Don Amado Rico García, ya desde niño apuntaba alto; quería medrar
a toda costa, a poder ser sin esfuerzo. Por eso, a pesar de ser
perezoso y enredador, en la escuela mostraba aplicación; más que
nada para evitar en lo posible las tortas que vinieran a cuento o no,
arreaba don Alejandro el maestro. El enseñante se atenía
rigurosamente al principio de “la letra, con sangre entra”.
Nacido en 1945 en una comarca murciana de singular belleza y mucha
tradición minera; cerca de su aldea estaban las Reales Fábricas del
Bronce, donde trabajaban con buena remuneración que complementaban
el producto agrícola o ganadero de las familias de gran parte de los
lugareños.
Aún recuerda cuando le fue con el cuento al maestro –Amado tenía
ya doce años-, para que le instruyera en su afición de hacerse rico
con alguna fórmula; lo mismo que con las matemáticas.
—Pero, vamos a ver, Rico… ¿¡Me toma usted por tonto o qué!?
¡Si yo conociera el sistema de hacerme millonario, iba a estar aquí
desasnando granujas como usted! No obstante, continuó el docente,
para que vaya haciendo boca, le adelanto que en la vida, además de
tropiezos, encontrará también algún golpe.
Y le arreó media docena de bofetadas; un par de ellas buenas. “¡Así
aprenderá!”
Pues algún provecho sacó Rico de los golpes; en las expediciones
por la ribera del río y cercanías demostró dotes de mando, siempre
ejercía de jefe de una recua de ocho chavales que los mantenía a
raya cumplimentándolos a tortas al que se desmandaba. Para eso se
había colocado en la pechera tres chapas de gaseosa. “Soy capitán,
tenéis que obedecerme”. Lo malo fue cuando apareció el Anselmo
con tres tapones notablemente más grandes que sus chapas. Es
probable que fueran de café soluble o algo parecido. “Soy coronel
–dijo-, mando más que el capitán”. Y para reafirmarse en su
tesis, le arreó un par de mojicones a Rico. Amado, humillado, sintió
malos pensamientos: “cuando yo sea millonario que se preparen mis
subordinados”.
En cuanto Rico cumplió catorce años, huyó como de la quema del
negocio familiar; consistía en un cortijo con modesta extensión de
tierras con olivos y vides. Junto a la casa también había un huerto
con frutales y hortalizas; y un cercado con abundantes gallinas y
cochiqueras con dos cerdos. La familia no tenía mal pasar, Había
siempre productos de temporada; incluso a veces para regalar. Pero él
quería ser rico y la casa se le quedaba pequeña. Se colocó en las
Reales Fábricas del bronce, en su ocupación supo aplicarse y fue
subiendo grado hasta llegar a contramaestre. Momento en que lo
llamaron a filas. En el sorteo le tocó Madrid. A regañadientes tuvo
que emprender viaje; a lo desconocido. Solo había viajado una vez a
Albacete.
Amado Rico García se dio cuenta pronto que Madrid le ofrecía más
posibilidades de prosperar, de hacerse rico, vamos. En el cuartel
observó la labor socializadora de la milicia; sobre todo para mozos
de comarcas alejadas. Les enseñaban normas de higiene,
comportamiento en la mesa, urbanidad… Amén de alfabetizar a los
que no sabían escribir. Lo mismo que otros mozos, Amado decidió que
sólo regresaría al pueblo de visita, a presumir.
En el ejército supo Amado prosperar rápido; después de jurar
bandera al poco lo nombraron cabo furriel, destino que además de
estar rebajado de servicios, regía los trabajos de otros. Claro, en
este ascenso se conoce que influyó bastante, que al regreso del
permiso de jura trajo del pueblo buen recado de embutidos, algún
jamón, aguardiente y olivas. Todo de casa y abundante; y con
semejante unto sus superiores casi ponían alfombra al paso del
soldado Rico García. O sea, como la vida misma. Con estas
martingalas y otras, ganó Amado merecido prestigio y cultivó buenas
amistades con compañeros. En especial con Bernardo García-Robledal
y Urquijo, de muy buena cuna. “El próximo fin de semana, te
presentaré a mi familia, Rico; les he hablado de ti y desean
conocerte”.
—Gracias, Bernardo; pero no se si estaré a la altura –respondió
Amado.
—Que sí, que sí; no te preocupes, será un honor para nosotros.
En su visita a casa de los García-Robledal, se presentó vestido con
cierta elegancia que, junto con ciertas maneras exquisitas que
aprendió, la verdad es daba el pego. Conoció a los moradores de la
casa; don Bernardo, padre, a doña Amelia de Urquijo y también a
Dolores, hermana de Bernardo, dama de notable belleza y correcta
educación que no quedó indiferente ante la apostura de Amado. El
tiempo se encargaría de dotar a Dolores de más de un dolor a causa
de su amable Amado.
Al ser preguntado Rico por el jefe del clan por la situación
familiar allá en la remota región de Murcia, Amado no se cortó un
pelo modificando al alza las posesiones y actividades familiares.
Sacando a relucir las imaginarias hectáreas de olivares y viñas del
cortijo incluido el extenso carrascal donde engordaban piaras de
cerdos y una buena punta de ganado. Eso sin contar el establo con una
docena de vacas productoras de abundante leche.
—Pues tendrán ustedes mucho trabajo –dijo don Bernardo-, supongo
que dispondrán de temporeros en las campañas de recolección…
—sí, sí, don Bernardo, disponemos de una plantilla fija de
trabajadores con vivienda en la propia heredad. Viven con sus
familias. Disponemos de capilla y escuela de enseñanza primaria para
la prole.
Este detalle, el de la capilla, entusiasmó a los García-Robledal y
Urquijo que eran muy religiosos. En su casa siempre se bendecía la
mesa en las comidas. Detalle este que arraigó mucho en Amado.
En la nota de agradecimiento que envió Amado a los García-Robledal,
abultaba más la firma que la propia nota. Aprovechando que su padre
procedía de Ruidera y mamá del valle de Guadalimar, compuso su
firma: Amado Rico de Ruidera y García-Valle, servidor de ustedes.
Las circunstancias se encargarían de quitarle vanidad más adelante.
Ya en el cuartel, preguntó Bernardo…
—Pero, bueno… Y tú, ¿Quién eres pues? ¡Qué callado te lo
tenías!
Amado no pudo disimular su esponjamiento, aprovechó para darse
pompa.
—Es que uno es, de suyo, muy modesto; pero a veces cuesta disimular
sus orígenes de alta alcurnia.
Amado reconoce que se pasó con lo de los orígenes, lo mismo que con
las propiedades familiares, pero en su momento ya discurriría algo
para evitar quedar como un cantamañanas cuando descubrieran el
pastel.
Amado y Dolores ya tenían tres hijos, dos varones y una chica. Se
habían casado cuando amado terminó la mili y se colocó en una
fábrica de camiones en el propio Madrid. Los García-Robledal
aportaron como dote para Dolores una vivienda decente en un barrio
cerca del trabajo de Amado y toda clase de ayudas a la nueva familia.
Él alegó complicaciones en el patrimonio familiar, bancarrota,
expropiaciones y tal, y solo aportó buenas palabras y su afán de
hacerse riquísimo. Bueno, por algo se empieza; de momento el
braguetazo, la cosa no pintaba mal.
Amado seguía con sus delirios de grandeza a pesar de ser un modesto
empleado y de no hacer ascos a las ayudas de su familia política.
“Cuando sea poderoso, se sentirá orgulloso de su yerno, don
Bernardo; de momento juego a la lotería todas semanas y tengo la
certeza de que me va a tocar. Ya verá, ya; voy a convertir a Dolores
en multimillonaria”.
—Pero, Amado; va siendo hora de que sientes la cabeza. Tienes más
de cuarenta años y gastas más de lo que ganas… -amonestaba
Dolores con dolor de corazón.
—Es que tengo que aparentar, Dolores; siempre se ha dicho que el
dinero llama al dinero…
—Pues Amelita ingresa este año en la Universidad, y eso cuesta
mucho. Y tanto a ella como a sus hermanos les gusta vestir prendas de
marca; en eso se parecen a ti. Si no fuera por la ayuda de papá, mal
lo pasaríamos. –Dolores, sermoneaba a su amado; con mansedumbre
pero le sermoneaba.
—No te apures, Dolores, que pronto seremos ricos e inundaremos de
millones a tu familia.
Amado en estos diálogos siempre mostraba apacibilidad, ética,
mansedumbre y otras virtudes cristianas que ablandaban el corazón de
su esposa. Pero a su vez, este hombre revelaba a las claras una
necedad que casi anulaba dichas virtudes.
Conviene parar cuenta muy por encima de los derroteros que siguieron
la prole del matrimonio. Amelita, conoció en el pueblo de su padre a
un lugareño vulgar, pendenciero, jugador, algo borracho y con clara
aversión al trabajo; Antolín, se llamaba. Tuvieron un hijo. Sin
casarse, claro. Este hombre además de lo enumerado era un déspota
que maltrató siempre a Amelita y al niño. Con abundantes
vejaciones, varias veces la arrastró a ella por las calles del
pueblo dando lamentable espectáculo. Menos mal que lo pilló en una
de estas hazañas la Guardia Civil que le administró el calmante
adecuado, majándolo a palos, claro. Ya en el juzgado, su señoría
le recetó cárcel. Cumplió tres años. Debió recibir la medicina
adecuada porque libertado, ya no le vieron el pelo.
Bernardito, el siguiente de la saga, demostró ser tan atolondrado
como su padre, buena persona pero con los mismos aires de grandeza;
sin apenas estudios, siempre presumía de no haber leído un libro en
su vida “para qué, a mi quien me instruye es la vida misma”,
quería también volverse millonario y también aficionado a juegos
de azar. En el pueblo, conoció a Candy, que sería el amor de su
vida. Matrimoniaron y Candy manifestó su deseo de trabajar para
mejor desahogo de las finanzas de casa. “En mi casa me considero
con la suficiente fuerza para mantener decentemente a mi mujer y a
mis hijos cuando vengan”. Semejante argumento no admitía réplica.
Luego el tiempo se encargó de bajarle los humos.
Amadín, el pequeño, resultó ser un pasota de calibre. Influenciado
por el discurso en Madrid del nuevo alcalde, un viejo profesor que en
la euforia del cargo alcanzado, soltó aquello de: “¿Estamos todos
reunidos? ¡Pues a colocarse y al loro! ¡Y después, todos a
bailar!” Que yo ya estoy colocado con sueldazo, le faltó decir. Y,
claro, Amadín lo cumplió a rajatabla; lo de colocarse, digo. El
angelito tocaba todos palos; porros, maría, coca… Lo difícil era
verle descolocado. Cuando la familia partió para el pueblo del
padre, Amadín siguió con su afición; se conoce que la tenía muy
arraigada. Conoció una mujer mayor con vicios parecidos que
congeniaron de maravilla. Incluso tuvieron un niño; que criaron los
abuelos, claro.
Don Amado se metió ya en la cincuentena y sus ansias de enriquecerse
no disminuían. Al contrario; al escuchar a cierto ministro que dijo
aquello de: “España es el país europeo donde más fácil es
hacerse rico”, habló enseguida con su mujer.
–
¿Lo ves, Dolores? No lo digo yo, lo dice un ministro; la democracia
me ha traído la posibilidad de volverme rico…
– Pero, Amado; no seas iluso, dijo Dolores dolorida, ellos tienen
acceso a los fondos reservados y tú no controlas no las finanzas de
tu casa.
–Que sí, que sí, me meteré en política y marcharemos a mi
pueblo a servir a mis paisanos; seré alcalde y me forraré, sino ya
lo verás. Mira el Virgilio como ha medrado sin saber hacer la “O”
con un canuto ¡Y solo es concejal!
–Estás vendiendo la piel del oso antes de cazarlo ¿Ya sabrás
expresarte en público? Tendrás que desarrollar un programa y ser
íntegro para que te quieran y te voten, y eso es difícil…
–Que sí, que sí; les prometeré el oro y el moro y un poco más;
el caso es que me apoyen para ser alcalde y forrarme pronto.
–Cuenta con la oposición, Amado; si no cumples lo prometido te
cesarán -Dolores quería que su amado pusiera los pies en la tierra.
–No te preocupes, Dolores; el alcalde de Madrid ha dicho que “¡las
promesas electorales están para no cumplirse!”, y es un profesor
que sabe más que tú.
Amado comenzó a ver algo de resplandor de su afición cuando en la
fábrica empezaron las remodelaciones de plantilla; es decir,
comenzaron a despedir personal. Había cumplido cincuenta y ocho años
cuando le ofrecieron le ofrecieron prejubilarse con veintidós
millones de pesetas y buen sueldo hasta los sesenta y cinco. Aceptó
sin titubeos.
–
¿Ves, Dolores? Ya te lo decía yo. Esto es solo el comienzo de lo
ricos que vamos a ser…
–Ya somos, Amado; para celebrarlo haremos un viaje por España que
apenas conocemos. También ayudaremos a los chicos para abrirse
camino en la vida.
Amado escuchaba a su esposa pero luego obraba a su modo; él tenia
miras más altas: servir a sus paisanos haciéndose alcalde de su
pueblo. Para enriquecerse, claro.
–Amado, no seas cabeza de chorlito, tienes ya poco pelo y muchas
canas ¡Venga, amor, tenemos más que suficiente; no te compliques la
existencia!
No hubo tu tía; se mudaron a la comarca natal y ahí tenemos a Amado
en su salsa con sus compañeros de partido haciendo campaña. Lo
eligieron alcalde. Ya apoltronado comprobó el escaso sueldo
asignado. “Esto lo arreglo enseguida”, se dijo. Convocó un pleno
extraordinario y expuso unos razonamientos tan difíciles de rebatir,
que los miembros de la corporación municipal aprobaron subirse los
emolumentos un treinta por ciento. Por unanimidad. Para que luego
digan por ahí que discrepan.
En sus labores de mandatario tenía clara inclinación a aplicarse
más a las palabras que a los hechos y en vez de matarlas callando,
ni las mataba ni callaba; demostraba estar exento de astucia hasta
para lo suyo. En sus actitudes leían sus adversarios como en un
libro abierto.
Hacer, lo que se dice hacer, aparte del ridículo y entramparse, hizo
muy poco por su pueblo. Lo más notable fueron los resaltes
transversales instalados en la calle Mayor para que los coches fueran
despacio. En dicho trayecto, los conductores tenían presentes al
alcalde y su familia.
En su afán de hacerse rico, se dedicó de lleno a sus finanzas;
Instaló un gran almacén de materiales de construcción regentado
por Bernardito. Y un supermercado para Amelita, que a su vez contrató
de colaborador de confianza a Amadín, que colaboraba puntual
metiendo mano en la caja. Todo en un pueblo de unos cuatrocientos habitantes.
“Ya vendrán a comprar de la comarca, ya. Si quieren permiso para
construir tendrán que abastecerse de mis negocios”.
Ante las protestas del vecindario, a los dos años tuvo que dimitir;
si no, lo corren a gorrazos. Se dio cuenta también que eso de “las
promesas electorales están para no cumplirse” que dijo aquel,
conviene cumplirlas al menos en parte; si no, pasa lo que pasa. Lo
que sí comprobó de muy primera mano, es que los préstamos
bancarios están para pagarse. Si incumples te embargan.
Viéndolas venir, llegó justo a tiempo para poner la vivienda de
Madrid a nombre de Bernardito. Y las propiedades del pueblo a nombre
de Amelita. Así, al menos salvó su patrimonio del embargo. Hizo lo
mismo que en aquel tiempo, para evitar la justicia, un secretario de
estado puso sus inmensas propiedades a nombre de su suegro.
Puso tierra por medio y se fue a Madrid a malvivir de la pequeña
pensión intervenida por el banco. Lo complementaba haciendo trabajos
de mecánico, siempre cobrando bajo mano. Amado Rico García
simplificó sus apellidos y se hizo más modesto; ya a los setenta,
dejó sus ocupaciones por motivos de salud. Aún sigue jugando
semanalmente a distintas loterías y bendiciendo la mesa en las
comidas; sueña que después de tantas penurias Dios Nuestro Señor,
le favorecerá con un premio gordo para hacerse millonario. Los hay
con mucha fe; y muy recalcitrantes.
Vicente Galdeano Lobera
Los hay,los hay...
ResponderEliminarA este señor, lo conoció el escribidor en un lugar de la Mancha.
EliminarSe nota que estás al tanto, Manuel. Gracias por tu atención.
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