martes, 29 de octubre de 2019

Acercamiento inoportuno




Cuando don Zacarías se enteró del convite, puso en marcha como una flecha el protocolo de llegada. Cuando se trataba de comer de gorra, no necesitaba insistencia; ni invitación.
Don Zacarías tenía también propiedades de girasol; torcía siempre al sol que más calienta. En cambio, era lento como una tortuga cuando barruntaba trabajo; y, más aún, si se trataba de rascarse el bolsillo.
Celebraba sus bodas de oro don Servando, rico terrateniente del lugar; habíanse preparado abundantes manjares y buenos caldos de su bodega
Zacarías no recibió invitación; “es igual, caeré de rondón y me adentraré en el evento sin dificultad. Para eso nutro al señor de buenos chivatazos y le señalo sus detractores”. Además estaba Emilia, doméstica de la casa, madama de amplias caderas, reidora y muy amiga de jolgorios y cachondeos. A don Zacarías le gustaba a rabiar. Sabía que a ella le encantaban las peladillas; compró un paquete.
Don Zacarías, con sus cincuenta mal llevados, ejercía de correveidile del pueblo; gozaba de poco aprecio, pero cuando convenía lo usaban. Era flaco y verdoso como un pepinillo en vinagre; últimamente andaba escorado a causa de unas patadas que le arrearon por poner excesivo celo en su actividad. Por la procedencia de los golpes, consideró atinado no denunciar. Por si acaso.
Llegado el día del festejo, tuvo que andar sus buenos tres kilómetros hasta la heredad con Cierzo helador. Al llegar, una jauría de perros casi le muerden; los sujetó Emilia que salió al oír los ladridos.
—Gracias, Emilia, es usted un ángel…
—No tiene importancia, don Zacarías ¿Qué le trae por aquí? -Zacarías quedó perplejo… le extrañó la observación; se consideraba de casa.
—Pues vengo a felicitar a los señores, y a celebrar con ustedes tan importante fecha.
—Vale pues, vamos adentro. –Don Zacarías le entregó las peladillas… Emilia le dedicó una amplia sonrisa; “qué amable es usted, don Zacarías. Muchas gracias”.
Cerca ya de la entrada, se oía música, salía calor y un reconfortante olor a viandas que estimularon la salivación de don Zacarías; no había probado bocado desde el desayuno. Anochecía.
— ¡Alto ahí! ¡No puede pasar! –Era Timoteo, un mastodonte como un armario que con sus manazas paraba en seco a una caballería al galope. Estaba para espantar indeseables. Don Zacarías pensó que no se dirigía a el; intentó acceder.
— ¡No puede entrar, he dicho! ¡Y no me gusta repetir las cosas…!
—Aquí hay una confusión, soy don Zacarías, amigo personal de don Servando…
— ¡Eso se lo dirá usted a todos!
Don Zacarías vio en Timoteo destellos de ira y rabia que le recordó las patadas recibidas hacía poco; aun así razonó, suplicó, casi lloró… Todo delante de Emilia y demás invitados que se acercaron al oír voces. No coló.
Abochornado, casi no sentía el viento acompañado de ráfagas de lluvia cuando regresaba a su casa.

Vicente Galdeano Lobera.

4 comentarios:

  1. Es lo que tiene el ejercer de alparcero; te emplean cuando conviene y después pasa lo que pasa. A la larga o a la corta te dejan tirado: don Zacarías, siendo tan mayor, no calculó bien el terreno. Me ha gustado.

    ResponderEliminar
  2. Y el hambre que pasan algunos de esos tipos, como D. Zacarías... o más.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Así de claro, don Zacarías pertenece a ese grupo de personas que se aclimatan a no trabajar y que están reñidos con el aseo y después les pasa lo que les pasa

      Eliminar
    2. Saludos, Manuel. Gracias por leerme.

      Eliminar