miércoles, 3 de agosto de 2022

Lance curioso

 

En el restaurante pululaba un tal Marquitos, ejercía de camarero mayor y era muy servicial y eficiente; este hombre aparentaba unos sesenta años, pesado, algo talludo, pelo entrecano, sin bigote, ojos marrones, rostro ensombrecido y un movimiento al andar como de barco en mar serena. Entre la clientela había dos damas con ganas de pitorreo que no le quitaban ojo, y con suficiente atractivo como para marear al más pintado.

—Marita…, el barman que nos atiende parece buen profesional, pero, ¿te has fijado en sus andares?

—Sí que anda raro, sí; si le colgaran un cencerro apenas lo haría sonar.

—Que digo yo, que sería interesante comprobar la eficacia de esta persona en trance amoroso…

—Sería cuestión de cercionarse. Pero yo auguro que estos fulanos tan vulgares y que se conducen tan pausados, por fuerza tienen que arrojar mucho rendimiento en la cama.

—Venga pues, a este sujeto lo embolicamos y lo llevamos a tu casa. Tú te encamas con él y yo, bien camuflada, grabaré el lance. Sin sacaros el rostro, claro; luego lo colgamos en la red y con lo que paguen nos pegamos una semana de vacaciones ¡¿Qué te parece?!

— ¿Yo…? De eso nada, monada; que mi menda no tiene el gusto estropeado. Si acaso lo hacemos al revés: te revuelcas tú y yo os grabo.

Después de un tira y afloja, lo echaron a suertes y le tocó el tumbar al camarero a Marita. Fue sencillo, con unas leves insinuaciones y pestañeos entremezclados con sonrisas prometedoras, el Marquitos entró al trapo.

Seguido el protocolo del galanteo y preámbulo amatorio, llegó la hora de la verdad y antes de entrar a matar, Marita tuvo a bien advertir al Marquitos que si no será usted de esos que apenas comienzan ya terminan –sólo de pensarlo se ponía cardíaca y hasta se olvidó de que su amiga los estaba grabando–. Si quiere usted algo, deberá prometer buena productividad, que si no, no juego ¿Queda claro?

—Tranquila, prenda…, cuando en mi pueblo me llaman “Marquitos el melenas, caprichito de las nenas”, por algo será ¡Vamos, digo yo! Le prometo a usted una noche inolvidable; se enamorará de mi, seguro –faroleó el Marquitos que jamás se había comido una rosca.

Cuando él con brusquedad intentó desvestirla, ella, que no necesitaba ayuda, le mostró con gracia insinuante su espléndida figura apenas velada con lencería fina; Marita pedía placer, también estaba dispuesta a darlo.

No hubo comienzo, ni terminación, ni nada… Ya en la cama el Marquitos se quedó flojo y empezó a acariciarla. Después de varias tentativas desesperadas ella vio claro que aquello era, como poco, un gatillazo como la copa un pino y que este fulano que no ofrece rendimiento, no me toquetea más.

Ella saltó del lecho y comenzó a hacer castañetas con los dedos y chasquidos con la lengua como cuando se arroja a un perro que estorba: ¡Largo de aquí, pendejo!

En su humillación, Marquitos vio claro que su juventud se había evaporado hacía mucho tiempo.

El realismo del lance grabado permitió a Marita y a su amiga marchar de vacaciones.



Vicente Galdeano Lobera


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