lunes, 1 de febrero de 2016

Avaricia sin provecho.

    Miraste por el ojo de la cerradura, más te valía no haber visto nada; te convenciste que la decepción es mal negocio. De los peores.
    Conociste al señor Guillermo como pobre oficial en una esquina de una calle de Zaragoza. Pedía “una limosna por el amor de Dios, caballero, linda señora, gentil señorita…” rezumaba educación y buenas maneras; también rezumaba desaseo y algo de mal olor. En parte a que vestía siempre los mismos harapos. De edad indefinida, parecía haber nacido ya viejo, aunque mirándolo bien no pasaba de los cincuenta.
-        Señor Guillermo, le propongo a usted se venga conmigo y le facilito techo y manutención a cambio de vigilancia y pequeños trabajos en una finca que dispongo en Albalate. ¿Qué me responde?
-        Gracias por su ofrecimiento, buen señor, pero lo tendré que reconsiderar; uno está acostumbrado a esto, que es malvivir. Le contestaré a usted el sábado.

    Heredaste de la familia una finca de varias hectáreas con casona del XIX y almacenes; y una antigua vivienda para el encargado. Habías obrado y disponía de cierta comodidad: baño, cocina, lavadora, mobiliario…
    Te contestó que en parte sí, que le interesaba. Pero no a tiempo completo, sólo estaría tres días de la semana; el resto quería estar en la ciudad, en su esquina de siempre. Y que tendría que llevarlo y traerlo, o pagarle el autobús.
    -     De acuerdo, señor Guillermo. Lo primero que hará es asearse; yo le facilitaré atuendo y ropa     blanca decente; después a la peluquería.
          
    Al señor Guillermo esta proposición le sonó como si le fueran a restar identidad; en fin, aceptó. Los harapos los guardó en una de las bolsas mugrientas que le acompañaban siempre.
    Cuando volvía a su esquina con sus bolsas sucias, vestía otra vez la ropa de pordiosero.
-        ¡Papá! El señor Guillermo es muy rico, amontona billetes gordos y joyas; lo he visto yo.
    Era tu hijito de siete años el que te avisó.
    Efectivamente, lo viste con tus ojos –la puerta tenía una cerradura casi como una gatera-, tenía apilados en la mesa varios montones de dinero y oro. Disfrutaba así, contándolo y viviendo miserablemente.
    Prescindiste de sus servicios.


Vicente Galdeano Lobera.

2 comentarios:

  1. Me gusta el decurso de los hechos, narrado con fluídez. Puede parecer la narración de una leyenda urbana, opino que hay poco de leyenda y mucho de medio de vida urbana.

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