sábado, 29 de diciembre de 2018

Efusividad


   El teléfono comenzó a sonar de madrugada, don Evaristo se removió en su camastro y pensaba que el timbrazo formaba parte de sus ensueños; imaginaba que llamaba Manolita, bella farmacéutica por la que bebía los vientos.
   Don Evaristo, de sesenta y muchos años mal llevados, calvo y bastante talludo, no tenía sentido del ridículo; no veía impedimento para enamorar a una beldad treinta años más joven. Lo malo es que Manolita no compartía su opinión; sólo veía en don Evaristo a un viejo verde que, ya desde lejos, le producía náuseas. Don Evaristo adivinaba en esta actitud de ella, grandes muestras de honestidad y recato.
   Estaba don Evaristo en brazos de Morfeo con estas consideraciones cuando sonó otra vez el teléfono. Se dio cuenta que a esas horas no llamaba Manolita; es más, no había llamado nunca.
   —Digaaaa…
   —Buenas, soy Damián, -oyó Evaristo en el auricular- y quería hablar con don Evaristo.
   —Soy yo. Pero… ¡¿y qué narices quiere usted a estas horas?! ¡Son las tres de la mañana! ¿No será pitorreo? –Contestó mosqueado.
   —No es pitorreo. Trabajo de noche y llamaba por lo del anuncio.
   —Ah…, sí, sí; aquí es. Ahora mismo le doy detalles. -Don Evaristo se espabiló de pronto. Había anunciado la venta de una casa en el pueblo en estado de ruina, barruntando que el consistorio le obligaría a derribarla. Vendiéndola se quitaba el problema de encima.
   —Mire, Damián; tiene usted ocasión de hacer una adquisición inmejorable. –Don Evaristo olvidó sus ensoñaciones rápidamente, y estaba dispuesto a explayarse dando toda clase de información del  inmueble haciendo bueno el dicho: “El ojo del amo, engorda al caballo”.
   —Oiga, espere, yo sólo quería decirle… -argumentó el llamador.
   —Nada, hombre; déjeme explicarme, que por informar no cobro; al menos de momento. –Don Evaristo quería quitarse la propiedad como fuera- La casa está en un emplazamiento ideal, junto a las escuelas y el dispensario médico; muy cerca está la plaza Mayor con su iglesia renacentista; también están cerca el lavadero y abrevadero declarados ambos Bien de Interés Cultural…
   —Sí, pero yo quería avisarle… -intentó, sin éxito, meter baza Damián.
   — ¡No se preocupe, ya me avisará, hombre! Como le decía, la casa con cuatro arreglos, quedará convertida en una gran mansión; o, si lo prefiere, en un buen establecimiento hostelero. Incluso un museo cabe allí; tiene bodegas, establo, pozo manantial... Ah, y tiene un pasadizo secreto con  comunicación directa al barrio judío -Don Evaristo derrochaba explicaciones que nadie le pedía- Por el precio no se preocupe, la vendo barata; por ser usted con noventa mil euros de nada, la hace suya.
   — ¡Por Dios, señor, permítame expresarme…! -Consiguió por fin decir Damián.
   —Diga, diga, Damián ¿Qué le parece la oferta?
   — ¡Llamaba para avisarle de que no; que yo no se la compro. Haciéndole saber que la casa tiene un candidato menos! –Colgó.
   El clic del auricular le sonó a don Evaristo, como si Manolita le aplicara un pescozón zanjando su supuesto amorío.
  
    

 Vicente Galdeano Lobera.

     

3 comentarios:

  1. El argumento es bien entretenido, Don Evaristo es capaz de aparcar a Manolita frente a la posibilidad de desprenderse del engorro de la casa del pueblo.El estilo, directo y natural como siempre, desenfadado en ocasiones. El autor deja correr su imaginación y deja que Evaristo largue a Damián una lección magistral de marketing.Gracias Vicente por este regalo de Reyes.

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    1. Sí, sí, José; no se puede negar que don Evaristo tiene grandes dotes de vendedor. Pero no es menos cierto que también posee enormes cualidades de necio; a saber: por un lado, la de pretender a la farmacéutica; y por otro, no menos grave, que Damián se le columpia por el auricular con nocturnidad y alevosía. Gracias por leerme, José. Un abrazo.

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  2. Por lo leído en tu relato, don Evaristo es un tonto de una intensidad muy notable.

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