lunes, 29 de noviembre de 2021

Insatisfación

 

            Se pasó una hora buscando el calcetín rojo; Marisa rebuscó sin resultado por la destartalada estancia donde en un camastro junto a su novio se habían desfogado. Bueno, sólo él, rápidamente; Marisa no notó ni cosquillas.

            Marisa, de dieciséis años, era mujer no muy alta dotada de unas medidas muy bien proporcionadas resultando una bonita figura. No se fajaba los pechos, pues los tenía sólidos y se le insinuaban los pezones durísimos bajo su atuendo. Poseía, además, una hermosa cabellera oscura que enmarcaba un rostro moreno con unos deslumbrantes ojos color ámbar y abultados labios que al sonreír descubrían una hilera de dientes muy blancos y un poco imperfectos que la hacían más deseable. Marisa, guapísima, era hembra que abrasaba al tacto. Sería pecado estar a solas con ella y no desearla. Marisa no tenía consciencia de lo hermosa que era ni de la admiración que arrancaba a su paso llevándose todas miradas.

            Había acudido con Marcelo, su novio, a la ribera del río, la abundante vegetación lucía en todo su esplendor los colores del otoño. Se acercaron por el cauce, sin agua, hasta un viejo molino y entraron. Marisa, de elegancia natural, vestía una corta falda escocesa que dejaba ver sus bien torneadas piernas y blusa a juego con discreto escote; calzaba unos zapatos con hebilla,  de paje, y calcetines rojos. Ofrecía la estampa de una bellísima colegiala.

             Dentro del molino se produjo un altercado que Marisa no estaba dispuesta a repetir. Apenas entraron Marcelo, sin preámbulos, comenzó a desnudarla sin tanteos ni delicadeza esparciendo su elegante indumentaria, calcetines incluidos, por la estancia. La tumbó y comenzó a sobarla saciándose enseguida, pero dejando a ella “in albis”, sin sentir ningún placer.

            —Eres un tontito, Marcelo… y no voy a consentir que me toquetees más.

Él aún estaba jadeando por el rápido placer obtenido; quedó apesadumbrado por la amonestación de Marisa.

            —Perdona, amor, es que no puedo reprimir mis impulsos —Pronunció otras disculpas mientras ella recogía sus prendas.

            —¡Hala…! Ahora me falta un calcetín. Ayúdame a buscarlo… demuestra que sirves de algo.

            No lo encontraron; Marisa preveía riña en casa, seguro que su madre estaría esperándole.

 Al salir, la había amonestado: “Qué ganas de llamar la atención, Marisa, con ese calzado pareces una niña”.

            Llegaron al pueblo, Marisa se desvió hacia su casa, no permitió a Marcelo acompañarla. Milagrosamente, en una esquina vio su calcetín encima de un seto.

 — ¡Uf! Menos mal, no sé cómo habrá llegado aquí. Bueno, el caso es que lo he encontrado…

            Al intentar cogerlo, desapareció la prenda del arbusto. Se asomó y vio a Manolón, un mastodonte deforme que ejercía de tonto oficial, tumbado en la yerba con su calcetín.

            —Ji, ji, ji, jiiii… Este calcetín tiene precioooo… Si lo quieres te costará algoooo… Ji, ji, jiii… Marisa, sorprendida conseguiría su prenda como fuera. Preguntó a Manolón el precio y él le dijo que podía muy bien terminar la faena empezada por su novio, que la complacería. Ella dijo que sí, “vamos, detrás de esa tapia no nos verán”.

            Manolón, quería sacar tajada.

Calculó mal; sacó, además de patadas en la espinilla, una ración de sonoras bofetadas y la visión de Marisa escapando con el calcetín.

 

 

 Vicente Galdeano Lobera.  

 

 

3 comentarios:

  1. El que ejerce de tonto oficial es porque se lo merece.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Pues, sí; antes en cada pueblo había un tonto, y de ahí no pasaba la cosa... Ahora, el censo de tontos ha aumentado, pero de manera alarmante. Qué le vamos a hacer!

      Eliminar