miércoles, 29 de abril de 2020

Precio de un peine




El coche “Z” de la policía paró junto a un camión aparcado a las afueras de la ciudad, justo donde le indicaron. El inspector Pereira, hombre alto de treinta años, de paisano, se apeó ordenando a dos números que esperaran dentro del coche policial. Eran las dos de la mañana. Golpeó suavemente la cabina del camión. Asomó, corriendo un poco la cortina, un sujeto de unos cincuenta, con poco pelo, grueso y mal encarado.
—¡Qué pasa!
—Buenas, soy de la Policía, contestó enseñando la placa, ¿eres Servando Repiso?
—Sí, señor. Usted dirá.
—Me vas a explicar lo que ha pasado hace un rato en tu casa… Después pensaré qué hago contigo. –Servando pensó, qué diligentes son los polis con gente normal.
—¿¡Que qué ha pasado!? Pues que al llegar a casa, después de dos semanas de viaje, encuentro a mi mujer con un moro en plena faena. –contestó Servando bajando del camión.
—¿Cómo reaccionaste? —Aplicándole al moro una sarta de patadas, paraguazos y bofetadas; si no escapa lo mato, contestó Servando, todo acompañado de recias palabras que no sé si entendería.
—Sí que entiende, sí. Habla bien español, dijo el inspector. Y, ¿porqué le arreaste candela? —¿¡Cómo!? Usted, ¿qué hubiera hecho? —El que pregunta, soy yo.
—Más le tenía que haber dado, y ella porque escapó, si no cobra también. ¡Después que la retiré de prostituta! ¡Mire cómo me paga! -Servando se encolerizaba.
—Mira, Servando. Según la ley, tu mujer tiene derecho a irse con quien le apetezca y, si se separa de ti, seguro que se queda con tu casa y, encima le pagarás pensión.
—¿Pagarle yo? Antes la mato.
—Baja del burro, Servando. Mira, continuó el poli, tengo una denuncia contra ti de un tal Mohamed Adhal por agresión e insultos xenófobos. Sólo por eso, y sin darte explicaciones, te tendría que llevar esposado al calabozo, pero, digamos que me fastidia moralmente; lamentablemente las leyes son así. –Aún refunfuñaba algo Servando- Y puedes dar gracias, siguió, que no le hiciste sangre. Hubieras ido aviado, que si cárcel, que si indemnización y demás… —Pero, bueno, ¿en qué país vivimos? -saltó Servando.
—En España; la legislación es así, no la pongo yo, la pone el gobierno con los votos de la ciudadanía. Te recomiendo que te enmiendes y seas bueno. Sólo te aviso. Buena parte de culpa la tienes tú. — Yo, ¿porqué? —Por casarte con ella, que le doblas la edad, ¿te crees un Robert Redford? Ella va a por todas, se sabe las leyes y comprobarás que sacará tajada.
Servando conoció a Graciela en una rotonda en un polígono industrial. Se hacía cruces que una joven tan guapa ejerciera la calle. Ella había recabado en España pensando en trabajar. Pero al comprobar las condiciones laborales existentes, prefirió prostituirse por su cuenta; aun a riesgo de que la apalizaran las mafias. En esta actividad en una semana ganaba más que en cuatro meses limpiando. En un centro de acogida, se ilustró bien en legislación vigente. Decidió pillar marido y obtener así nacionalidad y derechos. Servando quedó prendado de la joven que subió al camión portadora de una melena hasta la cintura con un rostro color tostado claro que guardaba unos ojos y una boca, siempre sonriente, que sabría mejor que todos placeres mundanos. Le gusto más aún la musicalidad de su hablar, “sí, señoool; lo que mande el señool; qué placel me da, señool; junto a usté no envidio ni a la reina de Java, señool” Y más adelante, “Selvando, mi amoool, quiero que me hagas tu esposa, mi amool, te haré requetefeliz, mi amool; a tu lado no necesito a nadie más, mi amool…” Y lindezas así. Y picó, claro.
El tiempo se encargó de explicarle a Servando lo que vale un peine.

                                                                                                      Vicente Galdeano Lobera.