Advertencia:
Esta plana es continuación de otra que publiqué en noviembre de 2017, titulada "Cambio de chaqueta".
A los dos días se
personaron Acisclo y don Bernardo, bien endomingados, en la ciudad con la
pretensión de adquirir un turismo afín a su nuevo status. Ni cortos ni
perezosos aterrizaron con el viejísimo utilitario de don Bernardo en el aparcamiento del concesionario
“Mercedes”. Contrastaba la pinta de los nuevos ricos con las instalaciones
acristaladas y limpias con un surtido de turismos y todoterrenos relucientes
capaces de hacer soñar al más sibarita. Y también con el personal de ventas,
adecuadamente trajeado. Acisclo con poco pelo mal arreglado y no muy limpio con
coleta, tocado con gorrito, vaqueros muy usados, calzado con mocasines muy
inoportunos para invierno y, como abrigo, una cazadora raída. Sólo de verlo
sentía uno frío. Y el otro, don Bernardo, de manera parecida. Los avistaron
enseguida.
—No sé dónde van
éstos, ni lo que pretenden; pensarán que estamos aquí para perder el tiempo –Decía un empleado a otro-. Anda
atiéndeles tú, yo me voy a desayunar…
—Deberíamos echarlo
a suertes, estoy esperando a un posible comprador y si me ven con ellos se
espantará. Había que poner en la puerta “Reservado el derecho de admisión”.
Inventaron una
treta:
—Buenos días
señores, ¿tienen ustedes hora?
—Sí, las nueve y veinte…
—Quiero decir si
han solicitado hora de atención; díganme
su nombre, si son tan amables, si no están en la lista tendrán que
volver otro día.
—Yo soy Acisclo Carramiñana, y este, don
Bernardo Chevalier, y queríamos ese coche –señalaron un Mercedes de alta gama-
matriculado a mi nombre antes de las dos de la tarde.
—Sin duda,
bromean los señores; ese coche vale ciento cincuenta mil euros. Cuando los reúnan
vuelvan. No estamos aquí para pasar el rato.
—Como si cuesta
doscientos mil. He dicho que lo quiero matriculado a mi nombre al mediodía.
El mosqueo del
vendedor iba en aumento.
—No me han
entendido… ¡Que se vayan! Ese coche no es para ustedes, tendría que consultar
con el jefe y mirar si está disponible.
—Como si hay que
consultar con María Santísima, el coche lo quiero yo y lo voy a pagar.
El empleado se fue
al teléfono dispuesto a llamar a la policía…
—No sé a quien va
a avisar; a quien tiene que llamar es a este Banco –le dio una tarjeta-. El
vendedor quedó parado –bueno, poco me cuesta llamar, no pierdo nada; mirándoles
de hito en hito, marcó.
La cara del
dependiente, al escuchar al interlocutor, cambió de expresión y de color varias
veces, contestaba con monosílabos de manera servil. Al finalizar se dirigió a
ellos con una forzada sonrisa de oreja a oreja…
—Perdón, don
Acisclo, ¿me facilita sus apellidos y su D N I? Bien, tengan la bondad, a
partir de las dos, están invitados a comer conmigo en esta dirección;
aprovecharemos para ultimar los detalles de su compra. Sintiéndolo, no podremos
hacer entrega del vehículo hasta mañana, Yo me encargaré personalmente de
reservarles alojamiento en el mismo hotel. Están ustedes invitados.
Vicente Galdeano Lobera.
A veces el autor es fiel contador de algo real con sus matices. Es ameno, pues estamos viendo la escena con los personajes bien plantados, tanto los invasores del lujoso espacio como los habitantes habituales al pie de sus poderosas e intimidantes máquinas. Buen trabajo con los diálogos. Me encanta pulsar tu página y ver un nuevo título, más en este caso que continúa el relato anterior. Bravo, Vicente.
ResponderEliminarHola, José: es que don Acisclo y compaña son tremendos, dan mucho juego. A cada paso la lían parda. Ya continuaremos con sus hazañas en otra página. Un abrazo.
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