El lenguaje ha sufrido variaciones desde siempre. El idioma se tiene
que emplear para entenderse las personas; y no para esas mismas
personas ser esclavos de unas reglas y formas gramaticales
innecesarias.
Los puristas, que los hay, tienden a culpar a esta plaga de políticos
analfabetos que nos ha tocado soportar, de romper la estructura de
una lengua que han utilizado generaciones de autores para deleite
nuestro. Pero esta casta, los políticos, gozan de unas asignaciones
y prebendas excelentes. No serán tan tontos, pienso yo. Lo que pasa
es que estos señores, blanco de todos los odios, quieren simplificar
las reglas del castellano; es decir, convertir en una especie de
filólogo hasta al mismísimo Jesulín y su ex. Y eso, sin ser
pecado, es de agradecer.
Comenzó esta tendencia allá por los años ochenta del siglo pasado.
Como muestra del buen hacer de nuestros representantes, cogeremos
cualquier fragmento de rueda de prensa por la década de los ochenta
de cualquier político, por ejemplo de don Yoseba el Barrendero, ministro; empezaba siempre con un lenguaje
igualitario, precursor del buenismo y de lo políticamente correcto.
Viniera a cuento o no, siempre contestaba. “Cuap, cuap, cuap,,,,
coppañeros y coppañeras… Cuap, cuap cuap… es intención de este
gabinete guppernamental, el servir escruppulosamente…, cuap, cuap,
cuap, a sus votaptes…” después este hombre soltaba una retahíla
de jerga demagógica con conceptos, que seguro él entendía, como:
libertad, democracia, responsabilidad, pueblo soberano, voluntad
popular y más: se pegaba buen rato entre cuap, cuap, cuap...
hablando sin decir nada. Eso sí, empleaba siempre el soniquete
compañeros y compañeras demostrando un sentido igualitario nunca
visto. Sentido igualitario no sé si tendría, pues lo cierto es que ése, con otros dos más fueron condenados por la Audiencia por robar mil millones ¡Ah! Falta aclarar el cuap, cuap cuap al comienzo de cada
frase. Era un pequeño defecto en el habla del ministro que parecía
que arrancaba a cacarear como los patateros Amelio y Lumínguez cuando les
retiraron la enorme paga por callar lo de los fondos reservados.
A partir de aquí, y llevamos años, la mejora del lenguaje es
imparable. Con perlas oídas en un mitin como jóvenes y “jóvenas”,
soltada por una eminente señora; “monomarental” por
monoparental, dicho también por una ilustrada mujer; portavoz y
“portavoza…” sentenciado por una fémina desde su escaño…
el acercamiento del idioma sencillo y comprensible a la plebe lo han
conseguido; basta mirar los mensajes de los móviles y el hablar de
muchos jóvenes para darse cuenta.
Siguiendo con el tema no puedo obviar a un artífice de peso; un
mandatario regional cuya sensibilidad a flor de piel y gracejo
natural no pasan desapercibidos. Este gobernante rizaba el rizo en el
asunto de marras; con suma exquisitez comenzaba sus peroratas:
“Compañera y compañero, ¡Ele! ¡Lolailo! Que tengo una grasia
que no se pue aguantá”. Con extrema delicadeza y exquisitez, daba
siempre preferencia a la mujer y su localismo significaba plural,
claro. Un día en un pleno tuvo un pequeño altercado, una
congresista le soltó a bocajarro algo así:
—“Ceñoría, ademá de compañera y compañero, le farta er
compañere…”
El
mandatario olvidó la delicadeza y la exquisitez y después de
cambiar de color, ordenó furioso:
—
“¡Guardias! ¡Expulcen a eza muhé de la zala! Y, de pazo,
impónganle una güena murta; asín aprenderá”.
El gobernante, muy suspicaz, se había sentido aludido por el proceso
de los eres en que estaban investigados varios altos cargos
por desviar fondos, es decir, por robar a manos
llenas inmensas partidas de dinero destinado a mejoras de la
comunidad. Al examinar la cuenta bancaria de este señor, sólo había
ochocientos euros. Manifestó que altruistamente donaba todo a sus
hijos.
Se supone que pagando los impuestos reglamentarios. Faltaría más.
Vicente Galdeano Lobera.
En tu escrito es inevitable notar la ironía que empleas para señalar a estas camarillas improductivas que soportamos. Indicas muy sutilmente lo oportunistas que son para sacar tajada de cualquier situación.Haces ver también, como florece su vena dictatorial en cuanto les tiran a dar. Me gusta.
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