viernes, 28 de junio de 2024

Tontos peligrosos

   

Cinco turismos oscuros de alta gama discurrían por una vía secundaria limitada a 60 km hora; circulaban a gran velocidad, como si escaparan de la quema; como mafiosos huyendo de la policía. En cualquier caso los límites no iban con ellos.

En un tramo de obras una gran máquina retroexcavadora que estaba en una orilla comenzó a girar con la pluma para arriba y para abajo como los caballitos del tiovivo. La máquina bajó la pluma en medio de la carretera en el momento preciso que pasaban los coches oscuros; se zafó el primero, los demás se estamparon contra el cazo de la gran máquina. A pesar del trastazo, gracias al blindaje de los vehículos sus ocupantes, no hubieran salido mal librados; sólo algunas contusiones, magulladuras y un gran susto. Pero apareció por entre la zona boscosa un enjambre de pequeños exploradores, algunos muy deformes, que se cebaron con los accidentados atacándoles a mordiscos, arañazos y patadas arramblando con todo lo que les parecía llamativo: móviles, relojes, gafas, bolígrafos, carteras… Parecían por sus gritos a un tropel de monos aulladores.

Menos mal que de la comitiva salió libre del trastazo el primer coche. Avisaron y acudió rápido un pelotón de bastoneros que tuvo que emplearse con firmeza repartiendo leña a mansalva. Aun así les costó lo suyo poner en fuga a los exploradores que parecían no notar los palos. El jefe bastoneros tuvo que sujetar al cabo Restrepo que se había cebado y repasaba a un personaje arguellado, con los pelos mal recogidos en moño y algo chepudo que vestía camiseta, pantalón corto, chanclas y no muy aseado.

—¡Quieto! ¡Insensato! Cabo Restrepo, está usted apaleando a una persona con cuatro doctorados, que es un alto cargo del gobierno y que tiene tratamiento de señoría… los demás son guardaespaldas.

Susordenes, mi sargento; disculpe, pero lo había tomado por el jefe de todos estos salvajes ¿Señoría este tipo? –añadió perplejo el cabo– ¡Vamos, no me joda! Por la pinta que gasta es lo más parecido a un perroflauta.

Restrepo tenía su particular ojo clínico para catalogar a los individuos y procedía con energía al dictado de su conciencia.


Una mesnada de concejales y servidores públicos recorrían una comarca de singular belleza. La zona parecía dejada de la mano de dios pero había casas de comida y alojamientos decentes. Después de unos días donde se pusieron tibios de comer y beber, los servidores observaron que en la comarca entre los pobladores, sobre todo jóvenes, había excesivo retraso mental; en muchos casos con deformidad. Esto lo arreglaremos nosotros, que para eso somos servidores de la ciudadanía. A estas personas especiales hay que agruparlas y con la debida instrucción seguro que mejoran intelectualmente. Lo que subyacía detrás de esta frase tan rimbombante es que estos servidores vieron ocasión de sacar tajada creando un chiringuito…, es decir, una oenegé bien regada con dinero público para anotar al pesebre a familiares; y quien venga detrás que arree. Se organizaron pronto y uno de los concejales que tenía una empresa de autobuses se encargaría de trasladar a esta tropa especial. Otro de los servidores alquilaría un par de naves de su propiedad que una vez acondicionadas servirían de dormitorio. La intención no era mala, se trataba de encauzar a estos jóvenes con retraso para ser útiles a la sociedad. Pero los monitores estaban faltos de instrucción y atender, lo que se dice atender atendían a esta tropa lo justo. Empleaban a menudo el varapalo y tente tieso pero más de una vez los monitores tuvieron que escapar porque los discípulos eran muchos y gastaban malas pulgas. Bueno, por lo menos les daban condumio con cierta regularidad, los hacían bañarse aunque fuera en el río y gozaban de libertad por aquellos andurriales con actitud semisalvaje. También les ponían películas; la última era una de indios que asaltaban a una diligencia. Tomaron buena nota y por eso asaltaron la ilustre comparsa de coches.

Falta aclarar quien manejaba la máquina para causar semejante estropicio; era Miguelín, joven cretino que les hacía gracia al personal de obras públicas y en un descuido se montaron Miguelín y dos más en la máquina con el resultado que sabemos.

El alto cargo una vez medio repuesto juró emprender acciones legales contra el cabo Restrepo, contra los de obras públicas, contra los educadores…, contra todo lo que se menea. Con todo y con eso el trastazo, el susto y los palos no se los quita nadie.

Lo que aprendieron el capitoste y sus guardaespaldas es que es mucho más peligroso un tonto que un malvado.


Vicente Galdeano Lobera 


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