lunes, 20 de junio de 2016

Afición de Gonzalo


    Gonzalo Gutiérrez, sentía afición por la literatura; había leído muy poco pero se consideraba un creador nato. Entendía que su trayectoria al servicio de la ciudadanía le avalaba para ser escritor reconocido.
    Su vida laboral consistía, al estar afiliado a un partido, en pasar de un enchufe a un departamento improductivo y viceversa. Además, estaba convencido que el pertenecer a un partido político o a un sindicato (De los que quitaron todos logros conseguidos por los trabajadores) equivalía a una diplomatura. Con que, venga, que es tarde, a escribir experiencias se ha dicho.
    Ahí tenemos a Gonzalo dedicado a emborronar cuartillas con frases hechas, a mencionar lo políticamente correcto, contra el machismo, contra la iglesia; contra el Islam, no; que hay que ser tolerantes, y él lo es, y mucho. La inmigración no se libraba, empleando el estribillo de “vienen a pagarnos las pensiones”, que diría cierto político; todo con una música de fondo que dejaba ver un buenismo y una solidaridad que rebosaba en Gonzalo.
    Presentó una serie de cortos y relatos de este estilo en su círculo de acólitos que lo celebraron y aplaudieron animándole a seguir “contando las verdades del barquero, Gonzalo, diarios de prestigio disputarán tu colaboración”.
    Decidió visitar redacciones de periódicos y alguna editorial, tenía cantado lo de publicar. -Con los temas sociales que comento, se me rifarán- pensaba. Pero los directores de estas entidades, lamentablemente, no eran de su opinión.
    —Pero… Usted ¿De qué va? ¿Pretende que le publique esta sarta de sandeces? ¡Venga, hombre, venga! Como presente esto al director, me echa. –El que hablaba era el adjunto a la dirección de un rotativo local. Le había recomendado a Gonzalo un dirigente político conocido.
    —Pues a los de mi cuerda les encantan mis escritos…
    —Bueno, a cada uno hay que respetarle su terapia. Que funden un diario y que lo publiquen ellos. –El adjunto se cogió la barbilla como pensando, y continuó- Tirando de hemeroteca solo recuerdo bobadas parecidas a cierto dirigente del Cantón de Cartagena que se creía escritor y no pasaba de ser un simple.
    —Oiga, que usted no sabe con quien está hablando. Soy militante del partido mayoritario y, si en las próximas elecciones sale, estoy propuesto para ministro de cultura. –Se explicó Gonzalo en estos términos; estaba dispuesto a echar mano de sus influencias- Puedo perjudicar bastante a su diario, así que usted verá.
    —Como no instauren ustedes un régimen stalinista, la inquisición o algo parecido, ya está visto. Yo no lo publico. Opino que usted, literariamente es una nulidad. Se lo explicaré de otra forma, para que entienda, -continuó el redactor- para escribir no basta atacar, venga a cuento o no, a una religión determinada, para eso hay que ser Voltaire y gastar fina ironía en las frases o, mejor aún, ignorando lo que se desdeña, y lo que usted trae no pasan de ser simples panfletos; además mal redactados.
    Gonzalo había visitado diecisiete redacciones, y en todas le daban calabazas.  Hasta que un día, al llegar a la decimoctava, un altercado en el despacho de cierto editor lo desanimó bastante. Al soltar aquello de “Usted no sabe con quien está hablando…” el director se mosqueó y por poco le arrea candela. Se conformó con avisar para que acompañaran a Gonzalo a la puerta.
    Gonzalo piensa que le conviene acudir a la escuela y perfeccionar su afición. 

Vicente Galdeano Lobera.
.