Todas las mañanas
Nicasio miraba el buzón, pero nunca había carta de ella… No habrá
tenido tiempo, se decía. Eso decía don Nicasio a sus contertulios
cuando preguntaban por sus amoríos. Se veía cogido en una encerrona
al haber presumido ante ellos más de la cuenta.
--Pues sí,
señores; aquí donde me ven tengo un plantel de admiradoras a cual
más bella, que hace muy difícil decidirme…
Eso decía
demasiadas veces; y, de paso, les mostraba buen manojo de cartas con
matasellos de diversos lugares.
--Disculpen que no
les muestre el contenido; pero uno, en su modestia, no deja de ser un
caballero -continuaba Nicasio.
A don Nicasio, los
concurrentes no le hacían ni caso; hacían grandes esfuerzos para no
carcajearse en sus narices. Pero don Nicasio era feliz así al
imaginar que causaba, como poco, admiración; si no envidia.
La planta que
gastaba don Nicasio era singular; con doble papada y barrigudo, usaba
tirantes, los pantalones le llegaban hasta arriba y parecía que sus
cortas piernas le nacían debajo de los sobacos; parecía un tonel.
Se retiró del ejército con el grado de subteniente y viajaba lo
suyo convencido de que, dada su posición, encontraría novia
enseguida. La verdad es que no se comía una rosca. Ni se la había
comido nunca.
Cierta mañana, don
Nicasio recibió la siguiente misiva que le alegró las pajarillas.
Decía aproximadamente: “Querido don Nicasio, disculpe mi
atrevimiento, me fastidia sobremanera que gaste usted su tiempo y su
dinero en buscar novia tan lejos de su ciudad. Y más teniéndome a
mí al lado y a su disposición. No le conozco físicamente, pero por
referencias, dado el éxito obtenido con las féminas, soy desde
ahora su más ferviente enamorada que se muere por conocerlo. No
pierdo tiempo en mi descripción; cuando me vea juzgue usted mismo
mis veintinueve lozanos años.
Si como deseo
accede a mis ruegos preséntese en fecha tal en plaza X… ataviado
con bermudas y camiseta de manga corta. ¡Ah! Y tocado con gorra de
beisbol ladeada. Le agradeceré vista esta indumentaria; no me
perdonaría confundirlo con otro. Llevaré tres claveles rojos en la
mano. Besos de Angustias.”
Una vez más, don
Nicasio faroleó lo suyo ante sus amigos. En la cita, día nublado y
con viento frío, observó que la susodicha tendría esa edad, pero
vio claramente que en báscula no bajaría de ocho arrobas y que se
le haría difícil su manejo.
Espantado,
emprendió la retirada al tiempo que notó gran alboroto con vivas a
don Nicasio y Angustias. Unos vivas entremezclados con carcajadas y
ruido de cencerros. Eran sus contertulios que, compinchados con ella,
le habían embromado.
Lo encontraron
tendido en su cama, inmóvil, junto a varias cartas de admiradoras
que él mismo, en sus viajes, había escrito. Llevaba varios días si
aparecer por la tertulia. No pudo
soportar el ridículo ante los ojos de todos; y mucho más a los de
su conciencia que le aconsejó no presentarse y don Nicasio no hizo
ni caso.
Vicente Galdeano
Lobera.
Con razón se dice que a la vejez viruelas.Se ve claro que don Nicasio al avanzar su edad, avanzaba también su necedad; pero a pasos agigantados. Me gusta.
ResponderEliminarDon Nicasio Faroles...
ResponderEliminarFarolero sí que era don Nicasio, sí... Y así le fue.
EliminarGracias por tu atención, Manuel.
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