domingo, 23 de abril de 2023

Maestros

 

Los sistemas de enseñanza han variado en el pasar de los tiempos. Si para bien o para mal, eso habría que indagarlo. Quien suscribe, lo poco que acudió a la escuela, sólo tuvo dos maestros: don Mariano y don Alfredo.

El primero enseñaba las primeras letras a los pequeños; es decir, a su manera desasnaba a los enanos para el devenir de la vida. Este don Mariano cubría el expediente de guía, pero era hombre propenso a la rabieta y gritaba, insultaba, renegaba y, sobre todo repartía leña a troche y moche. A veces a destiempo.

Quien suscribe, a los nueve años pasó a la sección de “mayores”. Allí el maestro era don Alfredo, mentor muy distinto al otro. Don Alfredo, además de ameno, venía a ser una especie de sabio; tocaba todos palos, tocaba la mecánica –le puso motor a su vieja bicicleta–, tocaba la guitarra, pero sobre todo embelesaba a sus alumnos cuando explicaba Historia de España; también Historia Sagrada, tan necesaria para la oratoria como para comprender textos (en cualquier conversación sale a relucir eso de: pasó las de Caín, más falso que Judas, la procesión va por dentro, nos lavamos las manos como Pilatos, de Pascuas a Ramos… incluso “más limpio que la patena”, dicho en 2014 por el ateo y millonario Zapatero referente a un estatuto).

Estos señores maestros aplicaban el mismo sistema para hacer entrar en vereda a los alumnos más reticentes: repartían unas hostias que temblaba el misterio –otra vez echamos mano de la Historia Sagrada.

Este método de varapalo y tentetieso empleado entonces, a pesar de que hay quien piensa que era mano de santo para enderezar caracteres, no pasaba de ser un maltrato físico y psicológico con secuelas en el ánimo que, en algunos alumnos, duran toda la vida; y lo que es peor, con deseos de venganza sobre futuros subordinados. Cabe añadir que los bofetones, lo mismo que los arrestos en la mili, los recibían siempre los mismos; convenía espabilar para evitarlos. En cualquier caso, eso pertenece al pasado y ahí poco se puede hacer ya; más bien nada.

A pesar de su poco sueldo –habrán oído eso de pasas más hambre que un maestro escuela–, estos señores maestros vestían con decencia, siempre iban trajeados.

El plantel de maestros –perdón, profesores– de ahora es de risa, por no decir de pena; son de reconocido mal gusto en indumentaria, son lo más parecido a una panda de horteras vestidos de mamarrachos en plan capitán Tan con bermudas. Salvo excepciones, esta tropa, amigos del buen rollito y de adoctrinar y tal, es la que ha convertido la Universidad en una fábrica de ignorantes. También con excepciones, claro, pero a los hechos me remito.

Estos sujetos, se precian de tener licenciaturas y doctorados, pero el baremo a superar se presume muy bajo. Lo que no sé es quién concederá los títulos a estas huestes. Es de suponer que alguien parecido a ellos y sobre todo de su cuerda.

Lo malo es que estos botarates están inundando los estamentos oficiales y, lo que es peor, agarrándose como caparras al parlamento sin ninguna responsabilidad, con altísimos sueldos y con alta tasa de corrupción. Y el que venga detrás que arree.

Bueno, algo se ha ganado; porque éstos, aparte de intentar llevarse a alguna alumna a los aseos para meterle mano -hasta para eso son bastos-, pegar, lo que se dice pegar, no pegan ni un sello en una carta. No por falta de ganas, más bien por el buenismo imperante . Estos individuos con mando en plaza serían temibles; a uno de ellos le traicionó el subconsciente y soltó no hace mucho eso de “la azotaría hasta sangrar”, refiriéndose a una mujer. Amén.

Vicente Galdeano Lobera