Entre las
aficiones de Acisclo Carramiñana, aparte de las tragaperras, jugar a las cartas
y empinar el codo, destaca la de no trabajar o, por mejor decir, hacer las
peonadas justas para obtener subsidio todo el año. A sus treinta y cinco años,
no se le conoce otro oficio, que afanar algo de chatarra y colaborar con algún
amigo afín.
Presume de no
haber dado palo al agua nunca. “Para qué, el Gobierno está para quitarles a los
ricos y mantenernos a los sin recursos. Además les somos necesarios, sino,
haber quien les vota”.
Entre sus amigos
está don Bernardo Chevalier, de origen francés, de cincuenta y tantos y bastante
vago. Bernard ejerce de conserje en una finca y agarra todo lo que puede de
material eléctrico y de limpieza; eso sin contar que trapichea y practica
mordida con proveedores y alquileres. Don Bernardo avisa a Acisclo cuando tiene
que adecentar los aparcamientos de la propiedad, dándole algún dinero. Se envidian
mutuamente Acisclo y Bernardo, pero se juntan casi todas tardes en el bar a
darle a las máquinas y al alpiste.
—No entiendo,
Bernardo, para qué quieren el dinero los ricos –tenían sus conversaciones
filosóficas y buenos deseos de arreglar el España- Yo, sin ir más lejos, con
tal de tener lo justo, repartiría mis riquezas con los necesitados…
— ¡Qué bueno eres,
Acisclo! ¡Personas como tú necesita el mundo! Si es que son todos unos
avariciosos; empezando por los políticos, están en el cargo para forrarse y, de
paso, para exprimirnos a los currantes.
—Pues lo que es a
mí, poco me exprimirán. Más bien, nada.
Mientras libaban,
iban subiendo el tono en el hablar. Acisclo estaba eufórico, le habían
concedido seis meses más de prestación, y había sacado una pasta con la
chatarra. Para colmo había conseguido el máximo, quinientos euros, en la
tragaperras. “Soy el rey del mambo”, pensaba.
—Acisclo, ¿has
vendido las participaciones del “Niño”? –Era Merche Altabás, que ayudaba en el bar y hacía la
limpieza en la Peña
Recreativa adonde pertenecían Acisclo y su amigo-, dice el
tesorero que te avise, mañana hay que entregar el dinero y las papeletas
sobrantes.
—Lo he vendido
todo. Mañana llevaré las perras.
La verdad es que
Acisclo, entre la viruta que había reunido y un poco borracho que iba, se hizo
el potentado y al día siguiente soltó el dinero y se quedó toda lotería. “Con
mi poder adquisitivo, no es cuestión de ejercer de lotero por ahí”.
El día de Reyes,
Acisclo estaba durmiendo la mona. Llamaron a su casa, era don Bernardo.
— ¡Acisclo! ¡Acisclo!
¡Somos ricos! ¡Ha tocado el Gordo en la lotería de la Peña ! ¿Cuántas papeletas
llevas?
— ¡Jopee! ¡¿No
será pitorreo?! ¡No vendí ni una! Tengo las cinco series…
— ¡Somos ricos,
Acisclo, -don Bernardo varió el tono de voz, le corroía la envidia- y tú,
multimillonario!
En adelante, en
las conversaciones entre ellos, ya no sacaban a relucir el altruismo. A Acisclo
en bien ajeno le importaba un rábano.
Vicente Galdeano Lobera.
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