sábado, 25 de noviembre de 2017

Cambio de chaqueta



    Entre las aficiones de Acisclo Carramiñana, aparte de las tragaperras, jugar a las cartas y empinar el codo, destaca la de no trabajar o, por mejor decir, hacer las peonadas justas para obtener subsidio todo el año. A sus treinta y cinco años, no se le conoce otro oficio, que afanar algo de chatarra y colaborar con algún amigo afín.
    Presume de no haber dado palo al agua nunca. “Para qué, el Gobierno está para quitarles a los ricos y mantenernos a los sin recursos. Además les somos necesarios, sino, haber quien les vota”.
     Entre sus amigos está don Bernardo Chevalier, de origen francés, de cincuenta y tantos y bastante vago. Bernard ejerce de conserje en una finca y agarra todo lo que puede de material eléctrico y de limpieza; eso sin contar que trapichea y practica mordida con proveedores y alquileres. Don Bernardo avisa a Acisclo cuando tiene que adecentar los aparcamientos de la propiedad, dándole algún dinero. Se envidian mutuamente Acisclo y Bernardo, pero se juntan casi todas tardes en el bar a darle a las máquinas y al alpiste.
    —No entiendo, Bernardo, para qué quieren el dinero los ricos –tenían sus conversaciones filosóficas y buenos deseos de arreglar el España- Yo, sin ir más lejos, con tal de tener lo justo, repartiría mis riquezas con los necesitados…
    — ¡Qué bueno eres, Acisclo! ¡Personas como tú necesita el mundo! Si es que son todos unos avariciosos; empezando por los políticos, están en el cargo para forrarse y, de paso, para exprimirnos a los currantes.
    —Pues lo que es a mí, poco me exprimirán. Más bien, nada.
    Mientras libaban, iban subiendo el tono en el hablar. Acisclo estaba eufórico, le habían concedido seis meses más de prestación, y había sacado una pasta con la chatarra. Para colmo había conseguido el máximo, quinientos euros, en la tragaperras. “Soy el rey del mambo”, pensaba.
    —Acisclo, ¿has vendido las participaciones del “Niño”? –Era Merche  Altabás, que ayudaba en el bar y hacía la limpieza en la Peña Recreativa adonde pertenecían Acisclo y su amigo-, dice el tesorero que te avise, mañana hay que entregar el dinero y las papeletas sobrantes.
    —Lo he vendido todo. Mañana llevaré las perras.
    La verdad es que Acisclo, entre la viruta que había reunido y un poco borracho que iba, se hizo el potentado y al día siguiente soltó el dinero y se quedó toda lotería. “Con mi poder adquisitivo, no es cuestión de ejercer de lotero por ahí”.
   El día de Reyes, Acisclo estaba durmiendo la mona. Llamaron a su casa, era don Bernardo.
    — ¡Acisclo! ¡Acisclo! ¡Somos ricos! ¡Ha tocado el Gordo en la lotería de la Peña! ¿Cuántas papeletas llevas?
    — ¡Jopee! ¡¿No será pitorreo?! ¡No vendí ni una! Tengo las cinco series…
    — ¡Somos ricos, Acisclo, -don Bernardo varió el tono de voz, le corroía la envidia- y tú, multimillonario!
     En adelante, en las conversaciones entre ellos, ya no sacaban a relucir el altruismo. A Acisclo en bien ajeno le importaba un rábano.

Vicente Galdeano Lobera.

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