¡Uf…! Ya estoy en
mi tierra. En este mes de asueto intentaré relajarme y desconectar.
Últimamente, mi alumna predilecta estaba un pelín pesada. Recuerdo la escena en
nuestra última cita del curso; noté como si mi Martita quisiera decirme algo,
pero sin decidirse.
—Heriberto, si me
quedara embarazada… ¿Te casarías conmigo? –Me soltó sin venir muy a cuento.
—Claro que sí,
princesa; -dije por contentarla- abandonaría a mi familia y viviría contigo. Y
cuando termines tu carrera te convertirías en mi ayudante. –añadí.
— ¡Oh, Heriberto! ¡Qué feliz me haces sentir…,
y cuánto te quiero!
— ¡Oye,
pero… ¡¿No estás encinta, verdad?! Con las precauciones que tomamos, es
Imposible.
— ¿Eh…?
-Tardó un poco en contestar- No; no creo, vamos.
Martita asiste a mi
clase, no vale gran cosa pero tiene unos pechos y unas caderas irresistibles.
Me gusta solo para satisfacerme; como pago, yo le apruebo los exámenes. Además,
yo no la busqué; se me ofreció en bandeja, y uno no está para desaprovechar
ocasiones. En cualquier caso, si se queda preñada que aborte, que es legal;
pero que no me maree. Porque si le veo las orejas al lobo, pongo tierra por medio
y que me echen un galgo. Lo tengo claro, yo no cargo con el mochuelo.
No voy a ser tan
torpe como el profesor Carrascón, que una docente le reclamó la paternidad de
su hijo y él, sin comprobaciones, dijo a todo que sí; con intención de seguir
beneficiándosela, claro; y ahora sin catarla, está pagándoles manutención a
ella y al niño. Eso sin contar que una noche en un callejón, sin saber cómo ni
quién, le administraron una somanta palos que aún le cambia la color cada vez
que varía el tiempo. Denunció, pero entre la falta de pruebas y la presunción de
inocencia en vigor, la señora juez decretó sobreseimiento. Ah, y de propina su
esposa e hijos lo echaron de casa y también les esta pagando el sustento.
Vicente Galdeano Lobera.