jueves, 30 de enero de 2020

Destacado tabarrista




Todas las mañanas Nicasio miraba el buzón, pero nunca había carta de ella… No habrá tenido tiempo, se decía. Eso decía don Nicasio a sus contertulios cuando preguntaban por sus amoríos. Se veía cogido en una encerrona al haber presumido ante ellos más de la cuenta.
--Pues sí, señores; aquí donde me ven tengo un plantel de admiradoras a cual más bella, que hace muy difícil decidirme…
Eso decía demasiadas veces; y, de paso, les mostraba buen manojo de cartas con matasellos de diversos lugares.
--Disculpen que no les muestre el contenido; pero uno, en su modestia, no deja de ser un caballero -continuaba Nicasio.
A don Nicasio, los concurrentes no le hacían ni caso; hacían grandes esfuerzos para no carcajearse en sus narices. Pero don Nicasio era feliz así al imaginar que causaba, como poco, admiración; si no envidia.
La planta que gastaba don Nicasio era singular; con doble papada y barrigudo, usaba tirantes, los pantalones le llegaban hasta arriba y parecía que sus cortas piernas le nacían debajo de los sobacos; parecía un tonel. Se retiró del ejército con el grado de subteniente y viajaba lo suyo convencido de que, dada su posición, encontraría novia enseguida. La verdad es que no se comía una rosca. Ni se la había comido nunca.
Cierta mañana, don Nicasio recibió la siguiente misiva que le alegró las pajarillas. Decía aproximadamente: “Querido don Nicasio, disculpe mi atrevimiento, me fastidia sobremanera que gaste usted su tiempo y su dinero en buscar novia tan lejos de su ciudad. Y más teniéndome a mí al lado y a su disposición. No le conozco físicamente, pero por referencias, dado el éxito obtenido con las féminas, soy desde ahora su más ferviente enamorada que se muere por conocerlo. No pierdo tiempo en mi descripción; cuando me vea juzgue usted mismo mis veintinueve lozanos años.
Si como deseo accede a mis ruegos preséntese en fecha tal en plaza X… ataviado con bermudas y camiseta de manga corta. ¡Ah! Y tocado con gorra de beisbol ladeada. Le agradeceré vista esta indumentaria; no me perdonaría confundirlo con otro. Llevaré tres claveles rojos en la mano. Besos de Angustias.”
Una vez más, don Nicasio faroleó lo suyo ante sus amigos. En la cita, día nublado y con viento frío, observó que la susodicha tendría esa edad, pero vio claramente que en báscula no bajaría de ocho arrobas y que se le haría difícil su manejo.
Espantado, emprendió la retirada al tiempo que notó gran alboroto con vivas a don Nicasio y Angustias. Unos vivas entremezclados con carcajadas y ruido de cencerros. Eran sus contertulios que, compinchados con ella, le habían embromado.
Lo encontraron tendido en su cama, inmóvil, junto a varias cartas de admiradoras que él mismo, en sus viajes, había escrito. Llevaba varios días si aparecer por la tertulia. No pudo soportar el ridículo ante los ojos de todos; y mucho más a los de su conciencia que le aconsejó no presentarse y don Nicasio no hizo ni caso.

Vicente Galdeano Lobera.