miércoles, 14 de marzo de 2018

Escasez de pátina



          Advertencia:
          Esta plana es continuación de otra que publiqué en noviembre de 2017, titulada "Cambio de chaqueta".

                           

  

    A los dos días se personaron Acisclo y don Bernardo, bien endomingados, en la ciudad con la pretensión de adquirir un turismo afín a su nuevo status. Ni cortos ni perezosos aterrizaron con el viejísimo utilitario de don  Bernardo en el aparcamiento del concesionario “Mercedes”. Contrastaba la pinta de los nuevos ricos con las instalaciones acristaladas y limpias con un surtido de turismos y todoterrenos relucientes capaces de hacer soñar al más sibarita. Y también con el personal de ventas, adecuadamente trajeado. Acisclo con poco pelo mal arreglado y no muy limpio con coleta, tocado con gorrito, vaqueros muy usados, calzado con mocasines muy inoportunos para invierno y, como abrigo, una cazadora raída. Sólo de verlo sentía uno frío. Y el otro, don Bernardo, de manera parecida. Los avistaron enseguida.
    —No sé dónde van éstos, ni lo que pretenden; pensarán que estamos aquí para perder  el tiempo –Decía un empleado a otro-. Anda atiéndeles tú, yo me voy a desayunar…
    —Deberíamos echarlo a suertes, estoy esperando a un posible comprador y si me ven con ellos se espantará. Había que poner en la puerta “Reservado el derecho de admisión”.
    Inventaron una treta:
    —Buenos días señores, ¿tienen ustedes hora?
    —Sí, las nueve y veinte…
    —Quiero decir si han solicitado hora de atención; díganme  su nombre, si son tan amables, si no están en la lista tendrán que volver otro día.
    —Yo soy Acisclo Carramiñana, y este, don Bernardo Chevalier, y queríamos ese coche –señalaron un Mercedes de alta gama- matriculado a mi nombre antes de las dos de la tarde.
     —Sin duda, bromean los señores; ese coche vale ciento cincuenta mil euros. Cuando los reúnan vuelvan. No estamos aquí para pasar el rato.
     —Como si cuesta doscientos mil. He dicho que lo quiero matriculado a mi nombre al mediodía.
     El mosqueo del vendedor iba en aumento.
    —No me han entendido… ¡Que se vayan! Ese coche no es para ustedes, tendría que consultar con el jefe y mirar si está disponible.
    —Como si hay que consultar con María Santísima, el coche lo quiero yo y lo voy a pagar.
    El empleado se fue al teléfono dispuesto a llamar a la policía…
    —No sé a quien va a avisar; a quien tiene que llamar es a este Banco –le dio una tarjeta-. El vendedor quedó parado –bueno, poco me cuesta llamar, no pierdo nada; mirándoles de hito en hito, marcó.
     La cara del dependiente, al escuchar al interlocutor, cambió de expresión y de color varias veces, contestaba con monosílabos de manera servil. Al finalizar se dirigió a ellos con una forzada sonrisa de oreja a oreja…
    —Perdón, don Acisclo, ¿me facilita sus apellidos y su D N I? Bien, tengan la bondad, a partir de las dos, están invitados a comer conmigo en esta dirección; aprovecharemos para ultimar los detalles de su compra. Sintiéndolo, no podremos hacer entrega del vehículo hasta mañana, Yo me encargaré personalmente de reservarles alojamiento en el mismo hotel. Están ustedes invitados.

 Vicente Galdeano Lobera.


    
                                                                                                     

2 comentarios:

  1. A veces el autor es fiel contador de algo real con sus matices. Es ameno, pues estamos viendo la escena con los personajes bien plantados, tanto los invasores del lujoso espacio como los habitantes habituales al pie de sus poderosas e intimidantes máquinas. Buen trabajo con los diálogos. Me encanta pulsar tu página y ver un nuevo título, más en este caso que continúa el relato anterior. Bravo, Vicente.

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    1. Hola, José: es que don Acisclo y compaña son tremendos, dan mucho juego. A cada paso la lían parda. Ya continuaremos con sus hazañas en otra página. Un abrazo.

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