martes, 30 de enero de 2024

Cabalgada

 

Timoteo Ciria Lurón, conductor experimentado, aparcó el camión en un ancho del camino junto a amplias huertas jalonadas de árboles frutales. Como hombre previsor dejó el vehículo encarado por si había que salir pitando. Hoy tocaba hacer cabalgada; la cabalgada consistía en que el Timoteo arramblaba con todo lo que no es suyo, con todo que saliera a su paso, ya fueran frutas verduras, hortalizas…, en cierta ocasión afanó también un lechón que había en una choza junto a una masía. Había buen tajo y en poco rato llenó tres sacos de naranjas; por hoy ya vale, a volar tocan. Había dejado debajo de una loseta un billete de dos mil pesetas como baza y justificante de pago por si lo pescaban. Regresaba al camión con el último saco del botín y a punto de llegar a la losa recogería su dinero y aquí no ha pasado nada. Pero a veces sí que pasa, sí. Un contratiempo le llenó de sobresalto y le encogió el ombligo, incluso le mudó la color. Menos mal que al ser noche cerrada no se notaba; aparecieron por entre los árboles y lo rodearon seis maromos de cumplida envergadura que le cortaron la retirada; tenían pinta de malas pulgas.

—Buenas noches, señoría, ¡qué! No ha habido mala cosecha ¿Eh? –dijo uno de los chavos.

El Timoteo vio claro que si no andaba con tiento la somanta palos que le caería la tenía más que asegurada. Decidió improvisar a la pata llana.

—Buenas noches, señores, pues sí, llevo un hermoso saco de naranjas, pero he de advertirles que las naranjas las he pagado.

—Más le vale, porque si no, su señoría cobrará muy de recio. A ver, ¡el recibo!

—Precisamente ahí debajo de esa loseta, junto al riego, tienen ustedes dos mil pesetas contantes y sonantes; porque a mi no me gusta robar, señores. Pero es que no lo puedo evitar –continuó el Lurón–; soy muy amante de la naturaleza y me gustan los productos directamente del campo a la mesa, sin intermediarios.

—Pues la mesa de su señoría debe ser muy amplia, se ha llevado más sacos…, que tendrá que pagar, por supuesto.

Jope, éstos me han calado; el asunto se pone feo, habrá que improvisar para evitar más complicaciones y archivar el caso. Ciria puso en marcha una treta, a su ver, infalible; para suavizar asperezas no hay nada mejor que el dinero, el único dios verdadero, que dijo aquel.

—Sí, sí…, son dos sacos más; miren, para que vean que entro en razón ahí van cinco mil pesetas más, a buena cuenta o a mala, ¿están ustedes conformes?

— ¡Ah! Vale, esto ya es otra cosa –al ver los cinco verdes, los guripas abrieron buen ojo y aun le cantaron una canción–; por esta vez pase, pero no vuelva su señoría a rondar por aquí, o le saldrá caro, muy caro. Que las rondas no son buenas, que hacen daño, que dan penas, y se acaba por llorar; como dice don Agustín Lara. Buenas noches, vaya su señoría con Dios.

Después del mal trago el Ciria emprendió a buen paso la retirada hacia el camión; iba que trinaba, iba rumiando que esto no quedará así, iba engordando deseos de venganza para resarcirse de las perras que había soltado, iba maquinando que las recuperaría con creces en la próxima cabalgada, vaya que sí. En fin, se dijo, el jefe no se ha enterado conque pelillos a la mar, cogeré el camión y a poner tierra por medio tocan. Por si acaso.

Lo que pasa es que a veces al echar cuentas salen rosarios. Ciria Lurón al llegar al tráiler encontró todas ruedas pinchadas; bueno, todas no, habían dejado una sana como muestra. Se conoce que pululaba otro comando de castigo distinto al que le bailó las siete mil pesetas. Lo cierto es que los hortelanos estaban hartos, siempre que veían el camión sufrían una importante merma en su cosecha. Le pillaron la vuelta para escarmentarle. Así aprenderá. Tenía razón don Agustín Lara: las rondas no son buenas.

Tamaña fechoría era indisimulable, al Lurón no le quedó otra que informar –dijo que estaba durmiendo cuando pincharon las ruedas– a los jefes. La respuesta fue más benévola de lo que esperaba. Desde dirección le razonaron más o menos que no se preocupara, que todo que se puede arreglar con dinero carece de importancia. Aun añadieron que esos percances al párroco de su pueblo no le pasarían, no; pero habría que esperar al día siguiente que llegaría un camión con ruedas y operarios para desfacer el entuerto.

Se han tragado la bola, pensó el Timoteo; no es para menos con el prestigio que tengo en el trabajo. Recordó cuando se incorporó a la entidad como chófer, empleó la máxima que reza: “agachate y entrarás”, y después, agachándose más aún alcanzó plaza como Correveidile Mayor en Plantilla, es decir: como pingajo, cargo sin remuneración especial, pero que Ciria pensaba le daba derecho para hacer lo que le viniera en gana.

Sorpresa mayúscula se llevó Timoteo el día de cobro. En la oficina le entregaron el sobre sin blanca; eso sí, junto a la nómina apareció una nota que rezaba:

Señor Ciria Lurón,

Le resumimos algunas normas que rigen en esta compañía y que le atañen a usted: aquí las equivocaciones, si son de buena fe, se perdonan; las bobadas, algunas se pasan por alto; las bravuconadas y las fantasmadas se pagan, a la baja pero se pagan; pero las barrabasadas y el latrocinio, eso sí que se paga, y se paga caro.

Recomendación: a ser bueno y a enmendarse.

Amén, Jesús.


Vicente Galdeano Lobera