martes, 23 de junio de 2020

La maestra




Me llamo Adela, soy maestra, y esta vez me ha tocado capear el temporal en una comarca muy apartada, donde me ha destinado el Ministerio de Cultura.
Al llegar el autobús estaba esperándome el secretario del concejo; me dio la bienvenida y me acompañó a mi alojamiento. En el corto trayecto pude observar la pobreza del pueblo, las calles sin pavimentar y con rastro del paso continuo de ganado, costumbre insalubre pero muy arraigada en zonas rurales. También me sentí observada como cuando tasan una res en la lonja; me miraba todo dios sin ningún disimulo. Aunque me incomodaba, no le di mucha importancia; es actitud propia de aldeanos simples. Procuré salir del paso dando los buenos días con naturalidad a mis nuevos vecinos. “Haga lo que haga, me criticarán igual” –pensé.
Estamos en 1955. En la escuela tendré que guardar las formas vigentes. En actos protocolarios no me significaré hacia ningún lado; haré lo que pueda para no dejar de ser “yo”. En mi trabajo lo que no voy a hacer nunca es adoctrinar. Sólo enseñar a mis alumnos; instruirles en lo posible para que usen criterio propio y separen el grano de la paja. Les recomendaré buenos libros para intentar crearles hábito de lectura. Con la literatura recorrerán mundo y experimentarán muy variadas situaciones sin salir del pueblo; espero que aprendan. No quiero que se conviertan en esas personas que insisten en ver las cosas de una sola manera, como si llevaran orejeras igual que borricos.
Intentaré también explicarles que la sociedad, a pesar de políticos y gobernantes, siempre suele tirar para adelante; y que, mande quien mande, se acostumbren a que los palos y miserias los cargan siempre los mismos. Y jamás se ha exigido responsabilidad a ningún rey o mandatario; y cuidado que los ha habido torpes. Y ladrones. Esto se ve claramente mirando un poco la Historia. Por el momento no se vislumbra cambio.
Han pasado unos meses y con relativa facilidad voy cumpliendo los objetivos previstos, el alumnado y sus familias me aprecian; en mi hospedaje nunca faltan frutas, huevos, productos de la matacía… raro es el día que no me obsequian. Al ser aficionada a las costura, conocí a Adoración, que enseña en su casa a coser a mujeres y organizan tertulia y café. Cambiando confidencias, Adoración se sinceró conmigo, contándome cómo mataron a su padre al terminar la guerra; dijo donde estaba enterrado con otros; deseaba inhumarlo en sepultura decente. Pero no se atrevía a remover el asunto por temor a represalias.
Me decidí. Eso no estaba bien. Me dirigí al párroco con la pretensión de que me concediera ayuda y consejo bajo secreto de confesión. No fue así. Actuó de acusica; me destituyeron fulminantemente.
El día del relevo, la nueva maestra se negó a saludarme; debía llevar las orejeras puestas.
En mi partida, por lo menos me llevé buen sabor de boca; comprobé el reconocimiento de unas gentes sencillas y de muy buen corazón. Apiñadas en la parada y cortando el paso, el coche de línea tuvo dificultades para reanudar la marcha; abrió camino la Guardia Civil.

Vicente Galdeano Lobera.


No hay comentarios:

Publicar un comentario