lunes, 21 de marzo de 2016

Don Paco

    Hay profesiones como la de marino, ferroviario, tratante, también la de titiritero y otras muchas, casi todas, que tienes ocasión de experimentar toda clase de situaciones, incluso algunas buenas; y conoces abundantes lugares distintos. Y también te encuentras con personajes de muy distinto pelaje; algunos merecen ser mencionados en una cuartilla. En las líneas que siguen trataré de retratar a un sujeto que no me dejó indiferente.
    Sobre las ocho de la mañana de un mes de marzo aparqué mi camión en una explanada anexa a un bar-restaurante de carretera con intención de organizarme el trabajo de la jornada y desayunar; había cuatro o cinco camiones, y también algún turismo. Después de ventilar y ordenar la cabina del camión, puse  en regla los papeles correspondientes. Este habitáculo conviene tenerlo bien aseado, nos sirve a los chóferes de oficina, lugar de descanso, salón de lectura y más aplicaciones.
    Junto a la entrada del bar, en sitio bien visible, una furgoneta con tenderete adjunto tenía expuestos para su venta productos de la comarca; sacos de naranjas y tarros de miel. Al estar el aparcamiento al borde de un acantilado de unos cien metros, se divisaba el mar Mediterráneo en todo su esplendor salpicado junto a la orilla de algún peñón, y también de pequeñas embarcaciones de pesca. Se divisaba muy cerca un faro que parecía obsoleto, pero por las noches seguía cumpliendo su función. El panorama divisado recreaba la vista y tranquilizaba la mente.
    Ya dentro del bar, limpio y decorado con muy buen gusto, con abundantes plantas de interior, me acerqué a la barra atendida por una joven veinteañera guapísima que atendía con una sonrisa que aumentaba aún más su hermosura. Había pocos clientes, junto al mostrador tres personas, y en una mesa cerca, cuatro lugareños jugando al dominó. Me sirvieron el desayuno cuando accedió al local el sujeto de marras…
    —“A loz bueno día ceñore ¿Han descansao ustede bien?”
    —¡Hombre! Don Paco, pase, pase, que hay brasero. –Saludó la camarera siempre sonriente.
    El tal don Paco era un individuo de edad indefinida, esmirriado, renegrido y, además, feo y arrugado como el pollo de un buitre; vestía una indumentaria dos tallas grande, anticuada y no muy limpia; tocado con sombrero cordobés, a cada paso se llevaba la mano al ala para saludar, y una gayata colgada del brazo.     —“Póngame uzte un cafelito, por favó”. —Al momento, don Paco… —“Y también la tostaíta, zi no es moleztia.” —Sus deseos son órdenes, don Paco. —“Una copita de anís y un vacito de agua…” —Al momento, señor. Don Paco, después del primer sorbo del café, lo tomaba levantando el dedo meñique, se dirigió nuevamente a la chica: —“Ceñorita, ¿tiene uzté la prenza?” —Sí, don Paco, pero siéntese en una mesa, yo le acerco todo. Don Paco se sentó, y después de dar cuenta con la debida corrección y delicadeza, usando los cubiertos. y todos requerimientos, a su desayuno, abrió el periódico y se pegó  su buena media hora informándose. Se levantó, pagó lo suyo dejando buena propina, y con un, “A la paz de dio, zeñore, que ustedes lo pacen bien y tengan buen día”. Se fue.
    - ¡Caray! Qué anacronismo, por un momento pensé que estábamos en el XIX, exclamé, aunque fuera de lugar, qué exquisitez, qué buenas maneras y qué exceso de buen trato gasta este señor; ni que fuera marqués. Lástima que la pinta no le acompañe.
     Uno de los jugadores de dominó, me desengañó pronto. Dijo, más o menos, que en la república de la casa de don Paco, -empezó a ennumerar contando con los dedos- no trabajaba nadie, a saber: él con el Per, la suegra, viuda de militar, con buena paga; su mujer, se las había arreglado para cobrar pensión por inutilidad; dos hijas medio lelas que tienen, también con paga; el hijo, un malarrasa que cuando no está en la cárcel, está en cursos de rehabilitación cobrando también y, si no, cobrando el paro que dan al salir de la trena; y tienen también un perro que están tramitando a ver si les paga algo el gobierno. En esa casa, se juntan con un monto que es difícil superar por gente normal. ¡Ah! –continuó- Ahora que no nos oye nadie, le diré que de milagro no ha cogido el diario al revés. No sabe leer.
    Ni falta que le hace, pensé.

 Vicente Galdeano Lobera.     

2 comentarios:

  1. Dos partes importantes para mí. La descripción del lugar de trabajo del narrador y luego el desparpajo y señorío del muñidor de la vaca. Me llama la atención cómo das vida al personaje y lo vistes con lo mejor del vividor que con humildad disimula su pillaje al Estado benéfico.

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