Gonzalo Gutiérrez,
sentía afición por la literatura; había leído muy poco pero se consideraba un
creador nato. Entendía que su trayectoria al servicio de la ciudadanía le
avalaba para ser escritor reconocido.
Su vida laboral consistía,
al estar afiliado a un partido, en pasar de un enchufe a un departamento
improductivo y viceversa. Además, estaba convencido que el pertenecer a un
partido político o a un sindicato (De los que quitaron todos logros conseguidos
por los trabajadores) equivalía a una diplomatura. Con que, venga, que es
tarde, a escribir experiencias se ha dicho.
Ahí tenemos a
Gonzalo dedicado a emborronar cuartillas con frases hechas, a mencionar lo
políticamente correcto, contra el machismo, contra la iglesia; contra el Islam,
no; que hay que ser tolerantes, y él lo es, y mucho. La inmigración no se
libraba, empleando el estribillo de “vienen a pagarnos las pensiones”, que
diría cierto político; todo con una música de fondo que dejaba ver un buenismo
y una solidaridad que rebosaba en Gonzalo.
Presentó una serie
de cortos y relatos de este estilo en su círculo de acólitos que lo celebraron
y aplaudieron animándole a seguir “contando las verdades del barquero, Gonzalo,
diarios de prestigio disputarán tu colaboración”.
Decidió visitar redacciones
de periódicos y alguna editorial, tenía cantado lo de publicar. -Con los temas
sociales que comento, se me rifarán- pensaba. Pero los directores de estas
entidades, lamentablemente, no eran de su opinión.
—Pero… Usted ¿De
qué va? ¿Pretende que le publique esta sarta de sandeces? ¡Venga, hombre,
venga! Como presente esto al director, me echa. –El que hablaba era el adjunto
a la dirección de un rotativo local. Le había recomendado a Gonzalo un
dirigente político conocido.
—Pues a los de mi
cuerda les encantan mis escritos…
—Bueno, a cada uno
hay que respetarle su terapia. Que funden un diario y que lo publiquen ellos.
–El adjunto se cogió la barbilla como pensando, y continuó- Tirando de
hemeroteca solo recuerdo bobadas parecidas a cierto dirigente del Cantón de
Cartagena que se creía escritor y no pasaba de ser un simple.
—Oiga, que usted
no sabe con quien está hablando. Soy militante del partido mayoritario y, si en
las próximas elecciones sale, estoy propuesto para ministro de cultura. –Se
explicó Gonzalo en estos términos; estaba dispuesto a echar mano de sus
influencias- Puedo perjudicar bastante a su diario, así que usted verá.
—Como no instauren
ustedes un régimen stalinista, la inquisición o algo parecido, ya está visto.
Yo no lo publico. Opino que usted, literariamente es una nulidad. Se lo
explicaré de otra forma, para que entienda, -continuó el redactor- para
escribir no basta atacar, venga a cuento o no, a una religión determinada, para
eso hay que ser Voltaire y gastar fina ironía en las frases o, mejor aún,
ignorando lo que se desdeña, y lo que usted trae no pasan de ser simples
panfletos; además mal redactados.
Gonzalo había
visitado diecisiete redacciones, y en todas le daban calabazas. Hasta que un día, al llegar a la decimoctava,
un altercado en el despacho de cierto editor lo desanimó bastante. Al soltar
aquello de “Usted no sabe con quien está hablando…” el director se mosqueó y
por poco le arrea candela. Se conformó con avisar para que acompañaran a
Gonzalo a la puerta.
Gonzalo piensa que
le conviene acudir a la escuela y perfeccionar su afición.
Vicente Galdeano Lobera.
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Más de lo mismo. Presumen de honestos e intelectuales y no pasan de ser unos trepas y aprovechados. Y se les paga pa que no roben.
ResponderEliminarMás de lo mismo. Presumen de honestos e intelectuales y no pasan de ser unos trepas y aprovechados. Y se les paga pa que no roben.
ResponderEliminarEl argumento es válido hasta que la política consiga volver a la definición griega. Una serie de personajes que se parecen a los "gorrillas" de los aparcamientos, pero sin boina calada que les tape el vacío debajo del pelo. El desarrollo es lineal y una acción cae en la siguiente, siendo cada una de ellas un martillazo que clava más hondo en la miseria el ego de Gonzalo. Para mí es correcta la parte técnica y el autor la goza con la carrera literaria del sujeto que se arrastra por la pista de despegue sin saber que no lleva motor.
ResponderEliminarCaray... José. No sé qué responder; tu comentario supera a mi escrito. Solo aclarate que Roque Barcia es el "intelectual" que acaudilla el Cantón. Un abrazo.
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