martes, 28 de septiembre de 2021

Memoria

   

 

   — ¡Cada día eres más tonto! ¡¿No tienes ojos en la cara o qué?!

   Callada por respuesta; sus padres le habían inculcado sumisión, y en lo poco que acudió a la escuela, también.

   — ¡¡Mal empleado el pan que te comes…!! ¡¡Fuera de mi vista!!

   El diálogo, más bien monólogo, era entre dos hermanos, el mayor de treinta años, y Carlos de once; estaban componiendo unos aperos agrícolas. Carlos hiciera lo que hiciera todo estaba mal según el mayor, que siempre se dirigía al pequeño exento de razonamiento, con gritos, con violencia, con ira atroz; con un odio injustificado, hacía blanco en Carlos de todas sus frustraciones.

  Carlos, en cuanto olía la tormenta procuraba evitarla, por todos medios adelantándose a los deseos del otro, pero no había tu tía; tenía que dejarle mal, y si había público, mejor. Comenzaba quedándose sin habla, cambiando de color desando se lo tragara la tierra; a menudo pensó en matarse. En este caso, siempre lo recordará, estaba Rosamari, preciosa niña de diez años que era su amor de adolescencia; ella al contemplar la humillación de Carlos –qué crueles son los niños-, comenzó a burlarse.

   El episodio, uno de tantos, no se lo desea Carlos ni a su peor enemigo. Durante años soportó violencia que le era difícil evitar; estaba dentro de su familia. Tanto en el trabajo, que no terminaba nunca, como en casa. Y todo con el beneplácito de sus progenitores.

   Carlos, poco a poco más anulado y con fuerte sentimiento de culpa, concluyó que sí, era tonto. Envidiaba a sus amigos; ellos tenían en la familia consuelo y apoyo, mientras él parecía estar emparentado con ogros.

   Si Carlos hubiera tenido la instrucción que con buenas lecturas alcanzó años después, podría muy bien haber paliado sus circunstancias:

    “Ser mayores no os da derecho a insultarme a todas horas, vivir aquí es un sinvivir; el plato que como en esta casa se me atraviesa en la garganta; paradójicamente a causa de mis hermanos. No merezco el desprecio y humillaciones que descargáis sobre mí de manera tan dolorosa y con crueldad desmedida dependiendo de vuestro humor. Os libra mi apego a la familia. Merecíais la muerte”.

   Carlos, se reconoce culpable por no escarmentarlos; por no matarlos, vamos. Ya jubilado, aún tiene pesadillas por este recuerdo y otros peores. Nota las heridas cerradas en falso. Podía haberse resarcido de los agravios, pero cuenta la consanguinidad; no lo vio correcto.

   Sin embargo, el tiempo, el cielo o alguien superior, les dotó de castigo a sus dos hermanos verdugos; el uno murió en medio de dolorosa enfermedad reducido a una piltrafa; y el otro, desde la cuarentena está siempre enfermo, baldado y con atroces dolores.

 

 

 Vicente Galdeano Lobera.


 

 

  


No hay comentarios:

Publicar un comentario