Dadas las circunstancias, Pacorro sin perder comba decidió cambiar de sexo; es un logro conseguido absolutamente legal que ofrece beneficios –sobre todo si se desemboca en mujer– y, bueno, lo principal es que Pacorro vio claro que haciéndose mujer obtendría ventajas. Su físico no le acompañaba; con aspecto de un enorme portero de burdel, con enorme barriga cervecera, con barbas y bigotes desaseados, y con intento de disimular su calva entrecruzando el cabello de una parte a otra de su cabeza. Resultaba feo a carta cabal, Pacorro daba horror al miedo.
Hechos los trámites en el Registro Civil, Pacorro con cierta rapidez se convirtió en Paquita. Así rezaba en su documento de identidad: Francisca Gracia Gracia. Aunque gracia, lo que se dice gracia, Paquita tenía poca. Esta es la mía –se dijo–, sin pérdida de tiempo, se apuntaría a la sartén grande, digo…, ingresaría en el Ejército, Policía, Guardia Civil, Ayuntamiento, Bomberos o cualquier brazo oficial para ser funcionaria; donde la admitieran. Al ser mujer, son menores las exigencias de ingreso. ¡Ya basta de tanta selectividad machista, hombre! ¡Ya basta! ¡Ahora nos toca a nosotras! Pero no la admitieron. En Bomberos, único estamento que, por cierta recomendación, la llamaron, ya en la prueba presencial le dijeron que nones, que sobrepasaba la edad reglamentaria. Amén del pitorreo que el funcionario disimuló como pudo al ver la facha de Paquita, claro.
Francisca Gracia vio con tristeza esfumarse la posibilidad de ser burócrata, oficio que ella consideraba parecido a rascarse la barriga, además de trampolín para subir a puestos altos; incluso para hacerse concejal.
A Paquita no le quedó otra, al menos de momento, que seguir con su puesto de barrendero –bueno, ahora de barrendera– en la demarcación asignada por el Concejo. Ya tocaría ella las teclas necesarias para ver si suena la flauta de una vez y subir en el escalafón.
Bueno, mientras sonaba la flauta o no, Paquita se apuntó a un gimnasio. Allí, seguro que conectaría con otras mujeres y aprendería las maneras de conducta adecuadas a su nuevas condición; y si de paso podía acercar material y, disimulando, arrimarse a alguna jaca de buen ver, pues mejor que mejor. Total, todo quedará entre mujeres. Porque yo soy mujer, no lo olviden. Lo pone en mi DNI. A Paquita, aun con su nueva identidad, le atraían las mujeres; el problema es que dada su facha, espantaba a todas. Y no, no daba el pego.
Al rellenar la ficha del gimnasio surgieron las primeras pegas:
—A ver, su nombre, caballero…
—Sabrá usted, señor, que soy mujer, me llamo Francisca Gracia Gracia, pero familiarmente soy Paquita.
— ¿Paquita? –El responsable le miró como a un extraterrestre– Muéstreme su documento identificativo. Bien, Pacorra…, digo Paca; si le parece lo dejaremos en Paca. Dada su envergadura, me cuesta trabajo llamarle Paquita.
No le quedó otra que admitirla como mujer. A regañadientes y con bastante guasa, el responsable le mostró las instalaciones y el espacio para las señoras del gimnasio. Al fin y al cabo yo me limito a cumplir con mi obligación. Ya veremos cómo se desenvuelve la cosa –se dijo.
La cosa se desenvolvió regular. Paca acertó a entrar a los vestuarios precísamente cuando se desvestía una venus morena, mujer de majestuoso porte, con melena de cabellos negros envidiable, con busto erguido y con soberbias caderas. Se puede fingir todo lo que se quiera, pero la mirada no engaña y a Pacorra ante semejante beldad se le saltaron los ojos, se le levantó el ánimo y no pudo evitar arrimarse a ver qué cae. Lo que le cayó a Pacorra fue una ración de hostias. Pero a mano abierta, y suministrada por la bella que, de paso, desbarató los cabellos que cubrían la calva de Paca. Al ruido del barullo acudieron varias personas y también un amigo de la venus que esperaba fuera. El amigo, ya de paso, arreó candela también a la Paca –Paca se despachó con eso de: ¿no le avergüenza el agredir a una dama? ¿Eh? sepa usted que le puedo denunciar y se le caerá el pelo. Y soltó la retahíla de los insultos en boga: facha, fascista (¿?) xenófobo, racista, machista, ultraderechista…, y alguno más–. El otro argumentó que usted tiene de dama lo que yo de obispo. Pero se armó tal trifulca que acudieron los guardias para aclarar la escandalera.
Una vez aclarado el asunto sin apenas daños, los policías preguntaron a las contendientes si deseaban presentar denuncia. Tanto la bella como Paca dijeron que no era necesario. Y usted, doña Francisca ¿Quiere denunciar a su agresor? Sepa usted que ha sufrido violencia de género por parte de varón… Pacorra no quiso meterse en danza con los jueces. Por si acaso.
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