miércoles, 31 de julio de 2019

Pájaro extraño




La fauna del bosque había observado un nuevo inquilino, una especie de pájaro muy raro que sobrevolaba el territorio; sobre todo en días claros. Vieron también que, dicho ser, intentaba comunicarse con todos ellos; dominaba todos idiomas, parlaba sin dificultad con aves y mamíferos; incluso con reptiles, roedores e insectos. Pero esta fauna tenía un instinto de conservación muy acentuado; no se fiaban ni entre ellos. Y, claro, menos de un forastero de aspecto tan extraño.
Abultaba más o menos como un águila con contraste de colores atractivos y, en vez de alas, portaba unas hélices que lo mismo le permitían volar a gran velocidad, como mantenerse estático suspendido en el espacio. Ojos tenía cuatro, ubicados en sus cuatro costados, en forma de tubo que los orientaba alargándolos a su antojo; la boca por donde hablaba era una rejilla ovalada, como un pequeño altavoz.
La fauna del bosque sentía inquietud ante la presencia, cada vez más a menudo, del pájaro extraño.
--No teman ustedes, dijo una enorme serpiente, yo le quitaré a ese bicho la costumbre de incordiar: acabo de salir del letargo y tengo voraz apetito.
Era una boa ajena al hábitat; la habían soltado de pequeña y había puesto en peligro el equilibrio ecológico de los animales autóctonos.
Ese día nuestro amigo sobrevolaba el bosque informando a sus habitantes de un peligro inminente: unos desaprensivos con intereses bastardos se dedicaban a quemar grandes extensiones de arbolado. Pronto llegarían allí; era necesaria la colaboración de todos para evitar la catástrofe. Pasaba el pájaro a un metro del suelo para que le escucharan incluso roedores e insectos cuando se encontró a su altura la serpiente mirándole como para hipnotizarle. Paró, y suspendido se observaron mutuamente; la boa abrió su enorme boca cuando, a velocidad asombrosa, del lomo del pájaro salió un resorte articulado terminado en una manopla que con destreza abofeteó de firme al reptil. Se hizo hacia atrás, pero al ver la quietud del pájaro, contraatacó. Lamentable; volvió a asomar el resorte pero esta vez calzaba una bota bien herrada cumplimentándole con abundantes patadas.
– ¡Imbécil! ¿cree usted que soy presa fácil? ¡Además que pretendo evitar el peligro que corren…! Tenga usted la bondad de convocar a todos sus vecinos en asamblea -añadió- ¡Que me escuchen de una vez! Sírvase, señora boa, de cumplir mi encargo; si no, lo pasará mal, muy mal.
La fauna, emboscada, contempló la escena; quedaron admirados de las dotes persuasivas del pájaro, que les infundió un enorme respeto.
La asamblea, formada por abundante variedad de habitantes del bosque, incluidos una manada de lobos; había ciervos, jabalíes, cabras, linces… y por supuesto muchas aves. Establecieron un armisticio entre ellos para solucionar el asunto. Escucharon al pájaro: “Como bien saben ustedes, asola la comarca una serie de incendios que obliga a nuestros hermanos sobrevivientes a emigrar; sin in más lejos, baste observar la excesiva población de este bosque. Yo me ofrezco para dirigirlos, apresar y escarmentar a esos desaprensivos y, de paso, que canten para agarrar a los de arriba y erradicar el mal de raíz. Solo una advertencia, los quiero vivos.”
Cazarlos fue pan comido; al bajar del carro con los avíos incendiarios, la presencia de una lozana campesina con amplias caderas y sonrisa prometedora, desarmó a los dos secuaces. Al acercarse a ella con aires de conquista, antes de mediar palabra, unos jabalíes les propinaron buenos empellones dejándoles maltrechos en el suelo. Para colmo, dos raposas les defecaron encima poniéndoles como un cristo. Intentaron correr hasta el coche pero la enorme boa les cortó la retirada con un abrazo de rigor.
--Buenaaas… ¿Saben la melodía o necesitan partitura? -Dijo el pájaro-, pueden guardar silencio si lo desean; pero me apetece escucharles cantar.
Entonaron todo un recital; y con bises.
Llegaron justo cuando sus señorías acababan de dialogar. Estos diálogos consistían en repartirse grandes porcentajes de las recalificaciones de terrenos quemados que habían aprobado ellos mismos. Una sombra se cernió sobre los negociadores cuando entraban al coche oficial. La sombra provenía de una nube compuesta por enjambres, avisperos y un sortilegio de insectos dañinos que cayeron sin compasión sobre los negociadores. No negociaron más.
En el siguiente pleno -bien resguardados, por si las avispas-, sus señorías guardaron cinco minutos de silencio, demostrando así gran sensibilidad, inmenso dolor y respeto por los fallecidos. Todos con cara de circunstancias que con disimulo miraban su reloj y, los de las filas de atrás, su móvil.
No tardaron los voceros de radio y televisión en connivencia con los dirigentes, proclamar a los cuatro vientos el “grave atentado perpetrado contra la democracia y los gobernantes elegidos por el pueblo.” Callaron, como estómagos agradecidos, que dichos dirigentes no pasaban de ser unas camarillas puestos en listas cerradas a capricho del mandamás según su sumisión al partido, y con disciplina de voto; y que nunca les pasó por su caletre, el bienestar del pueblo.

Vicente Galdeano Lobera.