Eran piratas; de
los muchos que infectaban aquella zona. Iban bien armados y nos abordaron sin
dificultad. Después de saquearnos, a los que éramos fuertes, nos ataron a las
filas de remos como galeotes; mientras decidirían dónde nos venderían como
esclavos.
Comencé a odiar la
música del mar. El concierto que allí se escuchaba, era el ritmo que marcaba el
cómitre para acompasar a los remeros. Las florituras que se oían eran el
restallar del látigo manejado con destreza por un mastodonte para animarnos a
remar deprisa. El fragor de las tormentas y las fuertes mareas, si se puede
llamar música, tampoco me gustaba.
No sé cómo
ocurrió. El del látigo se acercó demasiado a los remeros. Lo agarraron; y en un
momento pasó por encima de la fila de babor, después por estribor. Cada galeote
le iba dando lo suyo; cuando lo rescataron, por los grandes alaridos que daba,
ya tenía el espinazo partido. Esos compases, me gustaban un poco más.
La tripulación
bajó la guardia a causa del altercado.
Lamentable. No se
percataron de la presencia de dos navíos del rey, nuestro señor.
Yo, acurrucado y
atado a mi remo, la música que escuché, fue un zafarrancho de patadas,
fustazos, puñetazos, recios insultos… poco antes de que nuestros soldados
redujeran a los piratas.
A los que quedaron
vivos los amarraron a los remos, liberándonos a nosotros.
Alegremente
pusimos rumbo a España.
Pude escuchar el
concierto desde otra prespectiva. Pero, no. Debí quedar traumatizado. A pesar
de las loas y composiciones que hacen los poetas referentes a la mar, no; no me
gusta la música del mar.
Vicente Galdeano Lobera.
Me ha gustado muchísimo, se lee buena música en estos renglones.
ResponderEliminarLa importancia del punto de vista..
ResponderEliminarO el color del cristal con que se mira.
En este caso, el protagonista sale escaldado, y ya le puedes poner cristales de colorines que seguirá odiando esta sintonía.
EliminarGracias, Manuel.
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