jueves, 29 de septiembre de 2022

Literatos

 

—Señoras y señores, en esta convención de escritores contamos con un autor que todavía no ha publicado con nosotros; pero que pronto sacaremos a la luz su primera novela –Quien hablaba era el delegado de la editorial. Le acercó el micrófono al “autor”.

El aludido, que no había hablado nunca en público y tampoco imaginó, ni de lejos, el tener que intervenir, pillado así de sopetón salió al estrado. Visiblemente azorado no sabía qué hacer ni qué decir; se vio en una encerrona, pero decidió tirar palante y que salga el sol por Antequera. El aludido comenzó su breve discurso con algo así como: buenos días a todos, soy fulano de tal y, para que no haya equívocos conviene llamar las cosas por su nombre; el aquí presente, escritor, lo que se llama escritor no es. Vamos a dejarlo en escribidor. Después pasó a agradecer a los patrocinadores la oportunidad dada; también, medio aclaró que sí, que ha participado en publicaciones de varios libros de antología de relatos y que, con cierta periodicidad, escribe en un blog. Aquí se agotó su exposición y no sabía cómo continuar. Menos mal que echó mano a su móvil (hoy las ciencias adelantan que es una barbaridad), y leyó un borrador de la sinopsis de su obra y, aunque no puso a su lectura la entonación adecuada, la cosa salió como salió y el “escribidor” pudo, más o menos, cubrir el expediente.

El acto continuó con la intervención de otros autores que sería difícil calificar dada la variedad de estilos, pero que lucían soltura en la comunicación; sobre todo para arrimar el ascua a su sardina. Escritores de renombre no se hubieran dado tanta pompa.

Como muestreo cogeremos algunos intervinientes dignos de reseña:

Salió a la palestra un individuo con pinta de viejo –pero mirándolo bien no pasaría de los sesenta–, menudico, pero bastante vigoroso; iba esquilado al cero, con la cara y las orejas color rojizo y bigotes más que medianos; lucía buena barriga que contrastaba con sus piernas flacas; vestía pantalones cortos y calzado deportivo. Este buen señor, autor de un libro de relatos cortos, explicó a la concurrencia en qué consistía un relato corto: Tengan en cuenta, señores, que en muy pocas palabras el relato corto, a pesar de que hay quien lo minusvalora, encierra todo el significado de algunas grandes obras; en poco espacio se tiene que reflejar el planteamiento, el nudo y el desenlace. Esto requiere el hacer malabares con las palabras, vamos. Y se quedó tan ancho; no se dio cuenta de que acababa de explicar lo obvio.

El siguiente orador tampoco necesitaba abuela; era un joven flaco, bastante desgarbado con nariz dispareja y enorme nuez que amenazaba escapar de su delgado cuello; afeitado hasta mitad del cráneo, coronaba su cabeza una mata de cabellos oscuros con bastante desorden. Vestía indumentaria veraniega, con calzón corto, por supuesto. La pinta de este escritor, por lo desastrado, guardaba cierto parlelismo con cieros diputados de nueva hornada, de los que venían a terminar con la "casta", vamos (luego, bien aplotronados, ya no los quitan ni con disolvente). Este joven en su arenga hizo saber a la asamblea que yo soy profesor de universidad, sépanlo ustedes y que en mi libro, consistente en cuatro relatos, se encontrarán situaciones como la vida misma relativo al alumnado, bueno, más bien a las alumnas; como profesor que soy, repitió en plan petulante, y conocedor del asunto, he plasmado situaciones de un realismo a veces incómodo, pero siempre interesante. Como muestra, añadió, leeré cualquier párrafo, elegido al azar (se vio claro que lo tenía marcado), para que participen ustedes en el dramatismo de algunas situaciones. El patrocinador tuvo a bien el advertirle al pollo que tampoco te pases, hombre; lee como máximo tres minutos.

Luego disertó otra conferenciante que se anunció como poetisa. Era esta mujer de amplia envergadura, con cierto aspecto de un cono invertido y ataviada con indumentaria de colorines; su rostro, ancho en la base y con frente estrecha, estaba enmarcado por una cabellera pelirroja que alcanzaba hasta media espalda, muy en desacuerdo con su fisonomía. En su amplio busto se podría colocar, sin peligro de derrame, una bandeja de chocolate con churros para tres comensales. Todo este exceso parecía increíble el sostenerse sobre unas piernas muy delgadas y unos zapatos con tacón de aguja. La señora, después de disertar sobre su obra dijo eso de “ahora me gustaría leerles uno de mis poemas”. Error garrafal; de seguro que los versos de la dama serían elocuentes y adecuados, incluso buenos, pero la apreciación de su auditorio debía ser nula. Ante semejante anuncio se empezó a notar movimientos raros entre el público con ruidos de arrastramientos de sillas incluidos; se veía clara una retirada casi en desbandada. La dama, viéndolas venir desistió de su declamación. Menos mal.

A toro pasado, el escribidor se dio cuenta de que no es león tan fiero como lo pintan. Vio que entre los concurrentes abundaba una mediocridad sazonada de bastante pedantería. Con algo de serenidad hubiera salido más airoso en su discurso. Deberá aprender a no minusvalorarse ante otros.


Vicente Galdeano Lobera