Don Jenaro Porro, es alcalde de un pueblo de unos cuatrocientos vecinos censados, mayormente extranjeros; envanecido más de la cuenta, pretendía que los súbditos le trataran de Excelentísimo, de Señoría o de alguna cortesía similar y rimbombante. Vana pretensión, el tiempo y las circunstancias quizá le bajarían los humos. Don Jenaro no era precisamente un galán; cejijunto, mal encarado y mal afeitado; a menudo se presentaba en los plenos con boina, chaleco, pantalón arremangado y albarcas. Parecía un menesteroso. Se conoce que tenía muy arraigadas las maneras pueblerinas. Era pequeño, abultado como un barril y patizambo como Quevedo –aunque sin pizca de ingenio, claro–; ya sabemos que el hábito no hace al monje, pero con semejante facha, cundía el pitorreo y don Jenaro se subía por las paredes. Así y todo, le pilló tal apego al cargo, que el alcalde marchaba revestido con gesto grave y con el vara de mando hasta para echar la partida en la tasca. Por cierto, Porro, además de ser tacaño como el ciego del Lazarillo, era también tramposo a las cartas; pero topó con el Simeón, que no soportaba engaños y armaron tal guirigay en el bar, que a pesar de advertirle el regidor que esta vara significa autoridad, de milagro no cobró. Simeón se conformó con partir la vara y aventarla. Porro dijo que emprendería acciones legales; Simeón contestó que no se ponga usted tonto, alcalde, no vaya a ser que lo emprenda a patadas.
El historial laboral del señor Porro no es
demasiado frondoso; de destripaterrones, pasó a peón en una industria azucarera
de la zona, con tan mala suerte que la fábrica cesó su actividad al poco
tiempo. Menos mal que un banco puso una oficina en el pueblo. Don Jenaro, por
influencia de su señor padre –su progenitor llevaba veinticinco años de alcalde
en la localidad–, entró de oficinista en la entidad. Como empleado bancario,
Porro alcanzó una merecida fama de torpe y organizaba cada zapatiesta que espantaba
a la clientela. Mostraremos una de estas grescas que protagonizó Porro con
Tomás, el del molino; cuando incorporaron la informática a las oficinas, Jenaro
manejaba algo las cuatro reglas, y eso con cierta dificultad. Pero de
ordenadores sabía menos que nada. Y resulta que el molinero acudió a la oficina
a quitar la orden de domiciliación de unos recibos:
—Imposible, señor Tomás, tendrá usted que
dirigirse a la compañía aseguradora y decir que no le pasen el recibo
–respondió airado Escolástico, que no sabía cómo hacerlo.
—Pero, hombre, lo mismo que dí orden de pago,
con las mismas, ahora la quito. Que el dinero es mío.
Voceando buen rato, no hubo manera de ponerse
de acuerdo. El molinero, harto ya, le dijo al Porro que yo
tengo un sistema para no pagar los recibos; es infalible.
— ¿Qué sistema es ese, pues?
—Muy sencillo; dame todas perras y dejaremos
mi cuenta a cero, ¿verdad que así no atenderás mis recibos?
—Si no hay dinero, es imposible pagar, claro.
—Hale pues, dame mis dineros que tengo prisa.
El Porro protagonizó distintas proezas de este
estilo y la entidad lo despidió, claro.
Ahí tenemos al Porro desocupado. Pero
coincidió con el cambio de régimen donde proliferaron como hongos los partidos
políticos y los sindicalistas. Como de casta le
viene al galgo, Jenaro se
apuntó al carro; se unió a un partido y lo propusieron para alcalde. A pesar de
su pinta de tonto recio campestre, salió elegido –los paisanos, que no debían
ser muy agudos, quizá sopesaron que quién mejor
que el hijo del Ceporro, le apodaban
así, para regidor.
Don Jenaro Porro, ya con mando en plaza y
todos avíos, vio que esto de la democracia es un sistema estupendo para
forrarse… digo, para que el pueblo vote al mejor, y el pueblo nunca se
equivoca. Por algo me han elegido a mí.
Jenaro Porro le pilló el tranquillo al cargo;
en comparación, su señor padre queda como aprendiz. Se dedicó a empadronar a
foráneos de todo pelaje –migrantes, los llamaba él– y así se aseguraba buen
plantero de votos para próximas legislaturas. comenzó a expresarse con un
lenguaje “progre” y empleaba términos que ni él entendía, pero sonaba muy
culto. Aquí mostramos alguna palabras:
Diversidad, inclusivo, extractivismo,
misógino, identitario, empoderamiento, gesta, transparentar, resiliente,
sostenible, inclusión social, racismo, todes, amigxs, discurso de odio, poderes
fácticos, sexualidad fluida, el lado correcto de la Historia, memoria
histórica, cambio climático… Provocaba hilaridad ver al Ceporro expresarse en
plan finolis. También demostró pericia para afanar buenas mordidas de los
presupuestos del concejo e inventar partidas que iban directamente a su
bolsillo. Vive Dios que en cada mandato, Porro se enriquecía. Y ya llevaba seis
legislaturas.
Pero, claro, don Jenaro tenía una voracidad
insaciable, no ponía tasa a sus rapiñas y los opositores, que no se chupaban el
dedo, le seguían el rastro como sabuesos. Lo pillaron con el paso cambiado en
un par de asuntos; asuntos de miles de euros, uno de él y otro de su esposa,
que lo airearon en la prensa, con vistas a procesarlo en cuanto consiguieran
pruebas. Al Ceporro no le preocupaban estas amenazas, que las consideraba que
entraban en su salario como alcalde. El sueldo también contemplaba las
protestas vecinales por teléfono. Un día llamaron para protestar que la calle
principal del pueblo estaba muy sucia, imposible, contestó
airado, desde que soy alcalde, y llevo ya
unos cuantos años, mantengo la localidad limpia como la patena. Para eso pasa a
menudo mi brigada de limpieza --No pudo continuar, colgaron--. Falso; lo que
pasaba y muy a menudo eran los ganados, poniendo todo lleno de suciedad, moscas
y caparras. Porro, vengativo, quiso averiguar quién osaba dudar de su probidad.
Marcó el número reflejado a ver quién era.
—Diga…
—Oiga, no será usted primo del Hilario del
Pozuelo…
—No, no conozco a ningún Hilario, pero ¿Quién
llama?
—Eso no viene a cuento. A mí lo que me interesa es el número del Hilario, y ya de paso, saber quién es usted, que me ha llamado hace un poco y me ha cortado.
—Eso tampoco viene a cuento. Oiga, ¿no será
usted un señor patizambo, pequeño, feo y con fama de mangante, al que le partieron
el bastón de mando?
—Sepa que averiguaré quién es y emprenderé
acciones legales contra usted por injurias.
—Pues yo avisaré al Simeón y la emprenderá a
patadas con usted. Que ya sabe cómo las gasta –fin del diálogo.
Cundían muchos dimes y diretes por el pueblo pero
nunca habían conseguido encausar al alcalde. Si
ladran, que ladren; yo a lo mío. Es decir, a forrarme más aún. Y el que venga
atrás que arree. Cuando tantos me votan, es señal de que no lo hago tan mal.
En un pleno, a Jenaro Porro le sacaron a
relucir, entre otras cosas, los más de 300.000 euros gastados en el campo
fútbol, que después de tres años sigue siendo un barrizal; y los 7.000 euros
invertidos en un solar para poner un jardín y sólo han puesto dos bancos para
tomar la fresca ¡Exigimos dimisión! ¡Váyase, señor Porro!
El Ceporro dijo que nastis, mientras los
vecinos, vecinas y vecines –Porro empleaba lenguaje inclusivo– me voten,
seguiré de mandatario. Aunque les moleste. El pueblo me ha puesto y el pueblo
me quitará. Puedo añadir que todas las partidas presupuestadas en esta
localidad se invierten aquí, sin salir de la comarca. No necesito viajar a
Andorra, ni a Suiza ni a República Dominicana. Sepan ustedes que yo no soy
ningún Pujol, ningún Felipe, ni ningún Bono. Ahí es donde yo quería llegar.
Vicente Galdeano Lobera
Amigo Vicente: Hay que reconocer tu capacidad para, en relatos cortitos, plasmar, como en un espejo, la realidad social que nos envuelve. Me ha gustado, como siempre, tu relato.-
ResponderEliminarClaro, es que, en cuanto a realidad, pues hay lo que hay. Lo que pasa es que a veces el escribidor se queda corto.
EliminarGracias por tu comentario, Jose Mari.