miércoles, 14 de mayo de 2025

Señal luminosa

“Sueño con la señal; al menor descuido soporto un chaparrón de palos administrado por un cabo varas de muy malas pulgas”. –El cabo varas ejercía de vigilante y le enfadaba sobremanera levantarse de ver la tele para avisar a sus custodiados; por eso habían instalado una señal luminosa en la jaula.

Nos hallamos en un lejano país de Dios sabe dónde. El soñador era don Facundo Garulo, eminente juez del Consejo Superior que, junto a otra eminencia de la misma ralea, estaban enjaulados y vestidos de pajarracos en una galería abierta al público. Su misión consistía, cuando se acercaban visitantes, en trinar y corretear parodiando a jilgueros. Debían estar atentos a la luz y hacer su misión si venía gente; si no, “cobraban”.

Después de un ímprobo y arriesgado trabajo, la gendarmería había echado el guante a un mafioso reincidente –Cardelino, lo apodaban–, acusado de proxeneta, traficante, secuestrador, torturador y más. Su señoría Garulo y compaña no tuvieron reparo en dejar en libertad provisional al hampón. Lo soltaron y el Cardelino voló. El tal había untado bien a sus eminencias y les envió “gatitas” de buen ver para que lo soltaran. 

Pillados con el paso cambiado, procesaron a sus eminencias. En la vista, otros eminentes jueces, los condenaron a pagar mil cuatrocientos pesos –unos trescientos euros al cambio–, con la promesa de que “no lo harían más”.

Ante esta burla, irrumpieron en la sala seis mastodontes con zurriaga exigiendo la modificación del veredicto, “o aquí arderá Troya”, dijeron.

— ¡Guardias! ¡Párenles…! ¡Esto es desacato, entorpecimiento de la labor judicial! ¡Les caerán diez años…! –Exclamó el jefe-sala.

No pudieron decir más, los guardias estaban fuera y las puertas atrancadas; los seis mastodontes se despacharon repartiendo leña a mansalva con ruido, rasgado de togas, y sonoras bofetadas aplicadas a sus señorías. Todo entre recias palabras.

Consiguieron hacer pagar a los juzgadores setenta y cinco mil pesos por barba --unos quince mil euros–; y a los soltadores, “desplumarlos” y enjaularlos con dieta de cañamones, agua y pan. Y “que trinen hasta cazar otra vez al Cardelino”.