Miraste por el ojo
de la cerradura, más te valía no haber visto nada; te convenciste que la
decepción es mal negocio. De los peores.
Conociste al señor
Guillermo como pobre oficial en una esquina de una calle de Zaragoza. Pedía “una
limosna por el amor de Dios, caballero, linda señora, gentil señorita…”
rezumaba educación y buenas maneras; también rezumaba desaseo y algo de mal
olor. En parte a que vestía siempre los mismos harapos. De edad indefinida,
parecía haber nacido ya viejo, aunque mirándolo bien no pasaba de los
cincuenta.
-
Señor Guillermo, le propongo a usted se venga conmigo y
le facilito techo y manutención a cambio de vigilancia y pequeños trabajos en
una finca que dispongo en Albalate. ¿Qué me responde?
-
Gracias por su ofrecimiento, buen señor, pero lo tendré
que reconsiderar; uno está acostumbrado a esto, que es malvivir. Le contestaré
a usted el sábado.
Heredaste de la
familia una finca de varias hectáreas con casona del XIX y almacenes; y una
antigua vivienda para el encargado. Habías obrado y disponía de cierta
comodidad: baño, cocina, lavadora, mobiliario…
Te contestó que en
parte sí, que le interesaba. Pero no a tiempo completo, sólo estaría tres días
de la semana; el resto quería estar en la ciudad, en su esquina de siempre. Y
que tendría que llevarlo y traerlo, o pagarle el autobús.
- De acuerdo, señor Guillermo. Lo primero
que hará es asearse; yo le facilitaré atuendo y ropa blanca decente; después a la peluquería.
Al señor Guillermo esta proposición le sonó
como si le fueran a restar identidad; en fin, aceptó. Los harapos los guardó en
una de las bolsas mugrientas que le acompañaban siempre.
Cuando volvía a su
esquina con sus bolsas sucias, vestía otra vez la ropa de pordiosero.
-
¡Papá! El señor Guillermo es muy rico, amontona
billetes gordos y joyas; lo he visto yo.
Era tu hijito de
siete años el que te avisó.
Efectivamente, lo
viste con tus ojos –la puerta tenía una cerradura casi como una gatera-, tenía
apilados en la mesa varios montones de dinero y oro. Disfrutaba así, contándolo
y viviendo miserablemente.
Prescindiste de sus
servicios.
Vicente Galdeano Lobera.
Me gusta el decurso de los hechos, narrado con fluídez. Puede parecer la narración de una leyenda urbana, opino que hay poco de leyenda y mucho de medio de vida urbana.
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