miércoles, 31 de enero de 2018

Cita a ciegas



   Pascualón es adicto a las páginas de contactos. Ahora con el móvil lo tiene más fácil, puede contemplar a su antojo mujeres de bandera para conocer. Otra cosa es que le atiendan.
   Pascualón es granjero, frisa ya los cincuenta y no es precisamente un figurín; moreno, con cara coloradota enmarcada con abundante pelo hisurto que le nace hasta dentro de las orejas. Tiene grandes patillas; no es muy alto, pero al ser casi igual de ancho ofrece una estampa de bruto algo acentuada por el tufo a establo que desprende su amplia humanidad.
   Piensa que ya es hora de centrarse, “si encuentro una mujer que me lleve la casa y me ayude en mi granja, seré el hombre más feliz del mundo”.
   Dicho y hecho, se ha citado por Badoo con una mujer que, según la foto, no le disgusta. Para el encuentro se ha mercado vestimenta adecuada.
   Con el nerviosismo de quien no está acostumbrado a cortejar, ya que en las casas de gineceo no es necesario, comenzó a vestirse; se puso unos vaqueros desgastados, camisa blanca, pajarita y una chaqueta de punto color fosforito. Al calzarse se dio cuenta de que no tenía zapatos, “es igual, estos deportivos servirán, me darán un aire más moderno”. Se puso también una zamarra sin abrochar, le venía pequeña, y se tocó con una gorra de rapero. De esta guisa, dispuesto a comerse el mundo, se dirigió al lugar de la cita en una plaza céntrica, junto a la estatua de un artista universal.
   “Llevaré un abrigo oscuro, bolso y zapatos a juego, con un libro en la mano, soy pequeña de estatura”, le había escrito Rosalinda, así era su nombre. Pascualón había ejercitado frases escuchadas en el cine para causar buena impresión… “No temas, muñeca, estoy aquí para protegerte y quererte mucho…” y otras cursiladas parecidas.
   Llegó al lugar, con la debida antelación como mandan los cánones, al rato vio aparecer a la susodicha. En efecto, era pequeña pero muy delgada; no llegaría a los cuarenta y cinco kilos de peso complementos incluidos; el rostro, sin gracia, ofrecía un ligero parecido a la foto que él recibió, pero sería de años atrás. Tenía el cabello corto, mal peinado, con gafas, era algo cargada de espaldas, pecho liso; con cintura ancha y caderas estrechas. La imagen de Rosalinda, le pareció a Pascualón el más perfecto antídoto contra la lujuria.
   Con disimulo, se observaron mutuamente los tórtolos. Y como si un resorte los hubiera puesto en marcha, enmudecidos, se batieron en retirada cada uno por su lado. 

Vicente Galdeano Lobera.

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