sábado, 8 de enero de 2022

Don Goyo, singular veraneante


Don Goyo, veraneante de pro, junto con dos lugareños se habían puesto ciegos de comer en un mesón de la comarca. Don Goyo, no tenía perro en el bolsillo y sabía estirarse, sobre todo cuando estaba a gusto; de ahí su prestigio, que anduviera siempre acompañado, que le bailaran el agua y que le pasaran por alto algunos defectillos. Don Goyo, dijo que sí, que las viandas muy bien, pero sacó a relucir que, este mismo almuerzo servido por camareras guapas nos hubiera sentado mejor, amigos míos. Porque yo, sin ir más lejos, allá en la ciudad, por mi profesión de formador, me codeo con gente importante y siempre acudo a restaurantes atendidos por féminas de calibre. Lo que pasa es que ustedes apenas han salido del terruño y no se si me entienden.

La estampa de ese señor con sus cincuenta y tantos mal llevados no era precisamente la de un sex symbol, pero su indumentaria cumplía a rajatabla –según él– las más avanzadas tendencias veraniegas; a saber: disponía de buen repertorio de gorras visera color chillón para tapar su calva; playeras estampadas con palmeritas y varios motivos veraniegos, calzones cortos de plexiglas con tonalidades que dejaban corto al arco iris y que en días calurosos no desprendían buen olor; iba calzado siempre con sandalias cangrejeras. Todo de marca, eso sí.

Pero, entre los naturales del valle había división de opiniones sobre don Goyo; unos afirmaban que había llevado un aire de modernidad a la comarca; otros opinaban que don Goyo, que se creía importante, no pasaba de ser un mindundi y un cantamañanas. Oriundo del valle, a los dieciocho años marchó a la ciudad; “Goyito va a estudiar para cura”, dijeron; pero los mal pensados aseguraban que lo del seminario solo era una patraña para librarse de la mili. No hay certeza de que llegara a cantar misa, pero ya en la trentena tenemos a Goyito como bedel (para darse pompa, él siempre se nombraba como adjunto de enseñanza) en los Escolapios de Albacete. El caso es que, en su ocupación, disfrutaba de dos meses largos de vacaciones y ese año se decidió por disfrutarlas en su pueblo.

Los dos lugareños, que sí que le entendían, pillaron rebote y le dijeron a don Goyo eso de, a ver si piensa usted que somos tontos, o qué; mire, le vamos a llevar a la Venta de las Gallegas, que son dos hermanas mellizas, una morena y una rubia, que sólo de verlas marean al más pintado, y tienen unas hechuras que quitan el hipo. Conque déjese de monsergas y arreando.

Hubo mala suerte, al llegar, don Goyo entró al local como un rayo a comprobar in situ las aseveraciones de sus amigos, pero en vez de las “gallegas” –era su día de asueto–, a quien encontró fue a la señora Patro, mujer vieja con cierto aire de lechuza; era buena cocinera, aunque algo sorda; sobre todo cuando quería:

— ¡Jesus…! ¡¿Aún dura la feria de agosto?! Juraría que terminó la semana pasada… –Sin duda la señora Patro, al verlo de esa guisa, confundió a don Goyo con un payaso. Bueno, quizá hizo como que se confundió.

Perplejo, don Goyo no entendió la alusión de la doña.

— Oiga, señora… Que no sé de qué me habla.

— ¿Mande? Nada, no me haga caso, como viste tan moderno, pensé que era un artista.

— ¡Señora! ¡Que soy un veraneante!

— ¿Mande? ¡Ah! Que es usted comandante, pues a sus órdenes…

Los otros, que entraban escucharon el diálogo.

— Discúlpela, don Goyo, que con la señá Patro, entre un poco sorda que es y otro poco que se lo hace, no hay manera de atar cabos. Otro día con las mellizas nos entenderemos mejor –se dirigieron a ella–; sírvanos una botella de cava, señora.

— ¿Mande?

— ¡Cava! ¡Cava…!

— ¡No me da la gana…! Que una servidora bastante ha tenido que cavar la tierra de joven. Sépanlo ustedes.

— ¡Codorníu, Codorníu…! Sírvanos Codorníu, señora –Jope, hoy la doña está como una tapia.

— ¡Ah! Haber hablado claro, hombre; los señores serán servidos –y va y les saca una botella vino y almendras.

—Oiga, pero… ¡Nosotros no hemos dicho eso…!

— ¿Mande? Tranquilos, enseguida les pongo lo otro; esto es para que vayan haciendo boca.

Agotaron lo servido y aún tardó buen rato a salir doña Patro; tanto, que a don Goyo le dio tiempo de ponerse más que insoportable: que si, vaya dónde me traen ustedes; que si, yo que quería ver mujeres guapas; que si, me traen a la guarida de una bruja, que además es sorda; que si ya lo decía yo; que si, ustedes no entienden... La cosa se ponía tirante y hubieran terminado mal si no llega a aparecer doña Patro con una enorme bandeja de codornices (la mujer entendió codornices en vez de Codorníu) encebolladas y otra con ensalada. Todo muy bien aviado.

—Y ahora ¿Qué hacemos? Con esta mujer no hay manera de razonar.

Con resolución, agarraron las bandejas y se marcharon. Ya tenemos cena.


Vicente Galdeano Lobera



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