sábado, 20 de septiembre de 2025

Agudo recio de campo

 Don Jenaro Porro, es alcalde de un pueblo de unos cuatrocientos vecinos censados, mayormente extranjeros; envanecido más de la cuenta, pretendía que los súbditos le trataran de Excelentísimo, de Señoría o de alguna cortesía similar y rimbombante. Vana pretensión, el tiempo y las circunstancias quizá le bajarían los humos. Don Jenaro no era precisamente un galán; cejijunto, mal encarado y mal afeitado; a menudo se presentaba en los plenos con boina, chaleco, pantalón arremangado y albarcas. Parecía un menesteroso. Se conoce que tenía muy arraigadas las maneras pueblerinas. Era pequeño, abultado como un barril y patizambo como Quevedo –aunque sin pizca de ingenio, claro–; ya sabemos que el hábito no hace al monje, pero con semejante facha, cundía el pitorreo y don Jenaro se subía por las paredes. Así y todo, le pilló tal apego al cargo, que el alcalde marchaba revestido con gesto grave y con el vara de mando hasta para echar la partida en la tasca. Por cierto, Porro, además de ser tacaño como el ciego del Lazarillo, era también tramposo a las cartas; pero topó con el Simeón, que no soportaba engaños y armaron tal guirigay en el bar, que a pesar de advertirle el regidor que esta vara significa autoridad, de milagro no cobró. Simeón se conformó con partir la vara y aventarla. Porro dijo que emprendería acciones legales; Simeón contestó que no se ponga usted tonto, alcalde, no vaya a ser que lo emprenda a patadas. 

El historial laboral del señor Porro no es demasiado frondoso; de destripaterrones, pasó a peón en una industria azucarera de la zona, con tan mala suerte que la fábrica cesó su actividad al poco tiempo. Menos mal que un banco puso una oficina en el pueblo. Don Jenaro, por influencia de su señor padre –su progenitor llevaba veinticinco años de alcalde en la localidad–, entró de oficinista en la entidad. Como empleado bancario, Porro alcanzó una merecida fama de torpe y organizaba cada zapatiesta que espantaba a la clientela. Mostraremos una de estas grescas que protagonizó Porro con Tomás, el del molino; cuando incorporaron la informática a las oficinas, Jenaro manejaba algo las cuatro reglas, y eso con cierta dificultad. Pero de ordenadores sabía menos que nada. Y resulta que el molinero acudió a la oficina a quitar la orden de domiciliación de unos recibos:

—Imposible, señor Tomás, tendrá usted que dirigirse a la compañía aseguradora y decir que no le pasen el recibo –respondió airado Escolástico, que no sabía cómo hacerlo.

—Pero, hombre, lo mismo que dí orden de pago, con las mismas, ahora la quito. Que el dinero es mío.

Voceando buen rato, no hubo manera de ponerse de acuerdo. El molinero, harto ya, le dijo al Porro que yo tengo un sistema para no pagar los recibos; es infalible. 

— ¿Qué sistema es ese, pues?

—Muy sencillo; dame todas perras y dejaremos mi cuenta a cero, ¿verdad que así no atenderás mis recibos?

—Si no hay dinero, es imposible pagar, claro.

—Hale pues, dame mis dineros que tengo prisa.

El Porro protagonizó distintas proezas de este estilo y la entidad lo despidió, claro.

Ahí tenemos al Porro desocupado. Pero coincidió con el cambio de régimen donde proliferaron como hongos los partidos políticos y los sindicalistas. Como de casta le viene al galgo, Jenaro se apuntó al carro; se unió a un partido y lo propusieron para alcalde. A pesar de su pinta de tonto recio campestre, salió elegido –los paisanos, que no debían ser muy agudos, quizá sopesaron que quién mejor que el hijo del Ceporro, le apodaban así, para regidor

Don Jenaro Porro, ya con mando en plaza y todos avíos, vio que esto de la democracia es un sistema estupendo para forrarse… digo, para que el pueblo vote al mejor, y el pueblo nunca se equivoca. Por algo me han elegido a mí. 

Jenaro Porro le pilló el tranquillo al cargo; en comparación, su señor padre queda como aprendiz. Se dedicó a empadronar a foráneos de todo pelaje –migrantes, los llamaba él– y así se aseguraba buen plantero de votos para próximas legislaturas. comenzó a expresarse con un lenguaje “progre” y empleaba términos que ni él entendía, pero sonaba muy culto. Aquí mostramos alguna palabras:

Diversidad, inclusivo, extractivismo, misógino, identitario, empoderamiento, gesta, transparentar, resiliente, sostenible, inclusión social, racismo, todes, amigxs, discurso de odio, poderes fácticos, sexualidad fluida, el lado correcto de la Historia, memoria histórica, cambio climático… Provocaba hilaridad ver al Ceporro expresarse en plan finolis. También demostró pericia para afanar buenas mordidas de los presupuestos del concejo e inventar partidas que iban directamente a su bolsillo. Vive Dios que en cada mandato, Porro se enriquecía. Y ya llevaba seis legislaturas.

Pero, claro, don Jenaro tenía una voracidad insaciable, no ponía tasa a sus rapiñas y los opositores, que no se chupaban el dedo, le seguían el rastro como sabuesos. Lo pillaron con el paso cambiado en un par de asuntos; asuntos de miles de euros, uno de él y otro de su esposa, que lo airearon en la prensa, con vistas a procesarlo en cuanto consiguieran pruebas. Al Ceporro no le preocupaban estas amenazas, que las consideraba que entraban en su salario como alcalde. El sueldo también contemplaba las protestas vecinales por teléfono. Un día llamaron para protestar que la calle principal del pueblo estaba muy sucia, imposible, contestó airado, desde que soy alcalde, y llevo ya unos cuantos años, mantengo la localidad limpia como la patena. Para eso pasa a menudo mi brigada de limpieza --No pudo continuar, colgaron--. Falso; lo que pasaba y muy a menudo eran los ganados, poniendo todo lleno de suciedad, moscas y caparras. Porro, vengativo, quiso averiguar quién osaba dudar de su probidad. Marcó el número reflejado a ver quién era.

—Diga…

—Oiga, no será usted primo del Hilario del Pozuelo…

—No, no conozco a ningún Hilario, pero ¿Quién llama?

—Eso no viene a cuento. A mí lo que me interesa es el número del Hilario, y ya de paso, saber quién es usted, que me ha llamado hace un poco y me ha cortado.

—Eso tampoco viene a cuento. Oiga, ¿no será usted un señor patizambo, pequeño, feo y con fama de mangante, al que le partieron el bastón de mando?

—Sepa que averiguaré quién es y emprenderé acciones legales contra usted por injurias.

—Pues yo avisaré al Simeón y la emprenderá a patadas con usted. Que ya sabe cómo las gasta –fin del diálogo.

Cundían muchos dimes y diretes por el pueblo pero nunca habían conseguido encausar al alcalde. Si ladran, que ladren; yo a lo mío. Es decir, a forrarme más aún. Y el que venga atrás que arree. Cuando tantos me votan, es señal de que no lo hago tan mal.

En un pleno, a Jenaro Porro le sacaron a relucir, entre otras cosas, los más de 300.000 euros gastados en el campo fútbol, que después de tres años sigue siendo un barrizal; y los 7.000 euros invertidos en un solar para poner un jardín y sólo han puesto dos bancos para tomar la fresca ¡Exigimos dimisión! ¡Váyase, señor Porro!

El Ceporro dijo que nastis, mientras los vecinos, vecinas y vecines –Porro empleaba lenguaje inclusivo– me voten, seguiré de mandatario. Aunque les moleste. El pueblo me ha puesto y el pueblo me quitará. Puedo añadir que todas las partidas presupuestadas en esta localidad se invierten aquí, sin salir de la comarca. No necesito viajar a Andorra, ni a Suiza ni a República Dominicana. Sepan ustedes que yo no soy ningún Pujol, ningún Felipe, ni ningún Bono. Ahí es donde yo quería llegar.


Vicente Galdeano Lobera