miércoles, 17 de febrero de 2016

Concepto de justicia.

    Descolgué el teléfono; era María, al escuchar su voz noté cierta intranquilidad, angustia… -Visto lo acontecido, no esperaba menos- Me comunicaba que en dos meses podía regresar a casa con nosotros, sobre todo junto a Lucas, su hijo. Hacía ocho años que no lo veía.
    Traté de tranquilizarla.
    —Ya ha pasado todo, María, no tienes nada que temer; pronto estarás con nosotros.
    Te queremos.
    —Gracias, papá, pero aquí la justicia es muy distinta que en España, lo he 
    comprobado de primera mano, me cayeron varios años de prisión. No se andan con
    tonterías.
    María se había casado con un extranjero no muy convencida “total si luego no me va, me separo y me paga”, pensó. Y se fue con  su marido a su país a vivir. A los tres años se divorció, como preveía. En ese lapso nació Lucas. Ella decide regresar a España con su hijo, sin hacer caso a su ex que le advirtió que no se llevara al hijo, que “es menor”.
La denunció por secuestro. María se le rió en su cara y marchó con su hijo a España.
   Regresó a EEUU ella sola para tramitar la pensión que le había de conceder su exmarido, y las autoridades le retiraron el pasaporte. A María le entró pánico y huyó; la declararon en búsqueda y captura. Pudo comprobar que allí buscan y capturan. Y sentencian. La condenaron a catorce años de cárcel. María pensaba, que en cuestión de pareja, por ahí afuera era como en España, que en la boda todo es arroz, y al separarse, todo “pa ella”.
Lo pagó caro. La acusaron de secuestro y desacato a la autoridad. A la persona. No por ser mujer u hombre.
    Le acortaron la pena; aun así cumplió sus buenos ocho años de prisión. En ese lapso, tuvo tiempo de recapacitar sobre el concepto de justicia tan distinto del español.
    Piensa poner una serie de recursos para que la eximan de todo cargo y le limpien el expediente, pero desde España. Por si acaso.
   

Vicente Galdeano Lobera. 


lunes, 1 de febrero de 2016

Avaricia sin provecho.

    Miraste por el ojo de la cerradura, más te valía no haber visto nada; te convenciste que la decepción es mal negocio. De los peores.
    Conociste al señor Guillermo como pobre oficial en una esquina de una calle de Zaragoza. Pedía “una limosna por el amor de Dios, caballero, linda señora, gentil señorita…” rezumaba educación y buenas maneras; también rezumaba desaseo y algo de mal olor. En parte a que vestía siempre los mismos harapos. De edad indefinida, parecía haber nacido ya viejo, aunque mirándolo bien no pasaba de los cincuenta.
-        Señor Guillermo, le propongo a usted se venga conmigo y le facilito techo y manutención a cambio de vigilancia y pequeños trabajos en una finca que dispongo en Albalate. ¿Qué me responde?
-        Gracias por su ofrecimiento, buen señor, pero lo tendré que reconsiderar; uno está acostumbrado a esto, que es malvivir. Le contestaré a usted el sábado.

    Heredaste de la familia una finca de varias hectáreas con casona del XIX y almacenes; y una antigua vivienda para el encargado. Habías obrado y disponía de cierta comodidad: baño, cocina, lavadora, mobiliario…
    Te contestó que en parte sí, que le interesaba. Pero no a tiempo completo, sólo estaría tres días de la semana; el resto quería estar en la ciudad, en su esquina de siempre. Y que tendría que llevarlo y traerlo, o pagarle el autobús.
    -     De acuerdo, señor Guillermo. Lo primero que hará es asearse; yo le facilitaré atuendo y ropa     blanca decente; después a la peluquería.
          
    Al señor Guillermo esta proposición le sonó como si le fueran a restar identidad; en fin, aceptó. Los harapos los guardó en una de las bolsas mugrientas que le acompañaban siempre.
    Cuando volvía a su esquina con sus bolsas sucias, vestía otra vez la ropa de pordiosero.
-        ¡Papá! El señor Guillermo es muy rico, amontona billetes gordos y joyas; lo he visto yo.
    Era tu hijito de siete años el que te avisó.
    Efectivamente, lo viste con tus ojos –la puerta tenía una cerradura casi como una gatera-, tenía apilados en la mesa varios montones de dinero y oro. Disfrutaba así, contándolo y viviendo miserablemente.
    Prescindiste de sus servicios.


Vicente Galdeano Lobera.