domingo, 31 de diciembre de 2023

Cambio de parecer

 

—Sé que me meto donde no me llaman, don Jacinto, pero le aconsejo que ande con ojo; cuidado con esa pajarita por la que bebe usted los vientos. Sé de muy buena tinta que esa dama cameló a otro que se las daba de muy gentil, le limpió los ahorros, puso tierra de por medio y no hubo manera de echarle el guante, Sólo le aviso.

—Pero, ¿eso es así, Marquitos? ¿Y cómo no denuncia usted?

—No, no… yo, si no me preguntan, no diré nada, y si me preguntan tampoco. A mi ni me va ni me viene, además no me pagan por ser chivato –no se daba cuenta, el pobre, que hacía de soplón– le informo a usted en calidad de conocido, y, sobre todo, porque me ha caído bien; me sabría malo que se la dieran con queso. Le hablaré a usted claro, sin pelos en la lengua; la actitud de su compañera es, si no puteril, por lo menos engañadora.

Marquitos iba lanzado y se propuso, sin venir muy a cuento, leer la cartilla a su conocido y faroleó con eso de que si “yo no tengo vocación de mantener queridas, allá usted”, que si “adivino que ejerce usted de paga fantas, es decir, sin derecho a roce”, que si “yo no veo ahí ninguna sustancia…” Lo que calló Marquitos es que en su trayectoria, a fuerza de ser taciturno, muy insociable y con suficiente mal genio, su atractivo cayó en picado y no le quedó otra que acudir a burdeles y comprar placer.

Lo que subyacía en las advertencias y faroles de Marquitos es que le fastidiaba sobremanera que don Jacinto manejara semejante prenda tan elegante y hermosa.

El conocido respondió algo así como: seguramente tendrá usted razón, señor Marquitos; bueno, yo estoy abierto a todas sugerencias y considero sus advertencias y costumbres muy respetables, pero permítame tener mis usanzas también. En cuanto a vocación, derecho a roce y demás, son conjeturas que usted lanza sin rigor ninguno y que yo no le voy a aclarar. Por otra parte, no se si ha comprobado usted eso de tener una mujer de bandera a su lado, una mujer que, además, a su paso se lleva todas miradas llenas de deseo, y también dominadora de hablares y decires que encandilan; me dice palabras con entonación adecuada como: corazón mío, mi rey, mi tesoro, bien mío y toda una retahíla que usted ni siquiera ha soñado ¡Ah! Se me olvidaba, también me contó Raquel, con todo detalle, el lío del gentil; me razonó que los gentiles son tan tontos que no hay mérito alguno en engañarles.

Un tiempo después, Marquitos acudió a una oficina postal, iba acompañado de una mujer, extranjera, una cincuentona digna de ser contratada para un desfile de modelos de tallas grandes, con cara ancha, gesto huraño y mal aspecto. Marquitos habría tenido que rebuscar bastante para encontrar una dama tan fea. Mira tú por dónde, el jefe de negociado de la oficina era don Jacinto.

Marquitos intentó hacerse el sueco pero el “conocido” les salió al paso y se ofreció ayudarles.

Al no tener escapatoria, Marquitos adujo que necesitaba enviar una importante suma de dinero a la cuenta de esta señora en su país; presentó a su acompañante al jefe: “Gladys, mi compañera, mujer encantadora, capaz donde las haya y que vale su peso en oro”.

—Enhorabuena, señor Marquitos… Considérese usted riquísimo.



Vicente Galdeano Lobera. 

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