jueves, 30 de noviembre de 2023

¡Ole, torero!

 

Al torero le presentaron a un intelectual en una fiesta “¿Quién es ese gachó con pinta de estudiao?”, preguntó el maestro. “Es filósofo”, respondió alguien. ¿Filo qué… y ezo qué e? Le explicaron, muy por encima, que es un señor que analiza el pensamiento de las personas. “O zea que le pagan por pensá”. “Eso mismo, maestro, eso mismo”. El diestro no entendió bien qué es ser filósofo, y entendió menos aún eso de que le pagaran por pensar. El matador calló unos momentos y soltó: “¡Hay gente pa tó!”

Más de un siglo ha pasado y la frase aún sigue vigente, porque sí, como dijo el torero hay gente pa tó. Y sí, la verdad es que hay gente para todo, incluso personas muy buenas, pero chocan más los pedantes, los cursis, los empalagosos, los tacaños, los torpes y demás tropa parecida.

Como ejemplo mostraremos algunos especímenes de peculiar calaña y de proceder chocante.

En una empresa de transportes me tocó bregar con un tal Manolo el Pibe, buen profesional; este señor estaba convencido de que para ahorrar había que privarse de comer. Aplicaba esta regla a rajatabla (excepto los fines de semana que se encerraba en casa y atento al televisor, se ponía ciego de potaje; mañana, tarde y noche). A las horas del condumio merodeaba por entre las mesas del mesón y charlaba con los comensales pero sin tomar asiento. El pobre, que con hambre de lobo comía con los ojos, se hacía así ilusión de que mirando se alimentaba.

Siéntese, hombre, y acompáñenos…

— No, si ya comí… –Comer, comer, quizá comiera ayer, pero ante la insistencia de los otros se justificaba– Es que resulta que no me encuentro bien, me duele la cabeza y tengo malestar.

Seguro que le sentaría mal la cena de ayer.

Si no cené.

— Pues, eso, eso… de ahí viene su malestar, de no cenar.

Bueno, les acepto un café con leche y un bollito; así hago la pausa del tacógrafo y me recompongo

El Manolo se saltó la ironía, con sus martingalas siempre conseguía sacar tajada. “Es que hay gente pa tó”, que diría el torero.

Continuaremos con otra hazaña del Pibe. Una noche después de la jornada aparcó el camión en la explanada, entró al bar y pidió un cortado “con la leche muy caliente”. En eso consistió su colación; algo es algo. Tuvo a bien estacionar su camión a la contra según itinerario para engañar a los compañeros, para que pensaran que ya estaba de regreso. Esta treta la copió del compañero Peluso Lurón, muy traidor, muy malo y más falso que Judas. El Pibe, como tonto, bueno, como tonto no, queremos decir como más tonto aún, a la mañana siguiente arrancó el camión (sin asearse y sin desayunar ni nada) y partió en dirección opuesta a su ruta. Cuando se dio cuenta había retrocedido sus buenos cincuenta kilómetros. A dar la vuelta tocan, claro ¡Hay gente pa tó!

Otro que tal baila –superaba con creces en tacañería al Pibe– era Perico Caralinda (Caralinda es un decir, era más feo que Picio), licenciado en avaricia. Este Perico siempre presumía de tener muchas propiedades y buenas puntas de ganado lanar, Pero era de trazas muy parecidas a un pordiosero. Caralinda no tocaba tierra en toda semana; és decir, no entraba a comer a ningún sitio, debía tener alergia a las ventas y mesones. Se arreglaba el condumio en la cabina del camión. Diremos en su favor que este hombre no gorroneaba los cafés a los compañeros. Dineros sí que tenía, sí; porque Hacienda le arreó un estacazo de cuatro millones de pesetas por no declarar lo del ganado. Ya cincuentón, Caralinda esposó con una dama tambien de posibles –eso decía él–, pero se juntaron el hambre con las ganas de comer en cuanto a cicatería y al tiempo se separaron. Le tuvo que indemnizar de recio a la señora. Caralinda estaba que trinaba y se subía por las paredes; pateó, renegó, maldijo y tal y tal… pero tuvo que soltarle a la dama sus buenos diez millones de pesetas. Este Perico demostró no valer ni pa cicatero. Demostrado: hay gente pa tó.

También están los que, sin venir muy a cuento, hacen propaganda de terceros. Un tal Isidrín, siempre tiene en la boca a su amigo Gaspar, que, sin familia, tiene más dineros que pesa. No hay porqué dudarlo, que se sepa el Gaspar jamás pidió prestado. En la comarca, este señor es dueño de notables extensiones de olivares, almendros, vides y cereal; además de almacenes para guardar las cosechas y maquinaria. Añadiremos que, según dice Isidrín, este don Gaspar es catedrático de Derecho. Lo que pasa es que anda torcido el pobre; el catedrático es pequeño y menudico, con cara estrecha y ojos juntos, que a sus setenta y tantos anda apoyado en un bastón. La estampa que gasta este buen hombre –de suyo muy humilde–, vive Dios que disimula bien eso de ser riquísimo.

Lo que son las cosas; lo dicho: hay gente pa tó.

También merecen reseña, los conductores que a la hora de aparcar se ponen nerviosos si un coche tarda demasiado en salir. Lo mejor es respetar que todo el mundo se tome su tiempo para no causar un accidente, y si tarda, pues que tarde. Qué le vamos a hacer, Lo que ocurre es que hay quien, para salir del cado, gasta excesiva cachaza y no solo se toma su tiempo, se toma el tiempo de familiares, el tiempo de vecinos y algún tiempo más; y eso enciende la sangre del más templado y después pasa lo que pasa, claro.

Tenía razón el diestro: ¡hay gente pa tó!

Comentábamos estos chascarrillos y otros con unos amigos, uno de ellos clérigo, licenciado en teología, músico y escritor. Este cura tiene vocación de sacar punta a todo lo que uno dice; me vino con la monserga de que lo que pasa es que tú no tienes misericordia; lo que pasa es que las personas tienen su derechos y sus razones para conducirse a su aire, y aún añadió: lo que pasa es que además no gastas empatía. Este sacerdote siempre se pone a favor del bando contrario con intención de dejarte mal. A fe que casi siempre consigue irritarte.

Y es que por lo visto también ¡hay curas pa tó!

Este mismo mosén, que ahora circula en silla de ruedas, cuando le toca subir al bus, el conductor ha de poner la rampa de acceso; la ubicación de la silla está a cierta distancia de donde se presenta el bonobús. No es problema, siempre hay quien amablemente te ayuda: "Por favor, señora ¿Puede pasarme el bonobús?" "No faltaba más, caballero". La dama agarró la tarjeta y le pegó sus buenas cuatro o cinco picadas. Menos mal que el cura dijo: "¡basta, basta...!" No se sabe si la señora rebosaba amabilidad o era torpe con buen deseo. Pero torpe, al fin.

A los días, el clérigo explicó el sucedido.

---¡¿Qué, mosén, cómo andamos de misericordia, empatía y tal y tal...?!

---¡Hombre! Es que no es eso, no es eso...

---¡Ah!

El torero tuvo razón: ¡Tie que habé gente pa tó! ¡Incluso pa ná!


Vicente galdeano Lobera