanay, lo que tú quieres es colarte. Y con los bríos que le daba su enfado entró a cargar.

Detente, bala; se oyó el señor Javier al subir a la báscula, cuando traigas el camión entero te cargaremos. Así que ¡Marchen!


Vicente Galdeano Lobera


jueves, 29 de septiembre de 2022

Literatos

 

—Señoras y señores, en esta convención de escritores contamos con un autor que todavía no ha publicado con nosotros; pero que pronto sacaremos a la luz su primera novela –Quien hablaba era el delegado de la editorial. Le acercó el micrófono al “autor”.

El aludido, que no había hablado nunca en público y tampoco imaginó, ni de lejos, el tener que intervenir, pillado así de sopetón salió al estrado. Visiblemente azorado no sabía qué hacer ni qué decir; se vio en una encerrona, pero decidió tirar palante y que salga el sol por Antequera. El aludido comenzó su breve discurso con algo así como: buenos días a todos, soy fulano de tal y, para que no haya equívocos conviene llamar las cosas por su nombre; el aquí presente, escritor, lo que se llama escritor no es. Vamos a dejarlo en escribidor. Después pasó a agradecer a los patrocinadores la oportunidad dada; también, medio aclaró que sí, que ha participado en publicaciones de varios libros de antología de relatos y que, con cierta periodicidad, escribe en un blog. Aquí se agotó su exposición y no sabía cómo continuar. Menos mal que echó mano a su móvil (hoy las ciencias adelantan que es una barbaridad), y leyó un borrador de la sinopsis de su obra y, aunque no puso a su lectura la entonación adecuada, la cosa salió como salió y el “escribidor” pudo, más o menos, cubrir el expediente.

El acto continuó con la intervención de otros autores que sería difícil calificar dada la variedad de estilos, pero que lucían soltura en la comunicación; sobre todo para arrimar el ascua a su sardina. Escritores de renombre no se hubieran dado tanta pompa.

Como muestreo cogeremos algunos intervinientes dignos de reseña:

Salió a la palestra un individuo con pinta de viejo –pero mirándolo bien no pasaría de los sesenta–, menudico, pero bastante vigoroso; iba esquilado al cero, con la cara y las orejas color rojizo y bigotes más que medianos; lucía buena barriga que contrastaba con sus piernas flacas; vestía pantalones cortos y calzado deportivo. Este buen señor, autor de un libro de relatos cortos, explicó a la concurrencia en qué consistía un relato corto: Tengan en cuenta, señores, que en muy pocas palabras el relato corto, a pesar de que hay quien lo minusvalora, encierra todo el significado de algunas grandes obras; en poco espacio se tiene que reflejar el planteamiento, el nudo y el desenlace. Esto requiere el hacer malabares con las palabras, vamos. Y se quedó tan ancho; no se dio cuenta de que acababa de explicar lo obvio.

El siguiente orador tampoco necesitaba abuela; era un joven flaco, bastante desgarbado con nariz dispareja y enorme nuez que amenazaba escapar de su delgado cuello; afeitado hasta mitad del cráneo, coronaba su cabeza una mata de cabellos oscuros con bastante desorden. Vestía indumentaria veraniega, con calzón corto, por supuesto. La pinta de este escritor, por lo desastrado, guardaba cierto parlelismo con cieros diputados de nueva hornada, de los que venían a terminar con la "casta", vamos (luego, bien aplotronados, ya no los quitan ni con disolvente). Este joven en su arenga hizo saber a la asamblea que yo soy profesor de universidad, sépanlo ustedes y que en mi libro, consistente en cuatro relatos, se encontrarán situaciones como la vida misma relativo al alumnado, bueno, más bien a las alumnas; como profesor que soy, repitió en plan petulante, y conocedor del asunto, he plasmado situaciones de un realismo a veces incómodo, pero siempre interesante. Como muestra, añadió, leeré cualquier párrafo, elegido al azar (se vio claro que lo tenía marcado), para que participen ustedes en el dramatismo de algunas situaciones. El patrocinador tuvo a bien el advertirle al pollo que tampoco te pases, hombre; lee como máximo tres minutos.

Luego disertó otra conferenciante que se anunció como poetisa. Era esta mujer de amplia envergadura, con cierto aspecto de un cono invertido y ataviada con indumentaria de colorines; su rostro, ancho en la base y con frente estrecha, estaba enmarcado por una cabellera pelirroja que alcanzaba hasta media espalda, muy en desacuerdo con su fisonomía. En su amplio busto se podría colocar, sin peligro de derrame, una bandeja de chocolate con churros para tres comensales. Todo este exceso parecía increíble el sostenerse sobre unas piernas muy delgadas y unos zapatos con tacón de aguja. La señora, después de disertar sobre su obra dijo eso de “ahora me gustaría leerles uno de mis poemas”. Error garrafal; de seguro que los versos de la dama serían elocuentes y adecuados, incluso buenos, pero la apreciación de su auditorio debía ser nula. Ante semejante anuncio se empezó a notar movimientos raros entre el público con ruidos de arrastramientos de sillas incluidos; se veía clara una retirada casi en desbandada. La dama, viéndolas venir desistió de su declamación. Menos mal.

A toro pasado, el escribidor se dio cuenta de que no es león tan fiero como lo pintan. Vio que entre los concurrentes abundaba una mediocridad sazonada de bastante pedantería. Con algo de serenidad hubiera salido más airoso en su discurso. Deberá aprender a no minusvalorarse ante otros.


Vicente Galdeano Lobera



miércoles, 3 de agosto de 2022

Lance curioso

 

En el restaurante pululaba un tal Marquitos, ejercía de camarero mayor y era muy servicial y eficiente; este hombre aparentaba unos sesenta años, pesado, algo talludo, pelo entrecano, sin bigote, ojos marrones, rostro ensombrecido y un movimiento al andar como de barco en mar serena. Entre la clientela había dos damas con ganas de pitorreo que no le quitaban ojo, y con suficiente atractivo como para marear al más pintado.

—Marita…, el barman que nos atiende parece buen profesional, pero, ¿te has fijado en sus andares?

—Sí que anda raro, sí; si le colgaran un cencerro apenas lo haría sonar.

—Que digo yo, que sería interesante comprobar la eficacia de esta persona en trance amoroso…

—Sería cuestión de cercionarse. Pero yo auguro que estos fulanos tan vulgares y que se conducen tan pausados, por fuerza tienen que arrojar mucho rendimiento en la cama.

—Venga pues, a este sujeto lo embolicamos y lo llevamos a tu casa. Tú te encamas con él y yo, bien camuflada, grabaré el lance. Sin sacaros el rostro, claro; luego lo colgamos en la red y con lo que paguen nos pegamos una semana de vacaciones ¡¿Qué te parece?!

— ¿Yo…? De eso nada, monada; que mi menda no tiene el gusto estropeado. Si acaso lo hacemos al revés: te revuelcas tú y yo os grabo.

Después de un tira y afloja, lo echaron a suertes y le tocó el tumbar al camarero a Marita. Fue sencillo, con unas leves insinuaciones y pestañeos entremezclados con sonrisas prometedoras, el Marquitos entró al trapo.

Seguido el protocolo del galanteo y preámbulo amatorio, llegó la hora de la verdad y antes de entrar a matar, Marita tuvo a bien advertir al Marquitos que si no será usted de esos que apenas comienzan ya terminan –sólo de pensarlo se ponía cardíaca y hasta se olvidó de que su amiga los estaba grabando–. Si quiere usted algo, deberá prometer buena productividad, que si no, no juego ¿Queda claro?

—Tranquila, prenda…, cuando en mi pueblo me llaman “Marquitos el melenas, caprichito de las nenas”, por algo será ¡Vamos, digo yo! Le prometo a usted una noche inolvidable; se enamorará de mi, seguro –faroleó el Marquitos que jamás se había comido una rosca.

Cuando él con brusquedad intentó desvestirla, ella, que no necesitaba ayuda, le mostró con gracia insinuante su espléndida figura apenas velada con lencería fina; Marita pedía placer, también estaba dispuesta a darlo.

No hubo comienzo, ni terminación, ni nada… Ya en la cama el Marquitos se quedó flojo y empezó a acariciarla. Después de varias tentativas desesperadas ella vio claro que aquello era, como poco, un gatillazo como la copa un pino y que este fulano que no ofrece rendimiento, no me toquetea más.

Ella saltó del lecho y comenzó a hacer castañetas con los dedos y chasquidos con la lengua como cuando se arroja a un perro que estorba: ¡Largo de aquí, pendejo!

En su humillación, Marquitos vio claro que su juventud se había evaporado hacía mucho tiempo.

El realismo del lance grabado permitió a Marita y a su amiga marchar de vacaciones.



Vicente Galdeano Lobera


domingo, 31 de julio de 2022

Acoso

 

    Afortunado en el juego, desgraciado en amores; dice el refrán. Pero Manuel no se consideraba encasillado en ninguna de las dos situaciones; en la primera, él no era jugador y en la otra no había ido a buscar nada. Sólo Patricia que se había encaprichado en él, y no lo dejaba ni a sol ni a sombra acosándolo sin cesar.

    Acudió al casino con intención de huir hacia adelante, para paliar los efectos de la tormenta interior que padecía. Se jugaría el sueldo del mes. Manuel, de carácter muy reservado no hacía partícipe a nadie de sus padecimientos; a su familia para no preocuparla, y a sus amigos tampoco, por evitar habladurías, o quizá burlas. Se lo tragaba todo él.

    El caso es que esa noche la suerte le sonrió y ganó una buena fortuna. Lo suficiente para comprar casa, coche y resarcir bien a sus padres, que a cada paso tenía que escuchar: “Nosotros, a tu edad, nos desvivíamos por ganar dinero y darte buenos estudios y un porvenir, y tú solo te empleas en ocupaciones que ni te mantienen”. Manuel, de veintinueve años, había conseguido empleo fijo y contribuía a los gastos de casa. Nunca contentaba a su familia. Pero ahora le daba todo igual.

    Al entrar a su habitación no resistió a encender el móvil, lo había dejado apagado, tenía más de cien whatsap y montón de llamadas perdidas; comenzó a inquietarse, eran de Patricia; estaba mirando esto cuando un nuevo mensaje saltó a la pantalla: “No pienses que te vas a librar de mí tan fácil. Te voy a demandar por violencia de género y te encarcelarán; verás qué risa. Además estoy embarazada y reclamaré tu paternidad y nos tendrás que mantener a mí y a mi hijo”. Iba a contestar cuando sonó el móvil; descolgó.

    — ¿Dónde has estado? ¿Por qué te escondes de mí?

    —Yo no me escondo, Patricia, aclaré que no me interesas; dejamos zanjado el asunto… -Manuel ya veía venir el consabido sermón, se le hacía insoportable, le alteraba y siendo de carácter blando no acertaba a contestar adecuadamente y quitársela de encima de una vez. Aun así le dijo que el hijo no era suyo, que en la semana escasa que salieron, habían intimado sólo dos veces; y con precauciones, “tú sabrás de quien es”.

    — ¡Estás pisoteando mi dignidad, Manuel! ¡No tolero insultos! —Deja de fingirte digna, Patricia, tú tienes de digna, lo que yo de obispo. No pasas de ser, digamos, “normalita”. –Patricia pertenecía a una especie de secta donde se traficaba con drogas; vio el asunto peligroso y él no tenía vocación de implicarse ni de lejos. —Me voy a matar, Manuel, dejo una carta en la que te implico en negocios turbios y te acuso de asesinato. Eso sin contar el repaso que te darán unos emisarios que te mandaré. Adiós.

    —Espera, Patricia, voy enseguida… Pero no te mates. --Ella colgó.

    La encontró en un almacén donde el padre de ella guardaba herramienta; Patricia portaba una radial y amenazaba darle marcha y seccionarse. —¡Patricia! ¡Suelta eso, podemos hablar! –Manuel, con disimulo quería desconectar la cortadora de la red- —¿Hablar? Si no prometes casarte conmigo me mato… -Retrocedía de espaldas con la radial a punto- ¡Quieto! ¡Como des un paso más, me mato! Patricia continuaba retrocediendo, con tan mala suerte que tropezó con algo del suelo cayendo de espaldas y conectando sin querer la sierra. Fue un momento, la máquina cortó la muñeca y una pierna de Patricia. Se desangró y tardó poco en morir.

    Huyó, le entró pánico, se veía en interrogatorios inquisitivos de la policía y, lo que es peor, a su familia echándole la culpa de todo y “que ellos no merecían eso después de toda una vida trabajando por él”.

    Volvió a casa, sus padres estaban en el pueblo, agarró la escopeta y zanjó el asunto.

 Vicente Galdeano Lobera

martes, 28 de junio de 2022

Reclamo eficaz

 

   Lo pensó un rato, la fotografía de Lucrecia le cautivó; repasó los datos. Dijo a la señora que le interesaba Lucrecia. Esa misma noche le dijo a su esposa que seguiría adelante con el desafío; había elegido la otra ficha. “Pero sólo como juego ¿eh? Sabes perfectamente que te quiero; no te cambio por nadie”. Ella quedó confusa, palideció; no esperaba esa reacción de su marido “¿Qué sabor de boca te quedaría a ti si yo elijo al calvo?”

   —Puedes hacer lo que te plazca, a mi entender no es nocivo echar un poco de pimienta a nuestra relación. Nadie se enterará.

   Ella, callada, presintió algo parecido al paso de un nubarrón que no traería nada bueno. —También podemos organizarnos entre los tres —continuó él—. O, si prefieres, entre los cuatro.

   Ahora sí; ella vio desplomarse los veinte años de convivencia.

   En la entrevista, comprobó que Lucrecia era, a sus espléndidos cincuenta años, mucho más guapa que en la foto; de elegancia natural, su atractivo aumentaba con el tiempo. Quedó prendado también de su conversación desenvuelta, Adivinaba que tenía mucho mundo; extrañó que una mujer tan perfecta recurriera a agencias para relacionarse.

    Desde el primer momento ella planteó que al ser los dos adultos convenía dejar claros detalles de futura convivencia. Sí, le gustaban las flores y la música…

   —En cuanto a perros, prefiero las “perras”; no soporto bichos en casa.

   Estupefacto por la objeción, pensó que el caniche lo regalaría.

   —Prenda, estoy para complacerte en todo…

   —Así me gusta –dijo sonriendo. De todas maneras pondremos un tiempo prudencial antes de comprometernos ¿Te parecen tres semanas?

   —Lo que tú digas, reina; he decidido que te querré siempre.

   —Yo también a ti, amor. Pero tendremos que pagar los honorarios de la agencia esta semana.

   Esos detalles realistas en boca de ella le encantaban. Desdeñó sin disimulo a su mujer, dejó también las reuniones de amigos; ni se dio cuenta un día cuando llegó a casa que su esposa no estaba; “habrá ido a visitar a su madre”, pero ya no volvió.

   Inesperadamente, Lucrecia le anunció que no estando segura de su amor, convenía cortar. Veía en él un hombre sensato, pero ella no quería ataduras. “Otra vez será, tesoro”.

   Quedó entristecido, se había ilusionado en exceso y lo habían plantado. Intentó contactar con su mujer, sin éxito.

   Una nota llegada a casa, le abrió los ojos:

   No hace falta ser muy listo para ver que la tal Lucrecia es un reclamo de la agencia para exprimir incautos. Una vez compensada  la merma que le has pegado a nuestra cuenta corriente, vete donde quieras. Te crees un conquistador y no pasas de ser un mamarracho.

   Dos bofetadas no le hubieran hecho tanto daño como el mensaje de su esposa.

 

 

 Vicente Galdeano Lobera


lunes, 30 de mayo de 2022

Guitarra

 

   Soy una guitarra; eléctrica, aclaro. Sirvo para que un buen intérprete me arranque sonidos bellísimos.

   A diferencia de mi hermana la guitarra clásica, puedo competir e incluso resaltar en volumen con cualquier instrumento, sea de viento o percusión. La forma la tengo casi igual que la clásica, pero con un corte o dos en el cuerpo donde se une al mástil. Es para acceder el guitarrista a las notas más altas del diapasón.

   Asimismo, me han dado forma de rectángulo, de flecha, de ancla… Pero esos diseños no han tenido éxito. La belleza la sigo manteniendo en las formas convencionales, con  variación de construcción de cuerpo macizo o hueco incrustando perforaciones en forma de efe para variar el sonido.

   Para elaborarme emplean madera de aliso, caoba, fresno o pino para el cuerpo; el mástil está hecho de una o varias piezas de madera, arce o caoba, a veces cubierto el diapasón de una capa de madera dura, palorrosa, ébano; y tiene también una barra de acero en su interior llamada alma, con el fin de resistir la tensión de las cuerdas y mantener la linealidad del mismo. Aparte de cuerpo y mástil ya nombrados, tengo más componentes: clavijero, ceja, trastes, diapasón, pastillas, controles de volumen y tono, selector, puente, golpeador, palanca vibrato, y distintos logotipos que me dan personalidad y me hacen codiciada.

   Suelo estar, aparte de tiendas de música, en casas de artistas y aficionados. Mi precio varía; para tocar en directo suelo estar en la gama de mil quinientos euros. A partir de ahí puedo subir hasta los quince mil y más. Por otra parte, desde cien euros también me construyen, pero mi sonido es muy pobre. Me usan en locales de ensayo con vistas al directo con el grupo. Compruebo que disfrutan y se emocionan tocándome en el escenario.

   Me manejan gente muy dispar; desde aficionados que me muestran exquisita reverencia, a intérpretes consolidados como Dylan que me dejó olvidada en un avión; no se lo perdonaré nunca. He visto a un señor que de joven no me tuvo, venir con sus  hijos a la tienda y comprar una Fender americana a cada uno; y gozar viéndoles tocar   en directo.

   Me inventaron a mediados del siglo XX. Quien me ideó fue un electricista, Leo Fender, constructor de radios con piezas de repuesto. Este hombre patentó las maravillosas Fender. Canciones como Apache, Jinetes en el cielo, El bueno, el feo y el malo no se conciben sin mi brillante y limpio sonido. Lo mismo que las canciones de los Beattles no serían lo mismo sin las guitarras Gretsch y las Rickenbacker. En general, toda música a partir de los años cincuenta a la actualidad me ha hecho perdurar con el mismo formato. Hay quien afirma que, excepto las mujeres, soy lo más bonito que existe. 

   Y no es vanidad.

 

 Vicente Galdeano Lobera.


miércoles, 27 de abril de 2022

La veleta es como un compendio de pareceres


    Encarnita había cumplido ya los treinta y, recién terminados sus estudios, se puso a trabajar en la empresa privada. Pero el nivel de exigencia le producía ansiedad. Desistió.

Con mi titulación no tengo porqué aguantar esto, pensó.

    Cambió de rumbo. “Opositaré, agarraré una buena plaza que, cómodamente, me solucionará la vida” –decidió. Pero ante semejante avalancha de afines y la temática difícil, renunció también. Intentó meterse en las Fuerzas Armadas; no pudo ser, estaba fuera de la edad reglamentaria.

    Otro giro. Al vivir cómodamente con sus padres se arrimó a un partido político con la esperanza, con disciplina y adoctrinamiento adecuados, hacer carrera. Ahí no exigían nada; sólo sumisión. Le gustó. Emanaba una música de fondo ambiental que reflejaba solidaridad, buenismo, ayuda a marginados…, todo a raudales, con palabrería adecuada.

No cobraba; pero si salían elegidos, le procurarían un puesto bien remunerado. Con esta esperanza, Encarnita se dedicó de lleno a manifestarse, según guión, contra la xenofobia, el machismo, violencia de género… Ah, y a favor de quitar fronteras y subvencionar a los parados. Sublime.

    —Compañera, vas a poder aplicar solidaridad sin salir de casa –díjole un superior- hemos concedido una vivienda a unos marginados en tu bloque.

    Encarnita vio venir el nubarrón; barruntó que la veleta de sus pareceres tomaría otro giro; no contaba con esto. Aun así respondió: Fenomenal, compañero.

    Eran extranjeros; en pocos días pusieron las zonas comunes hechas un cristo. Alborotaban a deshora, robaban, no pagaban comunidad, ni electricidad ni agua…

    Comprobó que una cosa es predicar y otra dar trigo. Sus ideas solidarias le desaparecieron a velocidad de vértigo. Tuvo que denunciar.

    —Parece mentira compañera; has traicionado al partido, veíamos en ti el ejemplo y espejo de bondad y solidaridad y resultaste una intolerante aferrada a ideas capitalistas.

    Esto se oyó Encarnita de un mandamás del partido. De los que llevan guardaespaldas, de los que se forran, de los que  predican la igualdad.  

 

 

Vicente Galdeano Lobera


miércoles, 30 de marzo de 2022

Taller de escritura


Con riesgo de evacuar fuera de tiesto, dado el carácter de mi blog, me atrevo a opinar sobre el alumnado del Taller de Escritura del que formé parte hace tiempo.

El dilema es de órdago; el plantel de escribidores del curso, dada la calidad y heterogeneidad de estilos, es difícil de evaluar; procederemos por orden alfabético. Vamos allá.

Febrel; hombre ilustrado que con sentido del humor nos deleita con relatos atractivos ricos en expresiones y trazos históricos. Sigue así, Pedro.

Giménez; mujer trabajadora constante que toca todos estilos con acierto plasmando con habilidad los encargos de la maestra. Es autora de un magnífico libro de relatos. Gracias, Maria-Jesús.

Lacoma; Hombre pragmático y bregado en literatura, Escribe y dice con corrección lo que quiere decir. Adelante, Isidro,

Martínez; la conozco apenas, como yo mismo, acude poco a clase; aun así ha presentado dos relatos para el libro en común. Bien, Ascensión; todo se andará.

Pabán; Hombre que más que escribir, recita historias -con excelente voz-, de los valles oscenses; como la vida misma. Fabuloso, Chema.

Puértolas; autora de narraciones de notable calidad que el buen timbre de su voz les da realce. Y sus comentarios también. Enhorabuena, Marga.

Pueyo; magnífico administrador y escribidor de historias personales que tienen el valor añadido de su humildad. Un abrazo, Jesús.

Ramón; autora con mucha personalidad que demuestra con sus acertados comentarios y opiniones sobre el alumnado. Escribidora notable. Muy bien, Tere.

Reblet; Escritora de la que puedo opinar poco; la asistencia a clase no es su fuerte. Su relato plasmado en el libro sobre una guerrillera, me ha encantado. Excelente, Carolina.

Redondo; nuestro delegado es plasmador fiel a diversos estilos que propone la maestra escribiéndolos con calidad. Muchas gracias, Agustín.

Roy; autor que se lleva la palma en humor, ironía y naturalidad. No encuentra dificultad en los distintos temas propuestos por Rosa. Adelante, Jose-Luis.

Serna; poco puedo opinar de esta autora, por problemas personales asiste poco a clase. Aun así, ha publicado en el libro común. Adelante, Candy.

Simoes; con la iglesia hemos topado; hay que poner mucha atención al escuchar sus relatos. Sólo al leerlos, aprecias la buena calidad de su escritura. Felicidades, Gilmar.

Quedo yo; pero no soy el más indicado para catalogar mi escritura. Tienen que ser otros. Aun así me atrevo a señalar que en mis relatos, es difícil encontrar uno donde, venga a cuento o no, no se repartan severas tandas de palos aplicadas a los malos ¡Qué le vamos a hacer!

Como conclusión, se puede añadir, dados los estilos observados, que si empleáramos el rato de clase en asuntos literarios en vez de andar por las ramas con temas que no vienen al caso, seríamos algo muy similar a la flor y nata de la intelectualidad. A nivel elemental, claro.



Vicente Galdeano Lobera.


viernes, 18 de febrero de 2022

Tándem peculiar

 

Ernesto y Quillo Pi, asociados, formaban un tándem, como poco, peculiar; la genética no había sido muy coherente con ellos, y eso que eran hermanos. Era todo un poema el verlos juntos; Ernesto era alto, grueso, con las piernas como pilares, con un cuello de toro más ancho que su cráneo; en cambio el Quillo, era chiquito, con un aire de colibrí, pero movedizo e inquieto como una ardilla y era difícil el verlo reposado. A pesar de tan distinto tamaño, o quizá por eso, se entendían bien; y eso que eran hermanos. Estos asociados eran muy emprendedores y servían lo mismo para un roto que para un descosido: eran vinateros, mieleros, pajariteros, cazadores…, también criaban perros de raza y hurones y componían aperos para el campo y arreglaban bicicletas. Además, bajo encargo, trabajaban y podaban viñas y frutales.

—Oiga, ¿y no discuten…? —Preguntó alguien.

—Pues, no. La verdad es que no les queda tiempo.

—Claro, así cualquiera prospera y se hace rico.

—Bueno, pues inténtelo usted y a ver qué sale…

Los hermanos habían notado cierta merma en las ventas de su almacén y decidieron consultar con Emilio el Cojo, hombre amarillento y de aspecto desagradable, que sin oficio ni beneficio era un metomentodo y cubría la plaza de primer alcahuete del lugar. Este hombre daba el pego, procuraba sacar tajada de todo y tenía cierta fama de instruido.

—Pero… ¡Hombres de Dios! ¿No se han dado cuenta ustedes que hoy en día las ciencias adelantan que es una barbaridad? ¿eh? Dado que acuden muchos turistas a visitar la comarca, lo que tienen que hacer ustedes es anunciarse.

—Pues nuestra madre, que en gloria esté, siempre decía: “el buen paño en el arca se vende”… –dijo el colibrí.

¿Que el buen paño en el arca se vende? Vamos, no me haga usted reír, Quillo; a otro perro con ese hueso. Hoy en día, háganme caso, hay que ponerse a la altura de lo que mandan las circunstancias. Miren, para empezar me ofrezco, por un módico precio, a confeccionarles un letrero anunciando sus géneros y ponerlo en la entrada de su establecimiento. Incrementarán el rendimiento de su negocio, seguro. Y si además contrataran a una empleada para despachar, sería mano de santo para forrarse, señores. Precisamente el próximo mes viene mi sobrina Jesusa que estaría encantada de colaborar con ustedes.

Venga pues, háganos usted el cartel y que venga a colaborar la Jesusa también, y a ver qué pasa; por probar poco se pierde.

Emilio el Cojo ya tenía terminado el letrero con amplios caracteres y color adecuado cuando acertó a pasar por su casa el padre Damián, párroco del pueblo. El Cojo le mostró su obra y el cura casi se desmaya. El cartel decía así:

Hernesto Pi y ermano, asociados. Benta de bino, orugo, miel y productos del campo. Gilgueros y berderones cazados con red. Camadas de perros de caza y urones. Se hacen trabajos agricolas.

Pero, cuidado que eres bruto, Emilio; aparte de las faltas de ortografía hay actividades que son de tapadillo y que no se pueden anunciar –le sermoneó el padre Damián– ¡A quién se le ocurre poner lo de la caza de pájaros con red, la venta de orujo y la cría de hurones! ¡Has de saber que todo eso está prohibido! ¡A ver si aprendes! Venga, borra todo y te diré qué has de apuntar.

Una vez enmendado, el rótulo decía:

Hermanos Pi, asociados. Venta de vino y miel de cosechero. Productos del campo de calidad. Perros de caza. Se arreglan aperos agrícolas y bicicletas.

Poner el cartel y subir las ventas como la espuma fue todo uno. Y no te digo nada cuando se puso la Jesusa de dependienta: el negocio marchó viento en popa.

La verdad es que la Jesusa era mujer bien compuesta –algún tiquismiquis la tachaba de gorda–, que con su cintura estrecha, sus amplias caderas y demás atributos bien puestos y bien proporcionados atraía y tenía embobado al paisanaje y, sabedora de su gracia, no le importaban las miradas llenas de deseo que era objeto. Es más, Jesusa, halagada, revoloteaba adrede por el almacén y colocaba cosas en las estanterías, o barría la estancia. Sus movimientos rápidos levantaban a veces el ruedo de su falda por encima de sus rodillas dejando ver sus muslos aguerridos y esculturales, o, cuando se inclinaba, también aposta, a coger algo, descubría el comienzo de sus pechos, sueltos y soberbios bajo el ligero atavío de seda. Los clientes, encendidos, la observaban y no perdían ni un movimiento de la dependienta.


La verdad es que a Ernesto Pi, el mariposeo de su esposa Jesusa por el almacén ya no le hacía gracia; ni pizca (la Jesusa, cuando el gigante la pidió en matrimonio, vio que allí había tomate, pasó de romanticismos y dijo que sí, mi amor; en adelante seré la dueña del cotarro, digo… de tu corazón, y te amaré más allá del hasta que la muerte nos separe). Pero lo cierto es que el negocio marchaba y se estaban enriqueciendo. Aun así, Ernesto caía de vez en cuando a deshora por el colmado a ver que carajo pasa aquí. Miraba con altanería a los clientes dándoles a entender que aquí en único que tantea a la Jesusa es mi menda; sépanlo ustedes.

Menos gracia le hizo aún cuando pilló a su esposa con el Quillo en la trastienda en plena faena. Era digno de ver cómo el pajarito agarraba y acometía con fiereza a su Jesusa que se deshacía de gozo (ella veía en su cuñado una insignificancia, pero le apeteció probar a ver qué tal funcionaba un pigmeo, puesto que el grande la tenía desatendida).

Los aldabonazos que sonaron en la puerta del almacén libraron al Ernesto de cometer una barbaridad. Era mosén Damián, que vio entrar al gigante un poco antes y olió la tostada; además, como confesor estaba en el ajo, fue al grano:

—Que digo yo, hijo mío, en nombre de la caridad cristiana, si no te costaría mucho el mirar para otro lado…

— ¿En qué, padre? –Al Ernesto, al ver al cura le desapareció la ira; de golpe.

—En lo que tú sabes, hijo mío… Al fin y al cabo los humanos estamos llenos de flaquezas. Acércate a la parroquia y hablamos en secreto de confesión. Te espero.

Pero, bueno… ¿Se vengó o qué? –Quiso saber uno.

— ¡Hombre…! Vengarse, lo que se llama vengarse, no sé; sería cuestión de indagar. Aseguran que fue a la parroquia y dijo: Ave María Purísima, padre mío, vengo a confesarme.



Vicente Galdeano Lobera




sábado, 8 de enero de 2022

Don Goyo, singular veraneante


Don Goyo, veraneante de pro, junto con dos lugareños se habían puesto ciegos de comer en un mesón de la comarca. Don Goyo, no tenía perro en el bolsillo y sabía estirarse, sobre todo cuando estaba a gusto; de ahí su prestigio, que anduviera siempre acompañado, que le bailaran el agua y que le pasaran por alto algunos defectillos. Don Goyo, dijo que sí, que las viandas muy bien, pero sacó a relucir que, este mismo almuerzo servido por camareras guapas nos hubiera sentado mejor, amigos míos. Porque yo, sin ir más lejos, allá en la ciudad, por mi profesión de formador, me codeo con gente importante y siempre acudo a restaurantes atendidos por féminas de calibre. Lo que pasa es que ustedes apenas han salido del terruño y no se si me entienden.

La estampa de ese señor con sus cincuenta y tantos mal llevados no era precisamente la de un sex symbol, pero su indumentaria cumplía a rajatabla –según él– las más avanzadas tendencias veraniegas; a saber: disponía de buen repertorio de gorras visera color chillón para tapar su calva; playeras estampadas con palmeritas y varios motivos veraniegos, calzones cortos de plexiglas con tonalidades que dejaban corto al arco iris y que en días calurosos no desprendían buen olor; iba calzado siempre con sandalias cangrejeras. Todo de marca, eso sí.

Pero, entre los naturales del valle había división de opiniones sobre don Goyo; unos afirmaban que había llevado un aire de modernidad a la comarca; otros opinaban que don Goyo, que se creía importante, no pasaba de ser un mindundi y un cantamañanas. Oriundo del valle, a los dieciocho años marchó a la ciudad; “Goyito va a estudiar para cura”, dijeron; pero los mal pensados aseguraban que lo del seminario solo era una patraña para librarse de la mili. No hay certeza de que llegara a cantar misa, pero ya en la trentena tenemos a Goyito como bedel (para darse pompa, él siempre se nombraba como adjunto de enseñanza) en los Escolapios de Albacete. El caso es que, en su ocupación, disfrutaba de dos meses largos de vacaciones y ese año se decidió por disfrutarlas en su pueblo.

Los dos lugareños, que sí que le entendían, pillaron rebote y le dijeron a don Goyo eso de, a ver si piensa usted que somos tontos, o qué; mire, le vamos a llevar a la Venta de las Gallegas, que son dos hermanas mellizas, una morena y una rubia, que sólo de verlas marean al más pintado, y tienen unas hechuras que quitan el hipo. Conque déjese de monsergas y arreando.

Hubo mala suerte, al llegar, don Goyo entró al local como un rayo a comprobar in situ las aseveraciones de sus amigos, pero en vez de las “gallegas” –era su día de asueto–, a quien encontró fue a la señora Patro, mujer vieja con cierto aire de lechuza; era buena cocinera, aunque algo sorda; sobre todo cuando quería:

— ¡Jesus…! ¡¿Aún dura la feria de agosto?! Juraría que terminó la semana pasada… –Sin duda la señora Patro, al verlo de esa guisa, confundió a don Goyo con un payaso. Bueno, quizá hizo como que se confundió.

Perplejo, don Goyo no entendió la alusión de la doña.

— Oiga, señora… Que no sé de qué me habla.

— ¿Mande? Nada, no me haga caso, como viste tan moderno, pensé que era un artista.

— ¡Señora! ¡Que soy un veraneante!

— ¿Mande? ¡Ah! Que es usted comandante, pues a sus órdenes…

Los otros, que entraban escucharon el diálogo.

— Discúlpela, don Goyo, que con la señá Patro, entre un poco sorda que es y otro poco que se lo hace, no hay manera de atar cabos. Otro día con las mellizas nos entenderemos mejor –se dirigieron a ella–; sírvanos una botella de cava, señora.

— ¿Mande?

— ¡Cava! ¡Cava…!

— ¡No me da la gana…! Que una servidora bastante ha tenido que cavar la tierra de joven. Sépanlo ustedes.

— ¡Codorníu, Codorníu…! Sírvanos Codorníu, señora –Jope, hoy la doña está como una tapia.

— ¡Ah! Haber hablado claro, hombre; los señores serán servidos –y va y les saca una botella vino y almendras.

—Oiga, pero… ¡Nosotros no hemos dicho eso…!

— ¿Mande? Tranquilos, enseguida les pongo lo otro; esto es para que vayan haciendo boca.

Agotaron lo servido y aún tardó buen rato a salir doña Patro; tanto, que a don Goyo le dio tiempo de ponerse más que insoportable: que si, vaya dónde me traen ustedes; que si, yo que quería ver mujeres guapas; que si, me traen a la guarida de una bruja, que además es sorda; que si ya lo decía yo; que si, ustedes no entienden... La cosa se ponía tirante y hubieran terminado mal si no llega a aparecer doña Patro con una enorme bandeja de codornices (la mujer entendió codornices en vez de Codorníu) encebolladas y otra con ensalada. Todo muy bien aviado.

—Y ahora ¿Qué hacemos? Con esta mujer no hay manera de razonar.

Con resolución, agarraron las bandejas y se marcharon. Ya tenemos cena.


Vicente Galdeano Lobera