martes, 28 de mayo de 2019

Libreta secreta




La encontré junto a un contenedor de basuras con otros papeles y cachivaches; se conoce que algún transeúnte había escarbado por si encontraba algo de valor y lo dejo todo fuera. Era un cuaderno rojizo atado con una cinta oscura; parecía un libro de cuentas. Lo abrí.

En la primera plana con buena caligrafía, ponía: Libreta secreta. Información confidencial de X… Es pecado leerla.

Con semejante aviso resulta difícil resistir la tentación. Miré el contenido; era un anecdotario del titular con anotaciones curiosas. Me chocó un escrito que decía así:

“Zafiedad correspondiente a una tarde de otoño/2018: Visito una exposición sobre la imprenta desde su invención; todo muy bien documentado, Me gustó y pasé buen rato. Me disponía a poner mis observaciones en el libro afín de la sala, cuando irrumpen diez o doce mujeres, todas con velo acompañadas por un guía. Con gran alboroto y molestando, en poco rato miraron sin interés lo expuesto y se acercaron en tropel al cuaderno, querían dejar constancia de su presencia con su firma. Me retiré discretamente mientras ponían todas su autógrafo. El monitor aun escribió una línea antes de firmar. Se fueron. Estaba yo plasmando mis impresiones, suelo escribir siempre media página en tres minutos, cuando regresa una de las jóvenes del velo; “¿Le queda mucho por escribir? -dijo. “Termino enseguida, damisela, pero le agradecería que no me corte la inspiración.” Puso mal gesto y desapareció.
Comenté esta anécdota en una tertulia junto a unas diez personas de distintas edades, todas con licenciaturas. En la reunión estaba una joven amiga que me honró con su compañía en algunos eventos; no es española, y comprobé que mi comentario lo tomó muy a mal. Días después la escuché sin dirigirse a mi, pero en clara alusión al comentario referido, “a mi, como inmigrante que soy, cuando escucho una alusión de desprecio hacia ellos, yo salto; no lo puedo evitar, salto.” A partir de ahí noté su total distanciamiento y desconfianza hacia mi. Con humildad me disculpé, le dije que no siento ningún desprecio por los foráneos, que mi comentario era solo relativo a la mala educación; no me escuchó. Lo sentí muchísimo.
Está claro que cada uno es juzgado por lo que habla, pero una conversación no debería ser un juicio de puertas abiertas, y no es necesario ver en cada observación de los hablantes un ataque a nuestros intereses.”

Hasta aquí la anotación del autor.

No me pude resistir y puse debajo del texto: Señor X…, cierto sabio, que no recuerdo su nombre, dijo: Para evitar las críticas, no digas nada, no hagas nada, no seas nada. Pues eso.

Envié el cuaderno al domicilio de X…




Vicente Galdeano Lobera.