Cunde entre algunos jóvenes un afán innovador, un afán en cambiar las cosas, de experimentar sobre lo ya experimentado (los experimentos mejor hacerlos con gaseosa). Hasta pretenden inventar el carajillo, cosa que se descubrió hace tiempo; bueno, el carajillo alguna variación admite: se puede aviar con coñac, ron, orujo, anís, whisky…, pero lo que es inventar, el carajillo ya lo inventaron allá por el siglo XVIII. Pero hay cosas que son lo que son y no admiten retoques: la Historia, sin ir más lejos. Si se modifica es señal inequívoca de que median intereses bastardos.
Luciano Cavero, historiador, escritor, divulgador y colaborador en medios de comunicación era muy dado a hablar de sus estudios, de su buen talante para mejorar la convivencia entre los ciudadanos. Enemigo de la intolerancia, pero muy amigo de ensalzarse; casi demasiado. También muy apegado a la corrección política y a bailar al son del poder establecido, sea del color que sea.
Que algo caerá. Considerado a sí mismo como un gran medievalista, si no el mejor, que podía hablar sobre cualquier época histórica; dijo que ya está bien, la Historia necesita explicarse para que la entiendan todos y todas; hasta los tontos, las tontas y les tontes –Cavero empleaba lenguaje inclusivo.
Mostraremos un par de perlas para que valoren por dónde van los tiros. Con clara intención de hacer la rosca a los mangantes…, digo, a los mandantes buenistas, puso en solfa al descubrimiento de América por España. Según Luciano, no hubo tal hallazgo; América ya estaba descubierta, el continente estaba poblado por millones de indígenas con costumbres muy respetables. Eso que quizá hayan escuchado ustedes de que los nativos eran unos salvajes, que hacían sacrificios humanos y practicaban el canibalismo, eso es un bulo. En cualquier caso a mí no me consta, y eso que soy licenciado en Historia, y por tanto autoridad en la materia, no lo olviden. En todo caso habrá que hacer bueno el refrán: dónde fueres, haz lo que vieres, y también yo abogo por respetar sus costumbres. Lo que queda claro es que los españoles, una pandilla de brutos que no tenían donde caerse muertos, arribaron a esas tierras con afán de saquear y, sin ninguna idea alta, esclavizar a los nativos. La colonización se pudo lograr de manera civilizada, a través del diálogo, la solidaridad y la tolerancia. Así hubiera quedado alto el pabellón de nuestro país –Cavero se resistía a nombrar España–, muy alto.
—Oiga, señor historiador –observó uno que no comulgaba con su discurso–, por esa regla de tres, cuando los romanos llegaron a nuestra península, se la cogieron con papel de fumar y nos conquistaron cantándonos canciones y de ese modo ampliaron con nuestros territorios su enorme imperio. Eso sin hablar de los suevos, alanos, vándalos, y, sobre todo de los visigodos; que seguramente fueron también muy tolerantes.
Jodo, este tira a dar –pensó Cavero–. Se vio pillado en una encerrona que no esperaba;
intentó salir por la tangente.
—Me alegro que me haga esa observación, caballero, pero resulta que las comparaciones son odiosas, y tendríamos que abrir otro debate y esto se alargaría demasiado. Por eso vamos a ceñirnos a la mal llamada Conquista de América, que no fue propiamente conquista, fue una invasión, repito, fue un asalto inmisericorde contra los pacíficos pobladores de esas tierras. Como licenciado que soy, he investigado sobre esta materia y tengo autoridad para afirmar lo dicho.
—Claro, claro… seguramente tendrá usted razón, señor licenciado. Lo que no entiendo es cómo Colón, con poco más de cien hombres, logró someter a millones de nativos. Quizá a Colón le ayudó la Providencia, como San Jorge ayudó en la batalla de Alcoraz a don Pedro I de Aragón a vencer a los musulmanes. Disculpe mi ignorancia.
—Caballero, le advierto que estamos en una ponencia seria, y como historiador que soy no admito pitorreo. Entérese usted. –El mosqueo del ponente iba en aumento.
—No, señor licenciado, yo no me pitorreo; es que resulta que soy de natural muy curioso y aprovecho su ponencia para opinar y saber más. Por otra parte, no veo necesario que a cada paso nos recuerde usted su titulación. Ya sabemos que estamos ante un licenciado prestigioso.
Además opino que es incoherente que los españoles fueran con intención de rapiña, cuando está demostrado que fundaron ciudades, universidades, vías de comunicación…, incluso la imprenta se introdujo en el actual Méjico antes que en España.
Después de un rifirrafe entre los dos contendientes, Cavero, sin disimular su enfado dijo que eso estaba fuera de contexto, ignoró al opinador, se subió para arriba y continuó con su perorata buenista. Aún añadió a su disertación que: si por mí fuera, eliminaría el 12 de octubre como día de la Hispanidad, eliminaría todo lo relativo a los Reyes Católicos, a Colón, Hernán Cortés, Pizarro. Quitaría todo, incluyendo calles, plazas, monumentos y la madre que parió a Panete. Y por supuesto quitaría también el término Hispanidad para nombrar en su lugar: Día de la Nación Multicultural. A este disertador, no es por darle ideas, seguro que no le temblaría el pulso en celebrar esa multiculturalidad en la fecha de la Batalla de Guadalete, en el año 711; o cuando se largó a Francia don Carlos IV el Consentidor en 1808; o cuando huyó, en plan Correcaminos, don Alfonso XIII en 1931; o cuando Largo Caballero entregó el oro de España a Rusia en 1936. Todo esto por el bien de la ciudadanía, claro.
El historiador cambió de tercio y siguió con la monserga de que este país –otra vez ignoró España– es muy rico en historia, que no la valoramos lo suficiente; si estuviéramos en Francia, seguro que Dumas hubiera sacado partido plasmando en sus obras las abundantes gestas nuestras dignas de mención, pero estamos aquí y nos dedicamos a despreciar lo nuestro. Cavero sin darse cuenta entró en contradicción; el mayor despreciador es él mismo. Es evidente que el licenciado no había leído a Cervantes, ni a Cadalso, ni a Galdós, ni a Fernández Santos… Qué le vamos a hacer.
El historiador, si se dedica a investigar eventos del pasado, si se dedica a explicarlo de forma natural y amena y, sobre todo, sin falsear nada, es todo un placer de la vida escucharle. Lo que no sé qué es repetir como un papagayo consignas empapadas de buenismo. Historiador no, quizá un cantamañanas.
Alguien dijo, siglos atrás, que un buen historiador no debe temer ni esperar nada; Cavero teme que si cambia su estribillo, los que mandan le quiten la bicoca de dar la tabarra, digo, las charlas ante una pandilla de simples. Y espera un puesto en Cultura, o, como poco, que lo hagan concejal.
Vicente Galdeano Lobera.
Personajes permanentes y machacones. Lo que pasa es que, donde tú solo ves "buenistas", yo también veo "malistas", "simplistas" "patriotistas baratos" y, en general, personas de todos los colores.
ResponderEliminarSí, señor... Ahí está el quid de la cuestión; cada uno puede interpretar el relato según el color del cristal con que mire. Gracias por tu comentario y por leerme, Jose Mari.
EliminarPues, sí; de todo tiene que haber en la viña del Señor.
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