miércoles, 22 de julio de 2020

Las altas miras de don Amado Rico García




Don Amado Rico García, ya desde niño apuntaba alto; quería medrar a toda costa, a poder ser sin esfuerzo. Por eso, a pesar de ser perezoso y enredador, en la escuela mostraba aplicación; más que nada para evitar en lo posible las tortas que vinieran a cuento o no, arreaba don Alejandro el maestro. El enseñante se atenía rigurosamente al principio de “la letra, con sangre entra”.
Nacido en 1945 en una comarca murciana de singular belleza y mucha tradición minera; cerca de su aldea estaban las Reales Fábricas del Bronce, donde trabajaban con buena remuneración que complementaban el producto agrícola o ganadero de las familias de gran parte de los lugareños.
Aún recuerda cuando le fue con el cuento al maestro –Amado tenía ya doce años-, para que le instruyera en su afición de hacerse rico con alguna fórmula; lo mismo que con las matemáticas.
—Pero, vamos a ver, Rico… ¿¡Me toma usted por tonto o qué!? ¡Si yo conociera el sistema de hacerme millonario, iba a estar aquí desasnando granujas como usted! No obstante, continuó el docente, para que vaya haciendo boca, le adelanto que en la vida, además de tropiezos, encontrará también algún golpe.
Y le arreó media docena de bofetadas; un par de ellas buenas. “¡Así aprenderá!”
Pues algún provecho sacó Rico de los golpes; en las expediciones por la ribera del río y cercanías demostró dotes de mando, siempre ejercía de jefe de una recua de ocho chavales que los mantenía a raya cumplimentándolos a tortas al que se desmandaba. Para eso se había colocado en la pechera tres chapas de gaseosa. “Soy capitán, tenéis que obedecerme”. Lo malo fue cuando apareció el Anselmo con tres tapones notablemente más grandes que sus chapas. Es probable que fueran de café soluble o algo parecido. “Soy coronel –dijo-, mando más que el capitán”. Y para reafirmarse en su tesis, le arreó un par de mojicones a Rico. Amado, humillado, sintió malos pensamientos: “cuando yo sea millonario que se preparen mis subordinados”.
En cuanto Rico cumplió catorce años, huyó como de la quema del negocio familiar; consistía en un cortijo con modesta extensión de tierras con olivos y vides. Junto a la casa también había un huerto con frutales y hortalizas; y un cercado con abundantes gallinas y cochiqueras con dos cerdos. La familia no tenía mal pasar, Había siempre productos de temporada; incluso a veces para regalar. Pero él quería ser rico y la casa se le quedaba pequeña. Se colocó en las Reales Fábricas del bronce, en su ocupación supo aplicarse y fue subiendo grado hasta llegar a contramaestre. Momento en que lo llamaron a filas. En el sorteo le tocó Madrid. A regañadientes tuvo que emprender viaje; a lo desconocido. Solo había viajado una vez a Albacete.

Amado Rico García se dio cuenta pronto que Madrid le ofrecía más posibilidades de prosperar, de hacerse rico, vamos. En el cuartel observó la labor socializadora de la milicia; sobre todo para mozos de comarcas alejadas. Les enseñaban normas de higiene, comportamiento en la mesa, urbanidad… Amén de alfabetizar a los que no sabían escribir. Lo mismo que otros mozos, Amado decidió que sólo regresaría al pueblo de visita, a presumir.
En el ejército supo Amado prosperar rápido; después de jurar bandera al poco lo nombraron cabo furriel, destino que además de estar rebajado de servicios, regía los trabajos de otros. Claro, en este ascenso se conoce que influyó bastante, que al regreso del permiso de jura trajo del pueblo buen recado de embutidos, algún jamón, aguardiente y olivas. Todo de casa y abundante; y con semejante unto sus superiores casi ponían alfombra al paso del soldado Rico García. O sea, como la vida misma. Con estas martingalas y otras, ganó Amado merecido prestigio y cultivó buenas amistades con compañeros. En especial con Bernardo García-Robledal y Urquijo, de muy buena cuna. “El próximo fin de semana, te presentaré a mi familia, Rico; les he hablado de ti y desean conocerte”.
—Gracias, Bernardo; pero no se si estaré a la altura –respondió Amado.
—Que sí, que sí; no te preocupes, será un honor para nosotros.
En su visita a casa de los García-Robledal, se presentó vestido con cierta elegancia que, junto con ciertas maneras exquisitas que aprendió, la verdad es daba el pego. Conoció a los moradores de la casa; don Bernardo, padre, a doña Amelia de Urquijo y también a Dolores, hermana de Bernardo, dama de notable belleza y correcta educación que no quedó indiferente ante la apostura de Amado. El tiempo se encargaría de dotar a Dolores de más de un dolor a causa de su amable Amado.
Al ser preguntado Rico por el jefe del clan por la situación familiar allá en la remota región de Murcia, Amado no se cortó un pelo modificando al alza las posesiones y actividades familiares. Sacando a relucir las imaginarias hectáreas de olivares y viñas del cortijo incluido el extenso carrascal donde engordaban piaras de cerdos y una buena punta de ganado. Eso sin contar el establo con una docena de vacas productoras de abundante leche.
—Pues tendrán ustedes mucho trabajo –dijo don Bernardo-, supongo que dispondrán de temporeros en las campañas de recolección…
—sí, sí, don Bernardo, disponemos de una plantilla fija de trabajadores con vivienda en la propia heredad. Viven con sus familias. Disponemos de capilla y escuela de enseñanza primaria para la prole.
Este detalle, el de la capilla, entusiasmó a los García-Robledal y Urquijo que eran muy religiosos. En su casa siempre se bendecía la mesa en las comidas. Detalle este que arraigó mucho en Amado.
En la nota de agradecimiento que envió Amado a los García-Robledal, abultaba más la firma que la propia nota. Aprovechando que su padre procedía de Ruidera y mamá del valle de Guadalimar, compuso su firma: Amado Rico de Ruidera y García-Valle, servidor de ustedes. Las circunstancias se encargarían de quitarle vanidad más adelante.
Ya en el cuartel, preguntó Bernardo…
—Pero, bueno… Y tú, ¿Quién eres pues? ¡Qué callado te lo tenías!
Amado no pudo disimular su esponjamiento, aprovechó para darse pompa.
—Es que uno es, de suyo, muy modesto; pero a veces cuesta disimular sus orígenes de alta alcurnia.
Amado reconoce que se pasó con lo de los orígenes, lo mismo que con las propiedades familiares, pero en su momento ya discurriría algo para evitar quedar como un cantamañanas cuando descubrieran el pastel.

Amado y Dolores ya tenían tres hijos, dos varones y una chica. Se habían casado cuando amado terminó la mili y se colocó en una fábrica de camiones en el propio Madrid. Los García-Robledal aportaron como dote para Dolores una vivienda decente en un barrio cerca del trabajo de Amado y toda clase de ayudas a la nueva familia. Él alegó complicaciones en el patrimonio familiar, bancarrota, expropiaciones y tal, y solo aportó buenas palabras y su afán de hacerse riquísimo. Bueno, por algo se empieza; de momento el braguetazo, la cosa no pintaba mal.
Amado seguía con sus delirios de grandeza a pesar de ser un modesto empleado y de no hacer ascos a las ayudas de su familia política. “Cuando sea poderoso, se sentirá orgulloso de su yerno, don Bernardo; de momento juego a la lotería todas semanas y tengo la certeza de que me va a tocar. Ya verá, ya; voy a convertir a Dolores en multimillonaria”.
—Pero, Amado; va siendo hora de que sientes la cabeza. Tienes más de cuarenta años y gastas más de lo que ganas… -amonestaba Dolores con dolor de corazón.
—Es que tengo que aparentar, Dolores; siempre se ha dicho que el dinero llama al dinero…
—Pues Amelita ingresa este año en la Universidad, y eso cuesta mucho. Y tanto a ella como a sus hermanos les gusta vestir prendas de marca; en eso se parecen a ti. Si no fuera por la ayuda de papá, mal lo pasaríamos. –Dolores, sermoneaba a su amado; con mansedumbre pero le sermoneaba.
—No te apures, Dolores, que pronto seremos ricos e inundaremos de millones a tu familia.
Amado en estos diálogos siempre mostraba apacibilidad, ética, mansedumbre y otras virtudes cristianas que ablandaban el corazón de su esposa. Pero a su vez, este hombre revelaba a las claras una necedad que casi anulaba dichas virtudes.
Conviene parar cuenta muy por encima de los derroteros que siguieron la prole del matrimonio. Amelita, conoció en el pueblo de su padre a un lugareño vulgar, pendenciero, jugador, algo borracho y con clara aversión al trabajo; Antolín, se llamaba. Tuvieron un hijo. Sin casarse, claro. Este hombre además de lo enumerado era un déspota que maltrató siempre a Amelita y al niño. Con abundantes vejaciones, varias veces la arrastró a ella por las calles del pueblo dando lamentable espectáculo. Menos mal que lo pilló en una de estas hazañas la Guardia Civil que le administró el calmante adecuado, majándolo a palos, claro. Ya en el juzgado, su señoría le recetó cárcel. Cumplió tres años. Debió recibir la medicina adecuada porque libertado, ya no le vieron el pelo.
Bernardito, el siguiente de la saga, demostró ser tan atolondrado como su padre, buena persona pero con los mismos aires de grandeza; sin apenas estudios, siempre presumía de no haber leído un libro en su vida “para qué, a mi quien me instruye es la vida misma”, quería también volverse millonario y también aficionado a juegos de azar. En el pueblo, conoció a Candy, que sería el amor de su vida. Matrimoniaron y Candy manifestó su deseo de trabajar para mejor desahogo de las finanzas de casa. “En mi casa me considero con la suficiente fuerza para mantener decentemente a mi mujer y a mis hijos cuando vengan”. Semejante argumento no admitía réplica. Luego el tiempo se encargó de bajarle los humos.
Amadín, el pequeño, resultó ser un pasota de calibre. Influenciado por el discurso en Madrid del nuevo alcalde, un viejo profesor que en la euforia del cargo alcanzado, soltó aquello de: “¿Estamos todos reunidos? ¡Pues a colocarse y al loro! ¡Y después, todos a bailar!” Que yo ya estoy colocado con sueldazo, le faltó decir. Y, claro, Amadín lo cumplió a rajatabla; lo de colocarse, digo. El angelito tocaba todos palos; porros, maría, coca… Lo difícil era verle descolocado. Cuando la familia partió para el pueblo del padre, Amadín siguió con su afición; se conoce que la tenía muy arraigada. Conoció una mujer mayor con vicios parecidos que congeniaron de maravilla. Incluso tuvieron un niño; que criaron los abuelos, claro.

Don Amado se metió ya en la cincuentena y sus ansias de enriquecerse no disminuían. Al contrario; al escuchar a cierto ministro que dijo aquello de: “España es el país europeo donde más fácil es hacerse rico”, habló enseguida con su mujer.
– ¿Lo ves, Dolores? No lo digo yo, lo dice un ministro; la democracia me ha traído la posibilidad de volverme rico…
– Pero, Amado; no seas iluso, dijo Dolores dolorida, ellos tienen acceso a los fondos reservados y tú no controlas no las finanzas de tu casa.
–Que sí, que sí, me meteré en política y marcharemos a mi pueblo a servir a mis paisanos; seré alcalde y me forraré, sino ya lo verás. Mira el Virgilio como ha medrado sin saber hacer la “O” con un canuto ¡Y solo es concejal!
–Estás vendiendo la piel del oso antes de cazarlo ¿Ya sabrás expresarte en público? Tendrás que desarrollar un programa y ser íntegro para que te quieran y te voten, y eso es difícil…
–Que sí, que sí; les prometeré el oro y el moro y un poco más; el caso es que me apoyen para ser alcalde y forrarme pronto.
–Cuenta con la oposición, Amado; si no cumples lo prometido te cesarán -Dolores quería que su amado pusiera los pies en la tierra.
–No te preocupes, Dolores; el alcalde de Madrid ha dicho que “¡las promesas electorales están para no cumplirse!”, y es un profesor que sabe más que tú.
Amado comenzó a ver algo de resplandor de su afición cuando en la fábrica empezaron las remodelaciones de plantilla; es decir, comenzaron a despedir personal. Había cumplido cincuenta y ocho años cuando le ofrecieron le ofrecieron prejubilarse con veintidós millones de pesetas y buen sueldo hasta los sesenta y cinco. Aceptó sin titubeos.
– ¿Ves, Dolores? Ya te lo decía yo. Esto es solo el comienzo de lo ricos que vamos a ser…
–Ya somos, Amado; para celebrarlo haremos un viaje por España que apenas conocemos. También ayudaremos a los chicos para abrirse camino en la vida.
Amado escuchaba a su esposa pero luego obraba a su modo; él tenia miras más altas: servir a sus paisanos haciéndose alcalde de su pueblo. Para enriquecerse, claro.
–Amado, no seas cabeza de chorlito, tienes ya poco pelo y muchas canas ¡Venga, amor, tenemos más que suficiente; no te compliques la existencia!

No hubo tu tía; se mudaron a la comarca natal y ahí tenemos a Amado en su salsa con sus compañeros de partido haciendo campaña. Lo eligieron alcalde. Ya apoltronado comprobó el escaso sueldo asignado. “Esto lo arreglo enseguida”, se dijo. Convocó un pleno extraordinario y expuso unos razonamientos tan difíciles de rebatir, que los miembros de la corporación municipal aprobaron subirse los emolumentos un treinta por ciento. Por unanimidad. Para que luego digan por ahí que discrepan.
En sus labores de mandatario tenía clara inclinación a aplicarse más a las palabras que a los hechos y en vez de matarlas callando, ni las mataba ni callaba; demostraba estar exento de astucia hasta para lo suyo. En sus actitudes leían sus adversarios como en un libro abierto.
Hacer, lo que se dice hacer, aparte del ridículo y entramparse, hizo muy poco por su pueblo. Lo más notable fueron los resaltes transversales instalados en la calle Mayor para que los coches fueran despacio. En dicho trayecto, los conductores tenían presentes al alcalde y su familia.
En su afán de hacerse rico, se dedicó de lleno a sus finanzas; Instaló un gran almacén de materiales de construcción regentado por Bernardito. Y un supermercado para Amelita, que a su vez contrató de colaborador de confianza a Amadín, que colaboraba puntual metiendo mano en la caja. Todo en un pueblo de unos cuatrocientos habitantes. “Ya vendrán a comprar de la comarca, ya. Si quieren permiso para construir tendrán que abastecerse de mis negocios”.
Ante las protestas del vecindario, a los dos años tuvo que dimitir; si no, lo corren a gorrazos. Se dio cuenta también que eso de “las promesas electorales están para no cumplirse” que dijo aquel, conviene cumplirlas al menos en parte; si no, pasa lo que pasa. Lo que sí comprobó de muy primera mano, es que los préstamos bancarios están para pagarse. Si incumples te embargan.

Viéndolas venir, llegó justo a tiempo para poner la vivienda de Madrid a nombre de Bernardito. Y las propiedades del pueblo a nombre de Amelita. Así, al menos salvó su patrimonio del embargo. Hizo lo mismo que en aquel tiempo, para evitar la justicia, un secretario de estado puso sus inmensas propiedades a nombre de su suegro.
Puso tierra por medio y se fue a Madrid a malvivir de la pequeña pensión intervenida por el banco. Lo complementaba haciendo trabajos de mecánico, siempre cobrando bajo mano. Amado Rico García simplificó sus apellidos y se hizo más modesto; ya a los setenta, dejó sus ocupaciones por motivos de salud. Aún sigue jugando semanalmente a distintas loterías y bendiciendo la mesa en las comidas; sueña que después de tantas penurias Dios Nuestro Señor, le favorecerá con un premio gordo para hacerse millonario. Los hay con mucha fe; y muy recalcitrantes.


Vicente Galdeano Lobera


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