Bonifacio, ya
cuarentón, había conseguido por fin su sueño de vivir del cuento;
pegó braguetazo y se colocó en escalafón social alto. En su día
se empleó de recio para conquistar a Edelmira, dama cuya amplia
riqueza, es solo comparable con su fealdad. Tenía el cráneo
deformado por hidrocefalia, y poseía un ojo como un huevo y el otro
chico como una lenteja. Bonifacio pasó por alto estos detalles, pues
su estampa se asemejaba a una albóndiga con patas; además, él iba
a lo suyo. Pero al tiempo notó hastío, Edelmira lo rechazaba del
lecho nupcial; como no le salían las cuentas, sintió la imperiosa
necesidad de echarse una querida. Gestionó el asunto, y por azar se
cruzó en su camino Dulce, venus mulata con unos ojos tan grandes y
claros que daba vértigo asomarse a ellos, y con hechuras que eran
una invitación al antirracismo. Esta joven recabó en la comarca con
intención de echar la red.
Edelmira, con
perspicacia de mujer, barruntó la tostada; mirándole de frente le
dijo:
--No sé qué estás
tramando, Bonifacio; seguro que nada bueno. Pero te recuerdo que la
dueña del cotarro soy yo. Y no permitiré despilfarro dinerario
alguno. -acompañó su advertencia con golpes de puño en la mesa.
Dulce, que también
iba a lo suyo, vio que Bonifacio picó en el anzuelo; le desagradaba
su pinta pero “Peores novillos he lidiado. Además este tiene la
billetera bien nutrida”. Sin tanteos y con sonrisa cautivadora le
soltó: “Don Bonifasio, mi amool, deseo infolmalle que pa gosá de
mi compañía se necesita solvensia”. Bonifacio, sin titubeos, le
entregó un estuche con un collar que combinaba bien con la tez
morena de Dulce. “Esto es solo el principio”.
–
¡Oooh…! Mi amool, veo que usted entiende…, qué feliz me hace;
el señool será servido…
Días más
tarde, una vieja jorobada conducía a Bonifacio a la alcoba de Dulce,
con la advertencia de que, dado el recato de su señora, no
encendiera luz alguna hasta culminar el asunto en total silencio; la
cama está justo enfrente, añadió al tiempo que cerraba. Allí
reinaba espesa oscuridad que hizo temer a Bonifacio alguna celada;
pero olía a eucalipto y aguzando el oído percibió la tenue
respiración de Dulce. Tentando encontró la cama y dio con la
desnudez de ella y, con delicadeza, retiró las sábanas; desnudo
como estaba, se lanzó a solventar.
Concluyó, encendió
la luz; el susto fue mayúsculo al contemplar una frente abollada y
unos ojos dispares mirándole con desprecio.
En su retirada,
reconsideró las consecuencias de pretender pasar quincalla por
alhajas.
Vicente
Galdeano Lobera.
Jope... Es de suponer que la mulata vio que había poco que rascar en Bonifacio y le gastó la gran putada. Me gusta.
ResponderEliminarEstrategia de controladora
ResponderEliminarGracias, Manuel.
EliminarPues, sí... Ya le advirtió antes a Bonifacio que ella era la dueña. Y que no permitiría enredos.
ResponderEliminar