— ¡Pardiez! ¡Por
las barbas bermejas del demonio! ¡Con menos motivo he mandado apalear y
encerrar en fría mazmorra a otros! Podéis agradecer que recuerde que me
salvasteis la vida.
Quien así tronaba
era un personajillo de siete palmos de alzada que no coincidía su vozarrón con
su estampa contrahecha; era todo un poema verlo pasear airado, con ropas de
calidad y lujosas botas altas vueltas en las ingles –tenía las piernas cortas-,
por el amplio salón del palacio. —Fueron más avispados la camarilla del bando
isabelino, continuó el enano; anularon al maestre de Calatrava don Pedro Girón
en Villarrubia; sin sospechas. El interlocutor, un mastodonte de los que
enderezan herraduras con las manos, estaba con la vista baja y gesto servil
ante el bramador. Con un soplido lo hubiera derribado, pero era protegido del
rey nuestro señor.
—Excelencia, don
Fernando no estaba; hubiera sido un error abolir a unos arrieros que sólo
pretendían descansar en la venta… aun así recibieron buen nublado de palos;
sobre todo un joven que se hizo cargo de mi montura; observé su torpeza y, para
que aprendiera, lo cumplimenté con buena ración de fustazos. Le hubiera arreado
más, pero la presencia de los corchetes hizo variar mi afán; escapamos de milagro.
— ¡Insensato! ¡Sí
que estaba! ¡Apaleasteis al mismísimo Fernando de Aragón! disfrazado, claro.
Orad para que no os reconozca.
—Perdón, mi señor…
pero si era imberbe y, además, torpe… No podía ser él.
—Más torpe sois
vos, lo tuvisteis en vuestras manos y desaprovechasteis la ocasión ¡Por los
cuernos del capado Calvino! ¡Que no soy hombre de sufrir que una sabandija
incumpla mis órdenes que con mis dineros pago!
Segunda mitad del
siglo XV, tiempos convulsos en que todas camarillas presentaban su candidato al
trono de Castilla; con intención de sacar tajada, claro. La heredera era Juana
la Beltraneja, hija de los reyes Enrique IV el Impotente y Juana de Portugal;
El consejo del reino no admitía a la Beltraneja so pretexto de que era fruto de
adulterio entre la reina y don Beltrán de la Cueva, valido del rey. A Isabel, hermana de Enrique, no le
correspondía reinar, tenía por delante a su hermano Alfonso y a su sobrina La
Beltraneja. Pero se había propuesto ser reina de Castilla y las personas que
estorbaban fallecían pronto; misteriosamente. Así le ocurrió a Alfonso, su
hermano y heredero, o al maestre de Calatrava, un novio que le buscó el rey muy
contra su voluntad. Ella con varios candidatos: el rey de Francia, Inglaterra,
Portugal y otros, prefirió a Fernando de Aragón, con gran enfado del rey, su
hermano.
Enrique IV, al
conocer los pormenores del asunto, reaccionó sin titubeos; de un plumazo
reconoció como hija suya a la Beltraneja y la casó con el rey de Portugal,
juntando así las tierras de Castilla y Lusitania; dejando dividida la península
Ibérica por la frontera con Aragón que su corona englobaba Cataluña, Levante,
Baleares y más. Comenzando este linaje una andadura para España que iba a dejar
su sello pragmático evitando sangrías de guerras innecesarias y dedicándose a
proteger y ampliar su imperio.
En la conquista de
América -los portugueses tenían amplias
posesiones en ultramar-, emplearon el mismo método que en África: llegando a un
lugar con agua, bosques caza y tierras fértiles, asentaban todo en un cuaderno
para dar cuenta al rey nuestro señor. Colocando también un monolito con el
escudo, en este caso de España. Lo que
equivalía a la toma de posesión de esas tierras para el imperio. Siéndoles
indiferente la opinión de los nativos; si accedían a las buenas se limitaban a
preñar a las hembras y se alejaban dejando constancia de sus nuevas
propiedades. Si no, repartían fieras tandas de palos, quedando los negros muy
escarmentados y sabiendo a qué atenerse. Procedimiento parecido usaron en la
toma de Granada; sin gastar excesiva diplomacia.
Sistema
disuasorio emplearon también en las naves que tornaban a España con riquezas
del Nuevo Mundo; los primeros corsarios ingleses que pretendieron abordarles,
recibieron tal escarmiento que no vieron rentable asaltar a los barcos
españoles. Que se lo pregunten a los piratas apresados convertidos en galeotes.
La prole de los
reyes Alfonso y Juana, fueron diez vástagos entre varones y hembras y se
perpetuó una dinastía que con sus defectos, nunca fue adicta al pasteleo;
llevando al imperio español por unos derroteros a su entender adecuados y,
sobre todo, España en adelante fue muy respetada. Si no temida.
Vicente Galdeano Lobera.
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