Una bofetada de bienestar me invadió al entrar. El bar tenía
grandes cristaleras y se veía bien la calle; mesas y sillas estilo
retro y algún mueble antiguo con asientos a juego que junto a
bonitas plantas de interior y una limpieza extrema, reconfortaba.
Hacía fresco y apetecía resguardarse; tenía yo una cita cerca de
allí, pero faltaba una hora aún; me distraería leyendo.
Había pocos clientes, un hombre junto al mostrador, “¡a ver esos
huevos con jamón, que ya está bien! ¿Vienen de la granja o qué…?”
Disculpe, señor; es que estoy sola, enseguida van, -contestaron
desde dentro. En una mesa estaban dos mujeres en animada charla.
—Marisa… ahora que no están las demás, ¿con quien estuviste
liada que no acudías al baile? ¿Era guapo? –Quien preguntaba era
una cincuentona de ojos saltones y poco agraciada. Sin darse cuenta,
o dándosela, hablaba en voz alta-. Me tenías preocupada, añadió.
—
¿Preocupada tú? Dirás que sentías envidia, Paqui… -Contestó la
otra.
—
¿Envidia? ¿De qué? De que despachaste a dos maridos; el último,
tres años te duró…
Marisa, acercando su cara a Paqui con viveza, le soltó:
—
Sacas a relucir cosas inciertas y que no vienen a cuento; pero hasta
en eso me envidias. Por lo menos se fueron ahítos de placer; no como
el tuyo, murió de aburrimiento.
—
¡Ayy! Que no quiero pendencia, Marisa; sólo te preguntaba si tenías
algún novio.-Paqui, plegaba velas.
—Mira, Paqui; no tengo que dar cuentas a nadie, y menos a ti. No,
no he tenido novio, ¡no me apetecía salir!
Marisa, algo mayor que su amiga, era guapa de verdad y, a pesar de
estar sentada, se adivinaba mujer con bonita figura. Noté que perdía
la paciencia.
—
¡Ah! Como siempre que vienes te veo rodeada de hombres… -Dijo
Paqui con gesto que quería mostrar indiferencia, pero que delataba
rabia.
—Pues sí, qué fastidio, los tengo que espantar a manotazos.
—Por eso me extrañó que, pudiendo elegir, bailaras con aquel
negro retinto; si lo encuentras en la oscuridad y no abre los ojos y
sonríe, no lo ves…
—
¡Jope…! No pierdes detalle, Paqui. Pues era simpatiquísimo, dijo
que quería conocerme y ser mi amigo.
—
¡Uy! Pues ten cuidado; es Mamadú, un senegalés de los que les
dieron papeles y subsidio hace unos años y, con eso de que los
negros están bien dotados, se dedica a seducir y sablear mujeres
maduras para ejercer su oficio de gorrón.
—Pues a mi me dijo que tenía empleo con buen sueldo… -comentó
Marisa inquieta.
—Sí, sí, todo lo que quieras; eso dice a todas, es famoso en el
baile, pero él va a lo que va.
—Haré lo que me plazca; además a mi nadie me sacará una perra. Y
seguro que ese no pega gatillazo; estoy escarmentada de galanes
elegantes.
Continuaron hablando buen rato; desde mi mesa yo oía y observaba
todo. Después pasaron a despellejar a las ausentes, mostrando al
detalle todos trapos sucios haciendo chanza. Confieso que se me pasó
el rato volando.
Marché a mis asuntos, con la firme decisión de acudir a menudo al
bar; no estoy dispuesto a renunciar a la instrucción y placer que
ofrecen unas pláticas tan ricas en chismes, murmuraciones y
expresiones teatrales. No solo de pan vive el hombre.
Vicente Galdeano Lobera.
������
ResponderEliminarAquí, el escribidor intenta plasmar el eterno tema de pique entre mujeres. Se da con más frecuencia de lo que parece.
ResponderEliminarEn otra ocasión haremos uno sobre los hombres. Gracias por leerme, Manuel.
ResponderEliminar