sábado, 3 de diciembre de 2016

Ángela



    Me llamo Ernesto, tengo veintiocho años, y yo mismo me digo que va siendo hora de centrarme y de pensar en mi porvenir.
    Para eso, qué mejor que casarme con la mujer adecuada que supere mi posición. A esta pretensión hay quien la llama pegar braguetazo, y puede que no les falte razón. En todo caso, ya desde pequeño, he tenido las cosas bastante claras: estudiar mucho para trabajar poco de mayor; a poder ser, nada.
    Me hice abogado, una carrera que, según cómo se aplique, raya la indecencia. Con mi flamante licenciatura, me arrimo a gente influyente para apoltronarme en un estamento público o en algún partido. Según allegados, ese destino está al caer.
    Con este objeto, el del braguetazo, frecuento la casa de unos amigos de mi familia; son gente de renombre; con buenas rentas, propiedades y, el cabeza de familia, buen sueldo. Tienen tres hijas, casaderas ya, con formación exquisita: Sobre todo la mayor es bellísima; Elisa, se llama. María, la segunda, no es tan guapa, y la pequeña, Ángela, poco agraciada, pero dotada de una ingenuidad y naturalidad que encandila; no te cansas de hablar con ella, es la que hace el trabajo del hogar. Bueno, he de confesar que al intentar arrimarme a Elisa, me miraba por encima del hombro, con algo parecido al desprecio; y María, casi igual. Eso me dio pie para acercarme a Ángela, yo voy a lo que voy.
    Alguien me sopló de un altercado que tuvo Elisa con su madre, que era la que barandeaba la casa y se enteraba de todo y controlaba… Queda claro que en todas familias hay preferencias.
    —Pero, Elisa, ¿estás tonta, o qué? Despreciar a un pretendiente de esa altura…
    —Que no me gusta mamá, de altura es más bien pequeño y rechoncho, y muy cantamañanas. No y no.
    —Pues no sé a qué aspiras, vas  a cumplir veintiún años, tus amigas están ya todas comprometidas, ya  veo que elegirá a Ángela.
    En realidad Elisa aspiraba a más, por lo menos que el galán fuera de su gusto; había más jóvenes en la ciudad, alguno se le acercaría.
    —Aunque sólo fuera por orgullo, yo no me dejaría quitar ese hombre por una insignificancia como Ángela, luego no te quejes si tu hermana alcanza mejor posición que tú.
    La cosa iba subiendo de tono día a día, la madre no cejaba y tocaba el amor propio de Elisa, hasta que la convenció.
    La plaza que me concedieron en la administración, fue mano de santo para variar el gusto de Elisa sobre mí. Se me ofreció casi en bandeja. Y yo como voy a lo que voy, repito, y no tengo vocación de rechazar semejante prenda, nos comprometimos. Ahora toca el protocolo de petición de mano y demás.
    Como sin darle importancia, le comunico la noticia a Ángela, como en broma, “Voy a formar parte de su familia, Ángela, me caso con Elisa”. Más de dos meses hacía que mientras Ángela bordaba, charlábamos todos días.
    No soy ningún sentimental, pero observé su dolor interno. Se le cayó la labor al suelo,  palideció y casi se desploma también; sin una palabra se retiró deprisa…
    A partir de ese día, Ángela se fue apagando igual que una lamparita que le falta aceite; ante la indiferencia de todos. Se quedó sin fuerzas para llevar la casa, la salud se le escapaba a raudales. “Mal de amores” dijo el médico. Tiene difícil solución, ha de ser ella misma.

                                                                                        Vicente Galdeano Lobera.