lunes, 31 de mayo de 2021

Intuición

 

 

     Chonita tardó un poco más en acicalarse; quería causar buena impresión. No sabía qué indumentaria ponerse. Decidió ponerse un traje sastre con camisa blanca y corbata, como un hombre; lo que aumentaba aún más su feminidad. Se recogió el pelo con gracia y se puso unos zapatos de medio tacón. Quedó contenta con la imagen que le devolvió el espejo.

 Chonita, a sus espléndidos veinticuatro años, lucía una envidiable mata de pelo negro que enmarcaba un rostro moreno de pómulos altos con unos ojazos de ensueño y una boca, que al sonreír, enseñaba unos dientes blanquísimos algo irregulares, lo que le añadía más encanto. Era de estatura normal y muy bien proporcionada. A su paso, dejaba un halo de admiración y deseo en los hombres y de envidia en las mujeres.

    Ese día venía en persona el pintor de prestigio que había expuesto en la galería que Chonita se empleaba como guía.

    Ella, se documentó bien y comprobó que la vida del pintor en ocasiones turbulenta, provocadora del peligro y consagrada siempre al arte, fue deslumbrante. Era, además muy amigo de sus amigos, tanto de clase alta como baja, entre ellos algún escritor de ideas opuestas. El artista había ejercido de poeta, redactor, marchante, novillero con pretensiones de maestro, dibujante, estudiante universitario. En la guerra del 36 se alistó voluntario sin pestañear en el bando legítimo. Marchó al extranjero, fue legionario, se evadió de cárceles por dos veces; alternó con la flor y nata del arte con la misma naturalidad que cursó buena temporada en la escuela de gitanos, conviviendo y entablando lazos de amistad que perdurarían siempre. Valga una anécdota entre un torero famoso amigo y el pintor; cambió un cuadro suyo por un flamante Cadillac del torero, que después entregó a unos gitanos que lo emplearon de vivienda. Era también mujeriego empedernido; llegó a casarse sin haberse separado de su esposa anterior. Todo un aventurero, perfecto para mujeres soñadoras como Chonita.

  A media mañana, como estaba previsto, apareció por la sala el artista acompañado de autoridades y algún colaborador amigo.

    Al artista no le fue indiferente la distinguida y elegante guía que explicaba sus cuadros con buen timbre de voz y comentarios acertados a un grupo de visitantes. La veía, además de guapísima, muy versada en la materia. Estaba claro que más de uno del grupo, eran más aficionados a ella que a la pintura. Lo mismo le ocurrió al artista; sólo tenía ojos para ella. —Maestro… ¿Le gusta Chonita? Es guapa ¿Eh? –Le espetó un colaborador al darse cuenta de su admiración. — ¿Qué, qué? ¿Cómo dices? — ¡¿Qué si le gusta Chonita?! — ¿Chonita es su gracia…? Pues mira, sí. ¡Me gusta más que el pan recién tostado! –Contestó el maestro espontáneamente. —Creo, maestro, que Chonita le tiene a usted bastante devoción –dijo el colaborador. Luego se la presentaré.

    Efectivamente, los presentaron. Chonita vio en el artista, treinta años mayor que ella, a un hombre maduro, quizá algo voluminoso, atezado, con melena blanca, correctamente vestido con capa y sombrero. Imponía y tenía distinción. Claro, la brillante posición del pintor realzaba estos conceptos.

   —Señor Viola, le presento a Asunción Arroyo, guía y orientadora de esta galería…

   —Encantado, señorita; es un placer conocerla.

   —Asunción, este señor es el pintor Manuel Viola.

   —Tenía deseos de verlo en persona; el placer es mío, mucho gusto en conocerle.

Siguió la conversación fluida entre los dos; Viola estaba muy a gusto con aquella joven que respondía siempre mirándole de frente. Procuraron apartarse del grupo, el artista quería estar a solas con Chonita.

   —Señorita, desearía hablar en privado con usted. –Le dijo al quedar solos. Tengo que proponerle un asunto que a mí me interesa mucho; me muero por saber su respuesta.

   Ella con intuición femenina, adivinaba de qué trataba el “asunto”; lo veía venir…

   —Si no tiene usted compromiso…, continuó el pintor, ¿podría recogerla cuando termine su trabajo? La invito a cenar.

    El resto es fácil de imaginar. El pintor y la guía permanecieron juntos diecisiete años, hasta la muerte de él en El Escorial. Se entendieron bastante bien, tuvieron un hijo y Chonita le asistió y dio cariño al artista hasta el último día de su existencia.

 

 Vicente Galdeano Lobera