Hay profesiones
como la de marino, ferroviario, tratante, también la de titiritero y otras
muchas, casi todas, que tienes ocasión de experimentar toda clase de
situaciones, incluso algunas buenas; y conoces abundantes lugares distintos. Y
también te encuentras con personajes de muy distinto pelaje; algunos merecen
ser mencionados en una cuartilla. En las líneas que siguen trataré de retratar
a un sujeto que no me dejó indiferente.
Sobre las ocho de
la mañana de un mes de marzo aparqué mi camión en una explanada anexa a un
bar-restaurante de carretera con intención de organizarme el trabajo de la
jornada y desayunar; había cuatro o cinco camiones, y también algún turismo.
Después de ventilar y ordenar la cabina del camión, puse en regla los papeles correspondientes. Este
habitáculo conviene tenerlo bien aseado, nos sirve a los chóferes de oficina,
lugar de descanso, salón de lectura y más aplicaciones.
Junto a la entrada
del bar, en sitio bien visible, una furgoneta con tenderete adjunto tenía
expuestos para su venta productos de la comarca; sacos de naranjas y tarros de
miel. Al estar el aparcamiento al borde de un acantilado de unos cien metros,
se divisaba el mar Mediterráneo en todo su esplendor salpicado junto a la
orilla de algún peñón, y también de pequeñas embarcaciones de pesca. Se
divisaba muy cerca un faro que parecía obsoleto, pero por las noches seguía
cumpliendo su función. El panorama divisado recreaba la vista y tranquilizaba
la mente.
Ya dentro del bar,
limpio y decorado con muy buen gusto, con abundantes plantas de interior, me
acerqué a la barra atendida por una joven veinteañera guapísima que atendía con
una sonrisa que aumentaba aún más su hermosura. Había pocos clientes, junto al
mostrador tres personas, y en una mesa cerca, cuatro lugareños jugando al
dominó. Me sirvieron el desayuno cuando accedió al local el sujeto de marras…
—“A loz bueno día
ceñore ¿Han descansao ustede bien?”
—¡Hombre! Don Paco,
pase, pase, que hay brasero. –Saludó la camarera siempre sonriente.
El tal don Paco
era un individuo de edad indefinida, esmirriado, renegrido y, además, feo y
arrugado como el pollo de un buitre; vestía una indumentaria dos tallas grande,
anticuada y no muy limpia; tocado con sombrero cordobés, a cada paso se llevaba
la mano al ala para saludar, y una gayata colgada del brazo. —“Póngame uzte un
cafelito, por favó”. —Al momento, don Paco… —“Y también la tostaíta, zi no es
moleztia.” —Sus deseos son órdenes, don Paco. —“Una copita de anís y un vacito
de agua…” —Al momento, señor. Don Paco, después del primer sorbo del café, lo
tomaba levantando el dedo meñique, se dirigió nuevamente a la chica: —“Ceñorita,
¿tiene uzté la prenza?” —Sí, don Paco, pero siéntese en una mesa, yo le acerco
todo. Don Paco se sentó, y después de dar cuenta con la debida corrección y
delicadeza, usando los cubiertos. y todos requerimientos, a su desayuno, abrió
el periódico y se pegó su buena media
hora informándose. Se levantó, pagó lo suyo dejando buena propina, y con un, “A
la paz de dio, zeñore, que ustedes lo pacen bien y tengan buen día”. Se fue.
- ¡Caray! Qué
anacronismo, por un momento pensé que estábamos en el XIX, exclamé, aunque
fuera de lugar, qué exquisitez, qué buenas maneras y qué exceso de buen trato
gasta este señor; ni que fuera marqués. Lástima que la pinta no le acompañe.
Uno de los jugadores
de dominó, me desengañó pronto. Dijo, más o menos, que en la república de la
casa de don Paco, -empezó a ennumerar contando con los dedos- no trabajaba
nadie, a saber: él con el Per, la suegra, viuda de militar, con buena paga; su
mujer, se las había arreglado para cobrar pensión por inutilidad; dos hijas medio
lelas que tienen, también con paga; el hijo, un malarrasa que cuando no está en
la cárcel, está en cursos de rehabilitación cobrando también y, si no, cobrando
el paro que dan al salir de la trena; y tienen también un perro que están
tramitando a ver si les paga algo el gobierno. En esa casa, se juntan con un
monto que es difícil superar por gente normal. ¡Ah! –continuó- Ahora que no nos
oye nadie, le diré que de milagro no ha cogido el diario al revés. No sabe
leer.
Ni falta que le
hace, pensé.
Vicente Galdeano Lobera.
Dos partes importantes para mí. La descripción del lugar de trabajo del narrador y luego el desparpajo y señorío del muñidor de la vaca. Me llama la atención cómo das vida al personaje y lo vistes con lo mejor del vividor que con humildad disimula su pillaje al Estado benéfico.
ResponderEliminarReal. Muy Real.
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