A veces en el pasar
de la vida, surgen situaciones que no nos dejan indiferentes. Pueden ser
comprometidas, bochornosas, amables… Como espectador, en gran parte de ellas,
resulta difícil el no reírse, sobre todo si alguien te recuerda lo sucedido.
Cuando le toca a uno, la cosa cambia; te das cuenta que metiste la pata y
piensas: ¡Tierra, trágame!
Eso debió pensar
cierto individuo con pinta de intelectual, que tenía la pretensión de
encandilar a una dama, bellísima, que ejercía de presidenta en un asunto
literario.
Esta chica,
además de simpática, guapa, esbelta y
muy bien proporcionada, era muy natural en el trato, estaba dotada de una
sonrisa y risa que le iluminaba la cara; gustaba a todos, y la amistad y el
amor se le rendían. Acudía siempre bien compuesta y acicalada con sencilla
elegancia; el gusto de arreglarse bien era otro de sus dones.
Sobra decir que por
dicha reunión literaria pasaron jóvenes de distinto pelaje, pero con la misma
idea: enamorar a Ada, así era su nombre. Pero Ada, debía disponer de un buen
almacén, porque muy cortés y educada y muy sonriente, les repartía a todos enormes
calabazas.
A partir de ese
momento, a estos sujetos, las aficiones literarias les desaparecían a una
velocidad asombrosa. Y ya no se les volvía a ver el pelo.
Una de estas
situaciones, la protagonizó el dicho sujeto con apariencia de intelectual.
Se desarrolló más o menos así, ese día, catorce de febrero,
tocaba leer algún retazo sobre el amor, cómo no, a poder ser breve. Él, con
cierto nerviosismo –eso dijo- se atrevió
a presentar una obra inédita de su cosecha, no sé si en verso o prosa, con
pretendido arte mayor; alejandrinos, los nombraba él. En su estreno literario
lo que consiguió fue aburrir a la concurrencia, pero de manera atroz… No
contento con eso, se atrevió también a explicar vivencias intimas que para nada
venían a cuento, y menos aún metiendo en danza a terceras personas. Todo con
intención de hacerse el interesante y de impresionar a Ada.
Logró el efecto
contrario, claro. Todavía tenía intención de seguir el fulano con su aburrido
tema, cuando un oyente, después de tentarse la ropa, pidió la palabra.
—Joven, la sección
de pegotes está saliendo al pasillo, en la segunda puerta a la izquierda…
El contertulio, le
había indicado, acertadamente, dónde estaba el aseo de caballeros.
Vicente Galdeano Lobera.