viernes, 27 de octubre de 2017

Habilidad

  

 Se dice que cada persona es un mundo; así mismo, cada cual posee una habilidad distinta, dibujar y pintar, tocar la flauta, manejar el sable, ir en patinete, jugar al ping pong… Incluso los hay expertos en tocar las narices.
   A este último apartado pertenece un personaje con el que coincidí días atrás.
   Comarca aragonesa; después de un garbeo visitando una torre defensiva antigua, y andar buen trecho por pitañares en expedición arqueológica con algún resultado, recabamos sobre las dieciséis horas para preparar el ágape, en un digno refugio público junto al río con abundante arbolado y manantial. Todo muy decente, tiene también quemadores para hacer fuego y está al abrigo de un pueblo con sabor medieval.
   Somos seis, unos van por leña y encienden buena charada para la parrilla y calentarnos. Otros, las mujeres, ponen la mesa y yo preparo las viandas.
   Así estamos cuando irrumpe en escena el protagonista de marras con su perro. El animal se adentra en la estancia sin miramientos, dirigiéndose a la chica más guapa que lo acaricia; no era tonto del todo el bicho.
    ¡Buenaaaas…! Pero ¿Cómo han entrado ustedes? ¡Seguro que han roto el candado! –suelta el fulano a modo de saludo. Era un cincuentón con tabardo de colorines, una garrota y calzado de campo. Usaba semblante serio con intención de imponer; pero solo causaba risa.
    Buenas; No, señor, no. Estaba abierto, contestamos, hemos venido otras veces. Entendemos que no importunamos. –Mientras, el perro merodeaba por la estancia molestando y esparciendo mal olor. De milagro no se llevó una patada.
    Vienen ustedes de la ciudad y se creen con derecho a todo; pues no, señor. Me veo con obligación de informar al consistorio. Deberían haber solicitado permiso. –El guripa se crecía y comenzaba a ponerse pesado.
    Señor, soy Morales, y estos son mi familia ¿A quien tengo el gusto de dirigirme? Dijo el cabecilla.
    Pues yo soy el señor Jesusón, oficial barredor, me dedico también a evitar actos vandálicos en el pueblo y avisar al alcalde de cualquier novedad. Esto último, de manera altruista. –Aclaró.
    Bien, señor correveidile, digo… señor Jesusón; por nosotros puede usted avisar al consistorio y a María Santísima y, si quiere, se puede marchar a chiflar a la vía. Hemos venido a pasar la tarde y no tenemos vocación de romper ni de ensuciar nada ¿Entiende? Además no hay indicación que prohíba entrar.
    Oigan, que yo no les acuso de nada, -el fulano comenzaba a plegar velas- simplemente les conmino a que cuiden el mobiliario.
   El hombre, aún romanceó algo más, pero al notar que lo ignorábamos, emprendió la retirada casi sin despedirse, con el rabo entre las patas y con el perro al lado.
   En la sobremesa, uno del pueblo nos informó que el tal Jesusón era empleado de una subcontrata, propiedad de un concejal, que hacía la recogida de basuras en varios pueblos de la comarca. Pretendía, llevando delaciones al ayuntamiento, que lo contrataran al menos de bedel. Por otra parte, añadió el informador, a Jesusón después de comer su mujer siempre lo echa de casa; porque al tumbarse en el sofá, comienza a roncar y no deja escuchar la tele. Y en la cantina tampoco es bien recibido; jugando a las cartas hace trampas y en alguna ocasión ha “cobrado”.
   Por eso, el señor Jesusón aprovecha cuando vienen forasteros para realizar su habilidad. Otra cosa es que le hagan caso.

Vicente Galdeano Lobera. 





2 comentarios:

  1. Ya me has alegrado mi cumpleaños. Nadie que tenga relación con alguno de nuestros pueblos, podrá decir que no conoce a uno o varios tocabolas célebres en su entorno. Muy bien expresado, pues ante el mítin seudopedagógico del ínclito corchete aficionado, se opone la racionalidad del que solo quiere que le dejen comer tranquilo. El nombre del justiciero del merendero también me trae buenos recuerdos. Don Miguel leería con gusto este relato con su galgo a los pies. Gracias Vicente.

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    1. Felicidades por tu cumpleaños, José. Pues, sí; abundan tipos de esta calaña. A este lo conocí en la comarca de Cinco Villas. Por otra parte, ya me gustaría, ya, que Delibes, si viviera, parara cuenta de este humilde escribidor. Un abrazo.

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