miércoles, 18 de abril de 2018

Don Acisclo, encumbrado


                                                                      



    Desde que le cayó la lotería, Acisclo Carramiñana se envaneció de tal manera, que después de pensarlo mucho, llegó a la conclusión de que ser millonario equivalía a una licenciatura; o más.
    De natural esmirriado y color cetrino, estaba dotado de abundantes imperfecciones. En su opulencia, se había procurado cuantiosa indumentaria: vaqueros, bermudas, camisetas, ropa y calzado deportivo…, incluidos gorritos para tapar su calva; todo de primerísima marca, pero al no reflejar suficiente refinamiento y estar falto de aseo, ofrecía una estampa muy parecida a un  menesteroso.
    Pero era rico; y todos le adulaban; banqueros, empresarios y la flor y nata de personas influyentes, incluidas mujeres guapas, reclamaban la presencia de don Acisclo. Encumbrado, el tratamiento de don sonaba en sus oídos como música celestial. “Cuando me distinguen así, será que lo merezco”.
    Decidió zanjar este asunto convocando a sus allegados en la peña recreativa.
    —Buenas tardes, señores –dijo don Acisclo muy serio al entrar.
    A los amigos les extrañó la actitud severa de Acisclo; exclamó uno “Dichosos los ojos que te ven ¿Qué  pasa, Acisclo?, estás muy serio, tendrías que estar más contento que unas castañuelas”.
    Don Acisclo comenzó a tocarse el mentón mal afeitado y a mirar al techo; ademán que no presagiaba nada bueno.
    —Miren ustedes –contestó-, vamos a dejar las cosas claras… ¡Veo que no se han enterado de que están hablando con un superior!
    Sorpresa se llevaron, no entendían nada.
    —Por tanto, de ahora en adelante, cuando se dirijan a mi, será siempre con el debido respeto, osease: don Acisclo, señor Carramiñana o, como mínimo, señor Acisclo; de ahí para abajo, nada ¿Queda claro?
    —Pero, Acisclo –dijo uno con peor traza que él, un poco bizco y con nariz ganchuda.
    — ¡Don Acisclo! –le atajó sin contemplaciones.
    —Bien, don Acisclo, pero si eres nuestro compinche de correrías de siempre…
    — ¡Tráteme de usted! ¡A ver si aprenden, hombre, que son todos unos catetos!
    —Pero, bueno, señor Acisclo, y nosotros, ¿qué ganamos con aplicarle a usted el tratamiento? –dijo otro que no estaba convencido del todo.
    —Pues, de momento, siempre y cuando sigan ustedes mis instrucciones, tendrán cuando estén conmigo, barra libre de torreznos, vino y carajillos; ...incluso ensaimadas.
    Los concurrentes, paralizados tenían los ojos abiertos como platos y eran todo orejas. Ni respiraban.
    —Eso sin contar –añadió don Acisclo- que la próxima semana nos iremos cinco días a la ciudad; he contratado un hotel a mesa puesta para todos nosotros. Quien quiera, podrá llevar compañía.
    Los adláteres de don Acisclo sorprendidos, comprendieron pronto que les costaba muy poco bailarle el agua y que tenían bastante a ganar; comenzaron los vivas y los hurras al señor Acisclo y lo celebraron con abundantes libaciones sólo comparables a las viandas que deglutieron. Merche, la limpiadora, también se unió a la fiesta y preguntó al señor Acisclo si podría acompañarles en el viaje a la ciudad; “claro que sí, Merche, usted ejercerá de jefa de protocolo y, además, mantendrá a raya a esta sarta de vándalos”.
    A la semana siguiente, emprendieron el viaje don Acisclo en su flamante “Mercedes” acompañado de Merche y, en rigurosa formación, tres coches más con la comparsa de adjuntos, todos contentísimos. Lástima que al poco toparon con un control de la Guardia Civil; los guardias, al ver semejante tropa, les marearon buen rato, sobre todo no les cuadraba el magnífico automóvil con el semblante de Acisclo. “Oigan, que este coche es mío, y voy donde me da la gana", argumentó. “Bien, lo comprobaremos; documentación”.
    Acisclo, de continuo, sufrió tropiezos parecidos; cansado guardó el Mercedes y compró un discreto utilitario acorde a su fisonomía. Comprobó que no basta ser rico; además hay que parecerlo.



   Vicente Galdeano Lobera.