El hombre de la gabardina metió el sobre en
el buzón de una mansión de notables dimensiones; y, por las trazas, de gente
rica. El sobre iba dirigido a la esposa de cierto hombre de negocios muy
influyente. Margarita, así se llamaba la dama, era mujer metida en la
cuarentena; pero frescachona y de muy buen ver. A su paso arrancaba suspiros,
se sabía deseada y guapa y junto a su elegancia natural, andaba muy segura por
la vida.
El hombre de la
gabardina era un fulano, que a fuerza de indisciplina, dejadez, estupidez y
vagancia, se había convertido en un fracasado, pero con mala leche. Gimeno, se
llamaba.
Se dedicaba a
extorsionar a gente encumbrada con ciertos secretos que sabía de ellos.
Todo con objeto de pillar, claro. En su negocio alguna torta
recibía, pero haciendo balance, no le iba mal del todo.
La gabardina la
vestía más que nada para tapar la vestimenta raída, vieja y sucia que gastaba.
En su juventud tuvo
cierto trato con Margarita, y estaba dispuesto a sacar tajada alcahueteando,
difamando y, si hace falta, calumniando.
El sobre dirigido a
ella contenía una misiva donde la conminaba a soltar la mosca, o
“usted verá, señora, voy a cantar por peteneras; y quizá a
su marido no le entusiasme esa música”.
Gimeno recibió audiencia
enseguida.
—Pero, vamos a ver,
gabardinero, digo… caballero, ¿Qué le va usted a contar a mi marido que él no
sepa? ¿Qué me conoció usted de jovencita cuando íbamos por los guateques? ¿Qué
era muy propensa a darme el lote con quien me apetecía? Pues nada piojoso,
digo… caballero, por mí como si le cuenta que me desfloró y que tengo hijos
secretos.
Gimeno se empezaba
a dar cuenta que había topado con hueso; quería argumentar con fuerza, pero la
belleza y entereza de esa mujer tumbaba al más templado.
—Oiga, señora, yo
no tolero insultos ni a mi padre…
—Mire usted,
maloliente, digo… caballero, si le digo tontolava, aún le alabo. Lo que le digo
no son insultos, sino elogios. Además le propongo que cuando regrese mi marido,
ahora está de viaje, yo misma le ayudaré a usted a que le explique lo que tenga
que explicarle.
Gimeno se convenció
que sí, que efectivamente, había topado con hueso.
—Lo que sí le puedo
garantizar, mierdecilla, digo… caballero, es que al finalizar el trámite,
recibirá usted como pago una buena mano de palos…
A Gimeno le cambió
la color varias veces ante el discurso de la dama; se enfadó, dijo que se
acordaría, que de él no se reía nadie, que no sabe usted quien soy yo, que la
denunciaría por amenazas…
—Puede hacer usted
lo que quiera… yo también le puedo acusar de tocamientos y de extorsión. Y
ahora ¡Fuera de mi vista! ¡Tomasín!
—Mande usted,
señora…
Acompañe al
gabardinero a la santa calle.
El tal Tomasín era
un segurata con pinta de armario que en las convocatorias para madero, lo
habían echado para atrás cuatro veces. Esos son los más violentos… No dudó en
aplicarle al Gimeno el paso señorito hasta el portalón de la finca.
—¡Uf! Menos mal que
lo he amedrentado. A este no se le ocurre acercarse a mi marido ni en seis
kilómetros a la redonda.
Vicente Galdeano Lobera.
Me encanta como encuentras temas que puedas desarrollar.En este me gusta la rapidez del diálogo y el ataque verbal de la dama, que molesta pero no injuria. Me entretiene mucho y presentas lo cotidiano con ironía fina, pero explícita.
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