jueves, 31 de enero de 2019

Pillaje


            




   Despertó de madrugada… Él se removió en su lecho, no recordaba dónde estaba, le pareció oír ruidos en la entrada de la casa. Sí, ahora se centró; estaba en casa de su hijo, una pequeña finca de recreo a las afueras del pueblo. Percibió otra vez ruidos y murmullos en voz baja. Se inquietó.
    Sin hacer ruido y con mucho miedo, estaba solo en casa, subió a la planta superior; con sigilo salió a la terraza; divisó a dos individuos con pasamontañas zarceando en la entrada. Grandes como castillos, hubieran servido, si los enganchan a un arado, para emular a una junta de bueyes. Comprobó la certeza de los rumores; una banda de extranjeros asolaba la comarca asaltando casas, incluso con personas dentro.
   Mal asunto, tenía entendido que empleaban violencia sin medida para conseguir un buen botín… Atemorizado y paralizado, el móvil sin batería, nadie le iba a ayudar. Si entraban seguro que lo pasaría muy mal.
   Se despertó en su interior un fuerte instinto de conservación; decidió adelantarse, aplicar el factor sorpresa y sacudir primero.
   La madrugada era fría, estaba helando y con ligero viento. Los tenía justo debajo; en un instante les vació encima una espuerta con cascotes de cemento atinando de lleno en sus cabezas y seguido les apuntó con la manguera  de la terraza, al abrir el grifo se accionaba una bomba con gran presión, les llovió  una granizada de hielo que les pareció metralla, y después mucha agua que les puso como una sopa; encendió también los deflectores cegadores de la fachada. Sí, eran extranjeros; no se entendían las exclamaciones y gritos que daban. Sin titubeos, escaparon como conejos, aunque uno de ellos de pronto volvió otra vez hacia la casa, por lo visto quería más; otro rugiazo y volvió a escapar. Al momento sintió el rumor de un coche alejándose a toda marcha.
   Encendió la chimenea, asustado, no se atrevió a salir de casa hasta el amanecer. Advirtió el motivo del ladrón que mojó por segunda vez; además de palanquetas, encontró un pequeño revólver cargado, dispuesto para disparar.
   En su guarida, los maleantes recibieron otro chaparrón peor aún: un rapapolvo mezclado con una tanda de latigazos suministrados, por el camarada comandante Vladimir; que si, parece mentira, vergüenza me daría a mí, un viejo os desarma y escapáis… unos forajidos con formación militar acostumbrados a cometer toda clase de tropelías en Kosovo… ¡Vamos, hombre! Y además en España, el imperio del buenismo, las ONG y las subvenciones… ¡Nenazas! ¡Que sois unos nenazas! –Vladimir tiró con rabia la zurriaga y dio por terminado el correctivo; salió.
   Los pillos argumentaron que las tortas de los guardias eran llevaderas; total en el juzgado los sueltan.
   —Lo malo, añadieron, son las patrullas particulares; no se andan con miramientos, sacuden de firme y a más de un camarada lo han dejado tullido.

 Vicente Galdeano Lobera.